Hagamos parpadear las estrellas

Capítulo 15 - 11:11

"Quédate tanto que ya no te extrañe, pero no me dejes olvidar que te extrañé, así te cuidaré."

New York, domingo 04 de octubre, 2015

Las luces de la carretera nos hacen compañía, un silencio nos hace sentir cómodos. 

Hemos conducido por veinte minutos. Todo está tan oscuro que siento una soledad placentera, a su lado. Cada vez que nos alejamos más de mi casa mi deseo de no volver incrementa. 

Puedo meterme en problemas por esto, pero no me importa.

Miro por la ventanilla y me aferro más a la camiseta. Una gran sonrisa me est´s llevando a creer que quizás podría hacer esto más seguido. A su lado quiero que la noche sea eterna. Ahora quiero que, si es un sueño, nunca me despertaran.

—No sobre pienses, pianito, todo va a estar bien.

—¿Puedes pedir algo más fácil?

Entre risas pone su mano sobre mi rodilla, y si a eso le añades que conduce bonito, pues… —¿Te molesta si pongo la mano ahí?

—N-no, para nada.

¿Acaso eso es un rubor en sus mejillas? —¿Y ese vestido?

—¿No te gusta?

—Me encanta, pero no parece salido del mismo armario que la ropa que vi en la escuela y el cementerio.

—¿Eso que se supone que significa? —le pregunto con diversión.

—No tiene que significar nada, pianito, solo es una pregunta.

—Es de mi hermana.

Una carcajada ronca se le escapa y me dio un leve apretón en la rodilla. Puedo jurar que casi se me sale el corazón. Eso no es normal. El condenado corazón me está palpitando tan fuerte que siento que él podría escucharlo.

—¿D-dónde ir-remos? —digo como pude.

—Dijiste que, a mi piso, pianito, allá iremos. Planeo hacer algo divertido y —me mira y se ríe —¿Que estás pensando, pervertida? Me refiero a ver una película y comer palomitas, quita esa cara, pianito.

Me di cuenta de que sí, sí soy pervertida.

—Lo siento —susurro.

—¿Qué creías que iba a hacer, pianito? —lo miro, él no puedo estar esperando que dijera en voz alta que creí que se refería a hacer el amor —¿Sabes qué? Mejor no me lo digas, creo que ya lo sé.

—No —susurro escondiendo mi cabeza casi entre mis piernas.

—Si te hace sentir mejor, no planeo hacer eso. Eres una niña, no haría eso contigo.

¿No lo haría conmigo?

La voz que usó fue muy divertida y tierna, me gusta que hablase así. Pero que me dijera niña es algo que no me gusta. No soy una niña, no soy una cría.

—¿No lo harías conmigo?

—Eres —me mira de lado —una niña.

—No soy una niña.

—Eres una niña, Petra.

—¡No soy una niña, Thomas!

Se ríe fuerte de mí —Acabas de hacer una rabieta.

—No me veas como una niña —suplica en un susurro—, así no funciona esto.

—Creo que así es exactamente como funciona, pianito. Tienes dieciséis.

Sin el tráfico se le hace muy fácil mirarme mientras conduce, sin embargo, luego, veo que para ante un semáforo… ¿Él es el tipo de hombre que se para en un semáforo, de noche, aunque no haya nadie alrededor? Pues sí y eso me encanta.

—¿Cuántos tienes tú?

—Tengo veintiuno.

—Solo es —calculo rápido, y entonces, al cambiar a verde él arranca —una pequeña cantidad de cuatro años.

—¿Eso que se supone que significa, pianito?

—A mí no me importa la edad. No es como que podrías ser mi padre, o algo por estilo.

¿Qué acabo de decir?

Ahoga una risa —Lo siento, pianito, creo que no he escuchado bien, ¿Podrías repetir?

Ay no…

—Y-yo no dije nada —cierro ojos previendo cualquier cosa.

Carcajadas secas y profundas salen de él —Sí, lo dijiste, dijiste que no te importa la edad.

—Escuchaste mal —murmuro.

—He escuchado bien.

—Difiero…

—Confirmo, querida.

Me asusta un poco cuando siento que el auto dejó de moverse para terminar con él cerca mío, lo sé por la calidez que emana —Que cierres los ojos no hace que las cosas desaparezcan, pianito. Ábrelos.

Lo hago lentamente sabiendo que él está cerca mío. 

—Llegamos —miro hacia mi ventanilla y veo una linda casa llena de flores, debe ser ahí.

—¡Que bien! ¡Vamos! —salgo rápido por obvias razones.

Camino casi en zancadas para llegar a la bella casa y dejarlo atrás.

—¿A dónde vas? —cuestiono divertido tomándome del codo —¿Estás escapando?

—¿Yo? —suelto una risa que más bien suena nerviosa —¿Por qué? Solo iba a tu casa, ya sabes, porque es de noche y no es bueno estar tanto tiempo afuera.

—Mi casa, pianito —señala en la otra acera—, es allá.

Ay no…

—Cuando te sonrojas te ves tierna, pero te juro que no quiero que andes nerviosa conmigo. En cuanto quieras regresar me dices y me encargare de llevarte sana y salva. ¿Sí?

Amaría tomarle una foto; la manera en que me está mirando destila ternura y picardía. Así lo definiría a él. Pícaro y tierno.

—¿Qué pasó, pianito? Te has reído, ¿Te doy risa?

—Nop.

—Estás muy callada, ¿Ya la he cagado? —pregunta divertido.

—Nop. Solo estoy pensando.

Asiente.

—Estaba pensando en que me agradas mucho, Thomas... No quiero arruinarlo.

—Calma, pianito, tómalo con calma, todo sale mejor así —lo sigo al caminar —, yo tambié tengo miedo de arruinarlo.

Camina algo nervioso, y eso me hace sentir aliviada: al menos no soy la única.

—Hemos llegado a mi hogar, pianito.

Subo la mirada, una bella casa. Tiene cierto aire de cabaña, paredes de ladrillos y muchas masetas alrededor. Cada pieza parece tallada a mano, diviso un jardín a lo lejos, también una pequeña fuente, todo es muy bello y artesanal.

—¿Entramos, pianito? —asiento —¿Estás asustada?

—No —niego—, créeme que no.

Sí, lo estoy pero de la buena manera. La clase de miedo que sientes cuando no puedes esperar más. Más bien ansiedad por que pasara rápido lo que sea que sucederá, pero porque lo quieres.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.