Hagamos parpadear las estrellas

Capítulo 1 - Nuestro estado permanente

 

Los seres humanos somos más que la suma de nuestras pasiones e inseguridades. Somos el amalgama entre lo que fuimos, lo que el mundo quiere, la infinidad de posibilidades y miles de partículas de polvo de estrellas que no tardarán en volver a brillar dentro de nosotros. No te rindas.

Residencia Russo, New York. Domingo 27 de septiembre, 2015, por la noche.

(Antes del primer día de clases)

Petra Russo.

—¿Por qué estabas en el cementerio? —le pregunté mientras pasaba mis manos por su cabello— ¿Algún motivo especial?

—Tú sabes por qué.

Recuesto mi cabeza sobre su hombro y al pasar de los segundos comienzo a sentir la verdadera paz a su lado.

—¿Por qué?

Sonríe como diciendo que la pregunta no tenía sentido, como si el mismo se corrigiera, entonces desvío la mirada hacia los árboles que nos rodean, es un hermoso tobogán en el que estamos sentados y todo parece haber tomado su lugar. No es el cementerio, no es una biblioteca, ni una iglesia, es… una zona boscosa. Sueño hecho realidad.

—No es cuestión de por qué —respondió—, sino de por quién.

—¿Por quién?

—Por ti, Petra.

Me ruborizo, sin embargo, eso no evita que lo siga mirando, ¿Habrá sido todo parte del destino?

—¿Destino?

—Estabamos escritos en las estrellas —me respondió. Y como parte de la ejecusión de escena, a su lado aparece un ramo de flores que jamás había visto—, en el cielo.

—¿En el cielo? —asiente— Es un alivio —le digo—, porque en el cielo no hay lágrimas.

—Jamás.

—¿Estás sorda? 

—¿Uh? —quedo uno segundos en el aire intentando reconectar con la realidad…— ¿Qué, Cecile?

—Que hay que subir al auto, debemos salir ya.

En todas las familias existen cosas que se heredan, en la mía es ser el centro de la atención. Cosa que es más simple de lo que se cree para ellos. Quizás por el pelo cobrizo, quizás por la altura que tenían todos o quizás por la esencia que emanaban ellos; sea lo que sea, no lo poseeo. 

Otra manera de resaltar que no soy una Russo.

—¿Puedes apresurarte, Petra? —me dice mi padre con desdén. Comienzo a salir de aquella esquina en la que me había decidido a procesar mi pequeña catarsis —¡Porter! Apresúrate.

Atalaya es el apellido que aunque no fuguraba en mi acta de nacimiento o en mi sangre, sí es el que me hace sentir humana; la viva prueba de que familia es más que lazos, porque esos te ahorcan. Aunque eso no suena tan mal.

—Ten cuidado con el vestido, Petra. Evita soltar el abdomen, así no se arruga. Debe verse impecable.

Quizás si paso mis brazos se noten menos mis rollitos.

Porque aunque era holgado, no cubría ese cuerpo que tanto detesto y eso era exactamente lo que quería. Oculté mis pecas con maquillaje y amarré mi pelo, para así ser lo más sobria que se pudiese, ya que mi meta es evitar cuántas miradas pudiera. ¿Cómo estaré toda mi vida amarrada a este cuerpo… este cuerpo que jamás se verá bien adornado? pues mono queda. Es que, los vestidos, maquillaje, tacones y demás, son cosas que me gustan, pero que están destinadas a mujeres hermosas, despampanantes, perfectas, bellas… mujeres como Louan y Cecile… no como yo.

—Por más que te mires no cambiarás lo que se refleja en la ventanilla del auto, Petra. Así que centrate en el vestido, por lo menos.

—Eso lo sé, Cecile.

—¿Por qué te ves pálida? —me pregunta con lo que sé no es preocupación, es más bien… reproche— ¿Qué te pasa?

—Más te vale no desmayarte, levantarte será casi imposible—dice él mientras sube al auto—, ¿Cuántas libras van ya, niña? Deberías simplificar un par de cosas y comer menos.

Todo estaba mejor en mi imaginación.

—Yo la cargaría —me susurra Porter mientras pasa a mi lado y sube al asiento del conductor—, sientase libre de desmayarse.

Oculto al leve risa que compartimos bajando la mirada.

—Disculpe la demora, jefe. Estaba ayudando a su padre a terminar la casa para Cheshire.

Cruise lo ignora. Porter sin verse sigue con su trabajo.

Cuando comencé a pensar que finalmente tenía una familia de sangre, que quizás, aunque me abandonaron ellos de verdad se habían sentido mal y me amaban, que yo era algo remotamente importante… vine aquí cual obeja a su matadero. Tía Karenina tenía razón, ¿Por qué tanto interés que en yo fuera allá, pero no irme a ver? ¿Por qué jamás me hablaron directamente a mí o dieron la cara? ¿Por qué esperar tantos años? ¿Por qué todo se solucionó por llamada con mami Ingrid? ¿Por qué no dieron la cara cuando debieron? ¿Por qué mi madre adoptiva me había dejado venir sin rechistar? Ni siquiera lloró al verme marchar por el aeropuerto de las Américas… Solo me abrazó y dijo que su trabajo había terminado, que debía volver a mi nido….  La única que de verdad lloró fue mi tía… ¿Por qué todo se volvió tan… tétrico?

Tía Karenina le reventaría la cara a puñetazos a Cruise si supiera las cosas que me hizo… Ella sí me protegería. ¿A Cecile? También, a todos les partiría la cara. 

Salgo de mis pensamientos y entonces, no pude evitar escanear a mi hermana, tiene un vestido rojo vino, ceñido. Ella es hermosa. Delgada. Alta.

Perfecta.

Cuando me paro a su lado se siente el contraste. ¿Por eso siempre se queda a mi lado en las fiestas?

—Mamá, ¿Cómo me veo? ¿Te gusta mi vestido? —le pregunta ella.

—Hermosa. Mis niñas son hermosas.

—Siempre tienes que meter en todo a Petra ¿No, mamá?  —dice sin mirarnos—¿No has tenido suficiente con meterla a la fuerza en la casa? De no ser por los abuelos, ya la hubiese echado.




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