Hades

Capítulo 7. "Familia"

Hades.

La llevé lo más rápido que pude fuera de la maldita terraza. Todo se estaba derrumbando a nuestro alrededor. Quien quiera que fuera que estaba llegando estaba demasiado cerca de nosotros. 

No podía permitir que me encontrara. No estando con ella. 

La agarré con fuerza de la mano mientras la sacaba de aquel hotel. Nos dirigimos al ascensor. 

—No creo que sea buena idea usar el ascensor mientras estamos en medio de un terremoto —. Exclamó la chica de pelo castaño mientras me sujetaba del brazo y me hacía retroceder unos pasos. 

—¿Y qué hacemos? Son más de treinta pisos —. Respondí. 

De repente, un trozo del techo se desprendió de donde debía estar, cayendo sobre nosotros; por suerte la aparté a tiempo y cayó a nuestros pies. 

—A las escaleras. 

Fuimos corriendo escaleras abajo, sin mirar atrás ni un segundo. Las bombillas que se encontraban encima de nosotros estallaban a cada paso que dábamos; quedaban tan pocas luces funcionales que cuando pasaron unos minutos se encendieron las de emergencias, dejando todo el ambiente sumido en un color rojo que parpadeaba sin parar. 

Al fin llegamos a una de las primeras plantas. Estábamos a escasos metros de la salida, cuando Layla necesitó parar para coger aire. 

Una de las cosas que más me extrañó es que en el hotel no parecía haber ni un alma. Era como si la gente se hubiera evaporado, o como si no se dieran cuenta de lo que estaba ocurriendo. Como si solo nosotros pudiéramos percibir lo que estaba pasando en el edificio. 

Dirigí mi atención a Layla, cuando intenté dejar de razonar el por qué estaba pasando aquello. 

—¿Estás bien? —Pregunté a medida que me acerqué a ella. 

—No, no estoy bien. ¿Cómo es posible que haya un terremoto ahora, y salido de la nada? 

—No es un terremoto. 

—¿A no? ¿Y entonces que es? 

Permanecí en silencio. Me encantaría contarle toda la verdad a la chica que robó mi corazón, pero no me creería si se la dijera. 

—¿Aidan? ¿Qué ocurre? 

Tendría que haber elegido un mejor nombre falso. No me pegaba para nada. 

De pronto, sentí algo. Algo que llevaba mucho tiempo sin sentir. Algo que me hizo estremecerme de arriba abajo, que me hizo ponerme los pelos de punta, que hizo que un escalofrío me recorriera la nuca y que me temiese lo peor. 

Alguien de mi familia estaba aquí. Y no me refiero a aquí, en la faz de la tierra, o fuera del Olimpo, o en otro país, o quizás en la calle de en frente. 

Me refiero aquí. 

En el mismo edificio que nosotros. 

—Tenemos que salir de aquí. Ahora. 

Agarré su mano y traté de llevarla fuera, pero por alguna razón que desconocía se detuvo en seco. 

—¿Qué haces? 

—No voy a ningún lado hasta que me cuentes que está ocurriendo. 

No había un peor momento para ponerse desafiante que el que eligió ella. 

—No hay tiempo para esto. Te lo explicaré, te lo prometo, pero no ahora. 

De nuevo, las luces se apagaron como ocurrió en la escalera, siendo sustituidas por el color rojizo de las led de emergencia que comenzaron a parpadear. 

Algo iba mal. La llegada de un dios no provoca todo esto. Puede que los terremotos sí, pero tan solo durante unos segundos, nada de lo que los humanos se percaten; o si lo hacen, nada a lo que le den demasiada importancia. Pero había algo más detrás de esto. 

Parecía que no solo había llegado un dios a la Tierra. Parecía que su cólera e ira es la que estaba dando lugar a esto. 

Y dado que estaba viniendo hacia mí, creo que quien fuera que lo estuviera provocando quería acabar conmigo. 

O algo peor. 

Aunque no me puedo imaginar quien podría ser. He cabreado a demasiada gente durante demasiado tiempo. Era algo inevitable el que esto llegara a pasar. Lo único que lamento es que ocurra ahora que ella está conmigo. 

—¿Qué es eso? —Preguntó asustada, señalando el fondo del pasillo. 

Miré a mis espaldas y allí estaba, como imaginaba. No podía verlo con claridad, pero su silueta era la de un hombre. Un hombre que no era humano. Cada vez que la luz de emergencia se apagaba, él se movía y para cuando se encendía estaba más cerca de nosotros. 

—Vámonos —le susurré a medida que daba un paso atrás, pero ella estaba paralizada—. ¡Vámonos! —Repetí. 

Salimos del hotel a toda prisa. Lo único en lo que pensaba era en ponerla a salvo, en protegerla, en salvarle la vida. Si uno de los dioses me veía con una mortal, no dudaría en acabar con ella. No le importaría absolutamente nada, ni pestañearía al acabar con su vida. 

Miré detrás de nosotros y no alcanzaba a verlo, pero dudaba mucho que se hubiera ido sin más. Yo creo que para él esto era un juego. Yo corría y él me alcanzaba. Tan solo me dejaba huir para darle emoción. Como un cazador con su presa. 

Y no me malinterpretéis, no le tengo miedo. A mí no me hará nada siendo quien soy. Pueden intentarlo, pueden hacerme daño temporal, pero no pueden acabar conmigo sin más. Aunque con quien si pueden acabar es con Layla. Eso es lo que de verdad temía. 

Abrí la puerta del coche e hice que subiera. Di la vuelta para subir por el lado del conductor y arranqué lo más rápido que pude. 

Comencé a conducir. La aguja de marcador no bajaba de cien, aun yendo dentro de la ciudad. Decidí coger por las afueras y dar un rodeo hasta un lugar que conocía y en el que esperaba que no pudiera encontrarnos. 

—¿Vas a decirme de una puñetera vez lo que acaba de pasar ahí dentro? —Exclamó entre sofocos. 

—¿Qué te hace pensar que yo tengo alguna idea de lo que ha ocurrido? 

—No hagas eso. 

—¿Hacer qué? 

—Sé exactamente cuándo mientes. Deja de mentirme. 

—No sé de qué hablas. 

—Me mentiste incluso con tu nombre, y ahora vienes con esto. Si vas a seguir así puedes dejarme aquí mismo. 




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