Hades

Capítulo 6. Primera desastrosa cita

Hades

Si pensaba que la cara que puso cuando vio el edificio fue de sorpresa, era porque no había visto la que puso al entrar en aquella azotea.  

—Estás loco —dijo en un tono apenas audible. 

El lugar era enorme. Estaba repleto de cientos de pequeñas luces blancas y amarillas que colgaban de aquel techo de madera. En el lado izquierdo había varios sofás alargados de color blanco, junto con una gran mesa de madera y un carrito del hotel, donde nos esperaba la cena. Pero lo mejor de aquel lugar, era sin duda la gran piscina que se encontraba en la esquina de la terraza. Estaba rodeada por la barandilla de cristal, y podías observar los cientos de edificios mientras estabas sumergido en el agua. 

Sé que aquello de por sí era impresionante, pero las vistas que se apreciaban desde allí arriba lo superaba con creces. 

—¿No te gusta? Si quieres nos vamos —respondí. 

—Ni de broma. Es increíble. 

Casi instantáneamente se digirió a la barandilla de cristal de al lado de la piscina para observar la gran ciudad en su máximo esplendor. Fui a su lado y contemplé el paisaje con ella. 

He de admitir que por muchas veces que haya visto este tipo de paisajes no logro acostumbrarme. 

... 

—¿Dónde vivías antes? —Pregunté a medida que daba un bocado al solomillo poco hecho que nos habían servido. 

Layla no paraba de jugar con el tenedor, parecía incómoda, pero no en el mal sentido. Simplemente se podía observar cómo llevaba mucho tiempo sin estar en este tipo de situación. 

—En Atlanta —. Respondió. 

—Me encanta Atlanta. Calor, playa, fiesta todo el día. 

—Sí, bueno... —sonrió al mismo tiempo que alzaba las cejas—. Para mí era un poco así hasta que... 

Permaneció en silencio. 

—¿Hasta que qué? 

—No tiene importancia. 

—Claro que la tiene. La tiene para mí. ¿Te ocurrió algo allí? 

Tras unos segundos de incertidumbre, parece que se dignó a contármelo. 

—Pues como has dicho, Atlanta es un poco eso... Playa, fiesta y demás. Yo allí tenía un grupo de amigos, por llamarlos de alguna manera, con los que hacía planes todas las semanas. Un día decidimos alquilar un barco para pasar un finde en medio del mar. Fuimos a hacer un recorrido para ver desde fuera algunas cuevas submarinas y arrecifes que había por la zona. Al principio pareció una buena idea, pero digamos que nunca debí haber subido allí con ellos. 

—No lo entiendo. ¿Qué pasó? 

Realmente le estaba costando mucho hablar de aquello, podía verlo en sus ojos; pero le seguiría insistiendo en que me lo contara, porque a parte de la preocupación que sentía por supuesto, la curiosidad me podía. 

—Pues que me “resbalé” de la borda y caí en el medio del mar en mitad de la noche. 

Puso énfasis en lo de que se resbaló, y no dudé en preguntarle. 

—¿Tú crees que sería tan torpe como para caerme de un barco? 

—¿Me estás diciendo que te empujaron? 

—Por supuesto que lo hicieron. Aunque no fue lo que declaré frente a la policía. 

—Espera, espera... —la detuve un momento para plantearle una duda—. Vale, te tiraron para hacer la gracia, ¿pero era necesario llamar a la policía? 

—Cuando apareces en la orilla en la madrugada después de haber estado en medio del mar tu sola, y apenas puedes mantenerte en pie del cansancio y el esfuerzo que has hecho por llegar, son ellos mismos los que aparecen. No hace falta que los llames. 

—¿QUÉ? ¿No subiste al barco después de caer? 

—Es difícil subir cuando el barco está en movimiento. Se fueron. 

—¿Por qué iban a hacer eso? 

—Pregúntaselo a ellos. 

La miré, y de nuevo y cabizbaja, volvía a juguetear con el tenedor, moviendo la comida de aquí para allá. 

—Si los tuviera delante haría de todo excepto preguntarles algo. 

La oí como soltó una pequeña risa. Lo que no sabía es que no lo decía en broma. De hecho, si consigo averiguar quiénes son, dejará de ser una hipótesis. Y si, sé que me prometí portarme mejor, pero si se piensa realmente sería una muy buena acción. Estaría quitando a unos cuantos inútiles de en medio. Muchos me lo agradecerían. 

—Es la primera vez que le cuento a alguien lo que me ocurrió. 

—Seguro que se lo has contado a alguien. A tus padres, o... 

—No. Les dije lo mismo que a la policía. Aunque mis hermanos siempre supieron que estaba mintiendo. De hecho, tuvieron la misma reacción que tú has tenido. 

—Seguro que les caería bien. 

—No creo que ningún chico que me gustase les cayera bien. 

Mi corazón dio un vuelco. No sé si se había percatado de lo que acababa de decir, pero yo si lo hice. 

—¿Con que te gusto, eh? 

—No quería decir eso. Tú me has entendido. 

Claro que si te había entendido, desconocida Layla. Te había entendido perfectamente. 

—Por supuesto que querías decir eso. Pero no te preocupes, es normal que te guste. En fin, mírame. 

—Creo que jamás, jamás—enfatizó—, he conocido a nadie más egocéntrico que tú. 

—No lo soy, solo soy realista.  

—Eso va a ser, seguro. 

Casi habíamos terminado de cenar. Mientras degustábamos el Mont Blanc que nos habían servido de postre, estaba a punto de preguntarle si le gustaría ir a la piscina cuando termináramos, cuando una duda acerca de lo que me contó hace un rato rondó mi mente. 

—Layla, ¿puedo preguntarte algo? 

—Claro. Dime. 

—Antes, cuando me contaste lo que te ocurrió en Atlanta, ¿a cuántos kilómetros te dejaron de la orilla? 

—No estoy segura. Unos once kilómetros tal vez. 

—¿Y cómo se supone que pudiste llegar nadando a la orilla? 

Me miró casi al instante. 

—No, no. Me recogieron unos guardas de la costa cuando me vieron. 

—Pero me dijiste que llegaste a la orilla en la madrugada, sola y agotada. No mencionaste nada de los guardas. Diste a entender que fuiste nadando. 




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