Hades

Capítulo 5. La sorpresa.

Hades. 

Por alguna razón, no podía sacar de mi cabeza a aquella chica. 

Era tan atípico para mí sentir este tipo de cosas por una humana... O por cualquiera, he de decir. 

No soy demasiado afectuoso que digamos. Los que me conocen lo saben bien. Y los que no me conocen también lo saben. Ya me he ganado cierta reputación. 

Aunque he de admitir que esa reputación se está tambaleando por momentos desde que Layla llegó a mi vida. Bueno, más bien desde que yo llegué a la suya, porque siendo sincero fui yo el que dio el primer paso... Pero es que no pude evitarlo. Fue verla, y algo dentro de mí se encendió. Sentía que debía acercarme, hablar con ella, pasar un buen rato a su lado. Y no, no era un tema físico. No era atracción, ni deseo. No había lujuria, ni placer. El único placer que brotaba en aquel momento era el de conocerla. 

Y por mucho que me gustaba ese sentimiento, por mucho que me gustaban el hormigueo que sentía al pensar que la volvería a ver, o las ganas que tenía de hacerlo, estaba infinitamente preocupado. 

No sabía que me estaba pasando. 

Nunca, en toda la historia, se ha conocido que un dios se haya enamorado de una humana. Sí, por supuesto que habrá algún caso que otro, pero a mí no me ha ocurrido en cientos de siglos. 

Ni a la mayoría de nosotros. 

Y ahora, de repente, una noche como otra cualquiera en la que yo solo buscaba desinhibirme y pasarlo bien, resulta que “mágicamente” me enamoro de una mortal. 

No me lo tragaba. Algo había detrás de esto. 

Aquella semana no llamé a Layla. Estuve a punto, pero traté de contenerme. No por dejarla con la duda de que habría ocurrido para que no la llamara —que también—, sino para buscar alguna información que me hubiera perdido de algún dios que se hubiera quedado prendado de una mortal como yo me quedé. 

¿Adivinad? 

Nada. 

Para mí que yo era el primero. 

El no saber el porqué de lo ocurrido me ponía de muy mal humor, y una parte de mí odiaba querer estar con alguien tan... Normal, por así decirlo; pero otra parte de mí de verdad quería estar con ella. 

Y como no pude hacerle caso a la parte que me quería tener alejado, le hice caso a la otra y acabé llamándola.

  

Eran las ocho menos quince minutos. Estaba llegando a la urbanización donde me dijo que vivía. Lo que no me dijo es que había cuatro urbanizaciones más alrededor de la suya. 

Todas las casas de aquel lugar eran iguales. Pared blanca con efecto de ladrillo, garaje gris oscuro, tejado del mismo color. No había mucha originalidad ni diferencia entre una y otra, lo cual me hizo perderme y llegar cinco minutos tarde. 

Cuando por fin encontré su calle, la vi sentada en el escalón de su puerta esperándome. 

Estaba increíble. 

Llevaba un vestido de vuelo negro, con unas converse de color blanco y un pequeño bolso del mismo color. Su pelo con ligeras ondas surferas ahora era completamente liso, haciendo que resaltasen aquellos pequeños reflejos de color rubio. 

Ni si quiera aparqué, tan solo abrí la ventanilla y al ver que era yo subió al asiento de copiloto. 

— Vaya... No te imaginaba con un coche así —dijo una vez sentada, admirando el deportivo color negro mate de asientos de cuero rojizos. 

— ¿Con qué vehículo me imaginabas entonces? 

— Una bici, tal vez. 

Estaba hoy graciosa la desconocida. 

— Estás preciosa —dije ignorando su comentario anterior. 

— Gracias. Tú también estás precioso. 

Se llevó las manos a la cara. Parece que no era el único que estaba nervioso. 

— O sea, que también estás bien. Digo... Que vas bien. Vestido, quiero decir, obviamente. No quiero decir que sin vestir no estés bien, que no lo sé... Porque no te he visto. Que no es que no quiera verte sin ropa, es que... Mira mejor me callo ya. 

No pude evitar soltar una risa que duró varios segundos. Podía ver como debajo de aquel maquillaje se revelaba un notorio rubor. 

— ¿Hace cuánto que no sales con nadie? —pregunté. 

— ¿Por qué quieres saberlo? 

— Tan solo es curiosidad. No tienes por qué contestar si no quieres. 

Sorprendentemente, respondió a mi pregunta. 

— Un año y medio o así. 

— Es imposible. Si no has salido con nadie será porque tú no has querido, porque estoy seguro de que no te han faltado oportunidades. 

— Pues claro que no me han faltado. Las he tenido a montones. 

Sonrió con un toque de malicia. Por fin había conocido a una persona más vanidosa que yo. 

— Es que... No me veía preparada para estar con nadie. Ni si quiera para quedar con alguien —. Añadió.  

— ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión? 

— Mudarme. Al principio no quería, pero he de admitir que me ha venido muy bien un cambio de aires. 

— ¿Te has mudado aquí? ¿Hace cuánto de eso? 

Quería saberlo todo de ella. 

— Hará unas tres semanas. 

— ¿Y dónde vivías antes? 

— Para, para. Te estoy contando muchas cosas de mí, pero tú no me dices nada de ti. 

La miré de reojo y alcé las cejas, al mismo tiempo que devolvía mi atención a la carretera. 

— No te he contado nada de mi porque no me has preguntado. Está claro quien tiene más interés de los dos. 

— En eso estamos de acuerdo. 

Y volvió a reír. Y yo no sabía si tomarme su comentario con el mismo humor que lo había hecho ella. 

— Bueno, ¿me vas a decir algo de ti o qué? 

— ¿Cómo qué? 

— ¿Vives aquí? 

— ¿En Los Ángeles? 

Asintió. 

Pensé unos segundos antes de responder. La verdad es que no tenía casa aquí, pero si que tenía un pequeño gran submundo que se ubicaba justo debajo. Así que sí, supongo que se podía decir que vivo en LA. 

— Sí. 

— ¿Y a qué te dedicas? 

¿Qué se suponía que debía decirle? 




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