Hagamos parpadear las estrellas

Capítulo 19 - Color rosa malva y polvo de estrellas

“Ya caí."

New York, lunes 05 de octubre, 2015

Los chicos se retiran y poco a poco él deja de mirarme. Casi como si lentamente cayera en un tipo de abismo, casi como si él se llenase de algo que no le dejaba contemplarme. Se va hacia el baño y escucho el sonido del agua correr. Le quiero aquí. Pero no llega.

No sé qué ha pasado con Sophie, y eso me molesta.

—Petra —se acerca y me toma del codo, me levanta con él, cuando mira mis palmas y mis brazos suelta una maldición; me mira a los ojos, los suyos se ven negros, casi abismales, como aquella vez que lo vi en el anfiteatro —¿Te duele?

—Un poco, ya no tanto.

—No puedo creer que esto haya pasado. ¿En qué mundo…?

Sonrío un poco melancólica mientras me aferro más a él —En el de él.

—Me odio un poco.

Sus palabras me sacan de órbita, no sé a qué se refiere, pero que él se odiara a sí mismo es algo que no puedo permitir.

—¿Tú? —asiente mirándome a los ojos —Tú no has hecho nada, no es tu culpa.

—Yo te saqué de tu casa, yo provoqué esto. Lo siento tanto, Petra.

—No me obligaste a nada, ¿Sí? Está todo bien. Esto no es tu culpa —tomo su cara entre mis manos, ignorando el hecho de que era más alto, le beso. Es la primera vez que le besa yo, y solo quiero que sienta que no es su culpa, que no le odiaba, que no debe sentirse inseguro.

Yo sé lo que se siente eso, y no lo quiero para él.

Pasar sentimientos a través de los labios es la manera más maravillosa, en especial si es sin palabras y con ternura.

Sus labios no se mueven contra los míos, yo tampoco me muevo. No es como los besos pasados, no es con la intención de sacarlo de sí, o de que le gustase, quiero pasar un sentimiento para él, que supiera que no culpo a su persona. 

La magia en esto… es que todos los tipos de besos imaginables, los imagino con él.

Con él es más que un roce de labios. Es un roce de almas.

Y como si fuera poco, escucho un sollozo. 

Llora, ¿Por qué llora mi flor?

Thomas está llorando, abro los ojos y vi como él los cierra evitando con dolor el verme. Se aferra a mi cuerpo con cuidado, sus lágrimas caen y entierra mi cabeza en su pecho. Me deja entre sus brazos y se siente tan magnífico.

Tiembla contra mí… 

—Dios mío, como amo poder llorar contigo —dice con susurros.

—No muchos hombres llorarían de esa manera frente a una chica —le digo con diversión.

—Me costó muchas horas de terapias, pianito.

Seguimos abrazados. En este momento no pienso en mí, ni en mi dolor. Ahora me interesa solo el suyo. Ahora él y sus lágrimas son mi atmósfera envolvente; mi burbuja solo lo rodea a él.

Pide perdón sin parar, entre sollozos y lágrimas. Se me olvida todo, ahora solo existimos él y yo. Solo el pelinegro y yo, en esta dimensión alterna, donde no hay nadie más, donde ya me siento en tranquilidad; dónde yo tengo una calma suficiente, como para intentar calmar su propia marea.

—Cuando te vi —se aferra más a mí—, en el piso, te juro que casi me muero. Sentí que la garganta se me cerraba. No supe… no entendí, yo…

—Estoy bien. Estoy aquí, estoy contigo —repito varias veces eso, acariciando su espalda —. Todo está bien.

—Estabas llena de sangre en el costado —me abraza más fuerte y hago una mueca de dolor, aunque no le digo nada porque no quiero que pare—, y tu cuerpo está lleno de moretones.

—Lo sé.

—Me duele, y no sé por qué.

Alejo mi cara de su pecho, miro su rostro, sus ojos están cerrados derramando lágrimas, sus labios tiemblan, sus facciones dan señales de dolor.

—Por la misma razón por la cual me duele verte llorar.

Él abre los ojos y me mira. 

Sus bellos ojos vuelven a su relajado color normal, ese que tanto amo, que puedo pasar milenios viendo, que puedo dibujar, pero no replicar. Veo casi en un flash el dibujo que había hecho de él, duro horas haciendo los ojos y no le hacen justicia. Esos ojos son tan especiales que un dibujo o una foto no pueden compararse a un recuerdo; mucho menos a verlos cara a cara.

—¿Cuál?

—No sé aún —contesto en un susurro —, es un misterio que las estrellas aún no me han confesado.

—Estás un poco obsesionada con las estrellas.

—Y tú con las flores.

—Últimamente en una sola.

Luego de una tierna mirada besa mi frente y mi alma se estruja de pensar que alguna vez este sentimiento puede cambiar.

—No dejaré que te haga daño otra vez —cierro los ojos ante su tacto—, lo prometo.

—Thomas —susurro su nombre, deseando que nada dejara de pasar, que me mirase de esa manera para siempre, que mis ojos siempre pudieran contemplarlo, que sus labios estuvieran bañados por los míos, que nadie más pudiese lacerar mi vida. Con él las inseguridades se deshacen, y las raíces de sonrisas vuelven a mi rostro.

—Amo la manera en que suena mi nombre cuando tú lo dices —sonríe un poco —, y amo la manera en que tus cachetes se ponen rojos cuando estás celosa.

—¿Q-qué? ¿Celosa? Y-yo no.

—Sí, de la rubia, Petra, pero no te preocupes, no me interesa ella.

—¿No? 

Avergonzarme es tan yo, que ya ni quiero cambiarlo —No, me interesa cierta pelirroja con pecas, ojos de diferentes tonos. ¿La conoces?

Quedo pasmada ante sus palabras. ¿Yo? ¿Le intereso? Siento el corazón cómo se llena de cosas que nunca había sentido. Algo en mi estómago, parecido a la ansiedad, pero más placentero, me llena. ¿Esas son las famosas mariposas? 

—No me puedes decir que no sabías que me interesas, pianito. Eres inocente, pero no para tanto.

—¿Te intereso?

—Pianito, me halaga que creas que te tengo tan presente sin intenciones, pero me preocupa que no lo sepas.

—¿Te intereso? —vuelvo a preguntar.

—¿Solo vas a decir eso? —no digo nada —Sí, pianito, me interesas, no beso y lloro con cada chica a la que le llevo encargos de flores. No soy tan fácil.




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