Hades

Capítulo 9. Regreso

Hades. 

—¿Layla? —Respondió aquel tipo de pelo rubio, ojos verdes y unos rasgos tan angelicales que daban ganas de partírselos. 

—¿Qué haces aquí? —Añadió ella. 

—Espera, espera, espera. ¡¿Os conocéis?! 

—Claro, ella me echó una mano una vez y... —Se detuvo y en vez de dirigirse a mí, se refirió a ella esta vez—... Pensaba que no querías saber nada de los dioses. 

—¿De qué hablas? —Respondió. 

Ares tan solo me señaló, pero yo estaba atónito, no entendía absolutamente nada. 

—¿Quieres decir que...? 

—Layla, es mi tío. Estás al lado de Hades. 

—¿Conoces acerca de los dioses? ¿Por qué? —Añadí, aunque ignoró mi pregunta por completo. 

Puse mi atención en ella. Sus ojos estaban abiertos como platos y sus cejas estaban alzadas a no poder más.  

—¿Me estás diciendo que?... ¿Por qué no?... Tendrías... 

—Si no acabas alguna pregunta no puedo contestarte. 

—¿Eres el dios del Inframundo? 

Me quedé observándola, y acto seguido dirigí mi atención a Ares. 

—Chivato —. Dije a regañadientes—. ¿Qué haces aquí, y a que viene todo esto? —Añadí señalando todo lo que había provocado. 

—Pues siendo honestos, tío, venía a matarte... Pero de camino hacia aquí he decidido poner en práctica algo que nunca hago. Preguntar antes de atacar. 

A mí nadie me amenazaba y se quedaba tan ancho, y mucho menos Ares. Pero dejaría que se explicara por mera curiosidad, antes de que usara su propia espada, aquella que tenía escondida tras la chaqueta, para atravesarlo con ella. 

—Vale, cuéntame a que viene tu visita. Ah, y luego me encantaría que me aclarases de que la conoces a ella. 

En cuanto señalé a Layla, no dudó en irrumpir en la conversación. 

—Eh, ¿hola? De eso nada, primero vas a decirme tú a mí por qué me mentiste acerca de quién eres. 

—¿Layla? —Pronuncié. 

—¿Qué? 

—Cállate. Están hablando los mayores.  

Si las miradas de aquella preciosa chica matasen y yo no fuera inmortal, ahora mismo estaría moribundo al borde de irme al otro barrio. 

—Por reconducir un poco la conversación... ¿Has sido tú quien ha informado a tu hermano de que yo era el culpable de todo lo que está ocurriendo en el Olimpo? 

—¿A qué hermano? 

Cerró los ojos, tomó aire, reunió toda la paciencia que pudo y volvió a hablar. 

—Él más capullo. 

—Yo no le he dicho nada a Zeus. Además de que no sé qué es lo que ha ocurrido. Me tienen desinformado. 

Tras aquella confesión, aquel tipo al que tanto repudiaba puso sus manos sobre mi cuello aplicando toda la fuerza posible, al mismo tiempo que me movía llevándome a la pared, para dejarme completamente inmovilizado; traté de zafarme de él. Golpeé con mis codos en la mitad de sus brazos haciendo que me soltase. Lo primero que hizo fue dirigir un puñetazo hacia mí, pero usé esa misma fuerza para agarrarlo del brazo y chocarlo con la pared que se encontraba detrás de mí. Aquello hizo que un fino hilo de sangre se deslizara por su nariz. 

Creo que lo había enfadado. 

Más aún, quiero decir. 

Sacó su espada y se acercó a mí lentamente, a lo que yo respondí acercándome a él también. 

—¡Ya está bien! Parad los dos —. Dijo Layla a medida que se acercaba a nosotros. 

—Ha empezado él —. Dije levantando las manos. 

—Y voy a acabarlo —. Añadió aquel estúpido mientras se aproximaba hacia mí. 

Layla lo sujetó del brazo y comenzó a hablar con él.

—Ares, ya está bien. Si sigues con esto vas a darles la razón en cuanto a lo que piensan de ti. 

—Ni que fueran a cambiar la opinión que tienen de mí por no matarlo. 

—Puede que no, pero al menos no empeorarás las cosas. 

Aquel hombre tremendamente cabreado parecía que jamás cambiaría de opinión en cuanto a acabar conmigo. Pero aquella chica parecía saber cómo convencerlo. 

Me molestaba que supiera como hacer eso. 

De hecho, me molestaba el simple hecho de que se conocieran. 

—Él ya ha empeorado las cosas. Ahora todos piensan que lo que está ocurriendo en el Olimpo es mi culpa. Y todo por él. 

Puede que le hubiera hecho muchas cosas malas a lo largo de mi existencia, pero no tenía nada que ver en lo que él estaba hablando ahora.

—Por enésima vez. No – se – que - está - ocurriendo – en – el – Olimpo. No le he dicho nada de ti a nadie. Al menos no esta semana. 

—¿Y entonces quién ha sido? El único que me imagino culpando a otros para quitarse el muerto eres tú —. Respondió. 

—¿Pero qué ha ocurrido? —Preguntó Layla. 

—¿Tú tampoco lo sabes? —Le respondió. 

Negó con la cabeza. 

—¿Por qué nadie se entera de las cosas? —Suspiró y prosiguió—. Alguien está usando a los Dioses. Los confunde, los manipula y los usa en su beneficio. Creo que les están dando alguna especie de sustancia para poder hacerlo. Y todos te culpaban a ti —me señaló—, hasta que de la nada comenzaron a culparme a mí. 

—Vale, antes de que continues, una preguntilla tonta y sin importancia. ¿Por qué ella tendría que saber lo que ocurre en el Olimpo? 

Ares miró a Layla. 

—¿No se lo has dicho?  

—¿Decírselo? Hasta hace unos momentos ni si quiera sabía que él era... él. Ojalá lo hubiera sabido. 

—¿Decirme qué? —Pregunté histérico.

Ambos comenzaron a mirarse, parecían dudar de si contármelo o no. Ese rollo raro que tenían me estaba poniendo de los nervios.

Tras unos minutos debatiéndolo, se decidieron a hablar.

—Es una semidiosa. 

—¡¿Perdón?! 

—Es la hija de Afrodita. 

Un silencio inundó el ambiente, y en ese instante, justo en ese instante, mi mente explotó. 

—¿Qué... qué? 

—Hija de Afrodita —. Repitió ella—. Pero no tengo nada que ver con ella, te lo aseguro. 

Me iba a costar mucho asimilarlo. Y lo peor es que no me di cuenta. Jamás me habría dado cuenta.




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