Hagamos parpadear las estrellas

Capítulo 23 - ¿Me odias?

"La verdadera razón por la cual el corazón roto es el placer más doloroso, simplemente radica en que... por más que te advirtieran, supieras el desenlace o lo que sea, elegirías a tu verdugo de nuevo."

New York, martes 06 de octubre, 2015

—Esta mañana vi a tu madre aquí. 

—Thomas se encargó.

Él asiente lentamente —Al parecer él te ha hecho mucho bien.

—¿Crees que pueda suceder algo… entre él y Sophie?

Voltea su cara para dar conmigo y mirarme como si fuese una alienígena, o que la estupidez más grande del mundo salió de mi boca.

—En serio no entiendes a los hombres —se burla—, ¿No has visto cómo te mira?

—Ella lo mira…

—¿Y? ¿Qué importa cómo ella lo mira? Cuando un chico se centra en una chica, el mundo puede hacer lo que sea y él no la va a soltar. Además, Sophie no es su tipo.

—¿Cuál es su tipo?

—Las chicas que yo odio —dice—, le gustan esas chicas que se sienten maduras y tiernas a la vez. Eres completamente su tipo.

—¿Ha salido con chicas así antes?

—Nunca ha salido con una chica, 

Que extraño…

—¿Me odias?

A decir verdad, jamás pensé en una situación cómo esta. Es la primera vez que tengo a Hayes sentado a mi lado en pleno silencio. Su pelo negro está casi inmóvil, él tiene los ojos cerrados y parece ignorarme. 

—¿Te he hecho sentir eso alguna vez? —me pregunta él ahora a mí luego de unos segundos.

Viéndolo de cerca me parece incluso alguien tierno…, me sorprende que no tengo nada negativo que decirle.

—La verdad es que… no he entendido nada de las cosas que siento de ti.

—Entonces he hecho mis cosas bien —se burla.

Venir al lugar que probablemente sea el más vacío de toda la escuela y encontrarme con él aquí, a solas, quizás no sea lo mejor. Sin embargo, entre el drama de mi mente y el de mi realidad, no sé cuál me hiere más, así que no podía suceder nada que fuera peor.

—¿Hayes?

—¿Uh?

—¿Me odias? —le repito.

—¿Cuál es tu definición de odio? 

—¿La definición de todo el mundo? —le digo confundida.

—Odio es la repulsión hacia una persona y el deseo de que le hagan daño —me informa—, siento eso hacía muchas personas.

—¿Soy una de ellas?

—Yo no quiero que te hagan daño —me sonríe—, si eso es lo que piensas.

—¿Entonces sí sientes repulsión por mí?

Se queda callado.

—¿Sientes repulsión por mí?

—¿Quién no?

¿Qué?

—Eres la niña perfecta, que aunque le suceden cosas malas siempre anda haciendo las cosas bien, con una sonrisa y eso, Petra, es un poco molesto. ¿Sabes?

—Entonces sí sientes repulsión.

—Teóricamente esa parte del odio sí.

Se recuesta contra la espalda del banquillo y cierra sus ojos. 

—¿Por qué odias a todo el mundo?

—Por lo mismo por lo que los demás lo hacen —lanza una piedra hacía algún lado—, solo les devuelvo la jugada.

—Tú hermana no te odia.

—En el fondo sí lo hace —suelta una carcajada demasiado interna, casi como si quisiera burlarse de sí mismo—. Yo la odio a ella.

—¿L-la odias? Pero es tu hermana.

—¿Ves? Ahí vas, siendo la buena niña. ¿Me juras que tú no odias a la tuya, Petra?

Él se concentra en mis ojos y hace dudar. Una gran parte de mí pensaría en esa pregunta unos largos segundos para entenderla, pero mientras más la piense peor será la respuesta.

—Yo no...

—¿No la odias, en serio?  —cuestiona con la ceja levantada— ¿No te duele pensar que todo lo que te falta, a ella le sobra? ¿No te duele sentir que ella jamás sabrá lo que es ser tú?

—¿Tú...?

—Nosotros, ambos, sentimos eso. 

—Clover perdió exactamente lo que tú perdiste, ella lo perdió también.

—Imagina esto, Petra. Tú padre se va, siempre has sido el chico problema, pero tenías a tu padre quién se reía de tus bromas. Tu madre solo tenía tiempo para su empresa. Pero no te importaba tanto, tu padre estaba ahí. Color de rosita, pero ¿Sabes qué? Él se va, ella termina odiándote por eso y te quedaste sin padre, sin mamá y sin maldito rejuego, porque ella te odia.

Lo miro. ¿Cómo podía decir esas cosas y mantener una sonrisa en la cara?

—¿No odiarías tú también? Se llama no dar una mierda por nada. Inténtalo, te servirá. Y sí, Clover aún tiene a Hannah, eso es algo ¿No? —lo miro mientras él mantiene su aura frívola —Así como yo la odio a ella, tú odias a Cecile. Quizás no somos tan diferentes, quizás ambos somos mierda. Solo que tú no lo aceptas y yo hasta me revuelco en ella.

—Pero...

—Lo único que nos diferencia es que tú decidiste sonreír en el espejo y yo decidí sacarle el dedo a todo el mundo. Acéptalo. Quizás así entiendas que no eres el cuento con final feliz, no eres la princesita que solo hace bien. No eres la princesita bondadosa, tampoco quieras serlo. Deja de fingir ser buena chica siempre.

—Yo no la odio...

—La odias, así como me odias a mí.

Es cierto…, los odiaba a los dos, porque ambos sacan lo peor de mí. Ella tuvo todo lo que yo nunca pude y él me enseña en un espejo lo que yo era.

—Yo no te odio... —me defiendo.

—Mientes.

—No —miento—, es cierto, yo no te odio.

Me mira burlón —Me odias. Y está bien, yo te odio.

—Yo no te odio —susurro mirando mis pies.

—Me halaga que me odies, el odio es un buen reemplazo del amor.

Su tono de voz me hace sentir tan pequeña, tan minúscula y débil.

—Yo —lo miro —... No te...

—Me odias. Me lo merezco.

Me ofende tanto como comienza a fumar y a echar eso en mi cara, ¿Qué gana con eso, demonios?

—Te odio —le susurro.

—Lo sé.

Saca un cigarro más. Lo pone en mis piernas, me asusto, pensé que me quemaría.

—No soy un imbécil tan imbécil. Está apagado. 




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