Hades

Capítulo 8. Agridulce

Hades. 

Aparqué el coche en una de las calles más ajetreadas de la ciudad. Caminé de la mano de Layla durante más de quince minutos, con el fin de mezclarnos entre las demás personas. Aunque no era la mejor carta que podía jugar, era la única que tenía. 

—¿A dónde vamos? 

Preguntó por décima quinta vez. Prefería no decirle el lugar al que nos dirigíamos. Sabía que no le gustaría. 

Continuamos caminando, hasta que llegamos al lugar perfecto para pasar desapercibidos. 

—¿Un casino? ¿En serio? 

Tenía muchísimo más sentido del que ella podía llegar a imaginar. Aquel casino era un complejo de miles de metros de extensión, lleno de multitudes que nos ayudarían a pasar desapercibido. Sea quien sea el dios que nos está buscando, se guía por la intuición. Es fácil distinguir a otros dioses de los humanos. A medida que te acercas a uno puedes sentirlo. Siendo así puede que yo no tuviera escapatoria, pero al menos podía ganar algo de tiempo para pensar en cómo proteger a Layla. 

Entramos en el interior. Las luces de colores de las máquinas, los distintos pitidos y sonidos y el olor a alcohol y dinero lo diferenciaban de cualquier otro local. 

—No me has respondido. ¿Qué hacemos aquí? 

—Este es el lugar seguro. 

—¿Un casino un lugar seguro? 

No respondí. No tenía ninguna respuesta coherente que darle, ninguna respuesta que pudiera entender. Mi hermano solía decirme que si no tenía nada bueno que decir, que mejor no dijera nada, y por una vez me apliqué el consejo de aquel estúpido engreído. 

—Para —añadió, al mismo tiempo que trataba de zafarse de mi mano, pero yo la agarraba cada vez más fuerte —. ¡Qué pares! —decía de nuevo. 

Al terminar no solo sujetaba su mano, si no su antebrazo. La agarré con fuerza y la empujé hacia a mí, para hablarle lo más cerca y en voz baja que podía. 

—Escúchame, y escúchame bien. Vamos a subir a la segunda planta y vamos a mezclarnos entre la gente.  

—¡Dijiste que íbamos a un lugar seguro! 

La acerqué aún más para que dejara de gritar. 

—No hay lugar seguro, Layla —confesé a regañadientes—. Esto es lo más seguro que he podido encontrar, aunque no te lo parezca a simple vista. 

—Un casino. Ya veo —. Su comentario rebosaba ironía, al mismo tiempo que puso los ojos en blanco. 

—Mira... Siento mucho haberte metido en esto, no sabía que ocurriría. Nunca haría nada que pudiera ponerte en peligro. 

—¿Pero peligro por qué? ¿Quién te está buscando? 

Miré a mi alrededor para asegurarme de que nadie nos observaba. Cerré los ojos, elevé la cabeza y con resignación, decidí sincerarme a pesar de que quizás aquel ángel que se encontraba frente a mí tomara la decisión de alejarse todo lo que pudiera. 

—Layla, no quería decirte esto, porque en realidad yo ya no soy así... Al menos intento no serlo. Pero en mi pasado he hecho cosas malas. Cosas realmente malas. Han sido demasiadas las atrocidades que he cometido y sabía que en algún momento me pasarían factura. Lo que no podía imaginarme era que ocurriría ahora. 

—¿De qué hablas? Puede que no te conozca demasiado, pero sé que serías incapaz de hacerle daño a nadie. Tiene que ser un error. 

Era tan inocente, que me resultaba enternecedora; a mí, que jamás nada ni nadie me había parecido ni si quiera un poco adorable. Desde luego el tenerla cerca me estaba cambiando por dentro. Si en realidad supiera con quién estaba hablando, creo que me hubiera creído a la primera. No pude hacer otra cosa que reír, al tiempo que volvía a mirar a mi alrededor para comprobar de nuevo que no había nadie. 

—Vamos, no deberíamos quedarnos aquí en medio. 

De nuevo, sujeté su mano y la llevé al piso de arriba. 

Estando en la segunda planta, vi al fondo una de las salas que se usaban para partidas privadas, pero que se encontraba en mantenimiento. Forcé la cerradura y entré con ella al interior, cerrando la puerta detrás de nosotros. 

—¿Vamos a quedarnos aquí? —Preguntó al mismo tiempo que daba un paso hacia a mí. 

—Vamos no. Vas. 

—¿Qué? No, no. Yo voy contigo. 

—De eso nada. Tú que quedas. 

Fui hacia la puerta cuando aquella mortal que me acompañaba se interpuso entre la salida y yo. 

—¿Qué haces? 

—No, que haces tú. ¿Piensas dejarme aquí sola mientras tú vas a encontrarte con un tío que ha sido capaz de hacer lo que hizo en el hotel? 

Entendía su frustración, pero venir conmigo era lo peor que podía hacer. 

—Te prometo que volveré en seguida, pero necesito que te quedes aquí mientras que arreglo todo este desastre. 

—Pero quiero ir contigo —. Enfatizó con los ojos un tanto llorosos. 

—Por mucha curiosidad que tengas por lo que va a pasar, no deberías acompañarme —. Respondí con una sonrisa. 

—Eres un imbécil... Quiero ir contigo porque estoy preocupada, no por curiosidad. Me moriría si te pasara algo. 

Tras aquello, no pude resistirme. Aunque lo intentara, tal vez porque no era lo adecuado en aquel momento, o tal vez porque en el muy fondo no quería que sintiera nada por alguien como yo, no pude evitarlo. 

La besé. 

Cuando junté mis labios con los suyos, me di cuenta de que estaba cometiendo el mayor de los errores, pero no me importaba lo más mínimo. Mientras rodeaba su cintura con mi brazo y acariciaba su rostro a medida que sus labios rozaban los míos, sentía como si todo a nuestro alrededor se desvaneciera en una milésima de segundo; cuanto más se acercaba a mí, más la sentía. Podía sentir como su corazón aceleraba a mil por hora, como si se le fuera a salir del pecho. Sentía como sus manos acariciaban mi pelo, como tocaba mi torso, como se dejaba llevar conmigo. 

Pero entonces me aparté de ella. No demasiado, pero fue todo lo que pude. Tan solo me distancié unos pocos milímetros antes de que aquello se me fuera de las manos. 




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