Hagamos un trato

Capítulo 1

(Seis meses antes)

Nunca pensé estar viviendo esto. No, miento, en realidad este momento era mi peor pesadilla en los últimos meses, pero todavía había algo dentro de mí que anhelaba creer, que se abrazaba con fuerza a las últimas esperanzas.

Observo por la ventana, el clima está igual que mi alma, afuera está gris y hace frío, pero no creo que más frío que el que siento por dentro. No hay mucha gente, ya está oscureciendo y todos han partido a sus casas a descansar. Solo quedamos papá y yo, juntos y a la vez separados.

Lo observo en la distancia, está sentado al lado del cajón y la observa con una tristeza que no soy capaz de describir, es como si parte de él se haya ido con ella. El cansancio de su alma se traduce en sus ojeras, en su piel arrugada y en los años que le han caído encima en tan solo unos meses. Creo que a mí también me ha pasado algo similar, aunque no se note en mi piel ni mis ojeras.

Tengo solo veintiún años, pero siento como si de pronto se han convertido en sesenta. Ya casi no puedo recordar la última vez que hice algo de adolescente irresponsable, no salgo, no voy a fiestas, no conozco gente nueva y a duras penas he logrado conservar a un par de amigas. Dicen que en los momentos difíciles es cuando conocemos a quienes realmente nos quieren, no creo que haya nada más real que eso.

Cuando todo esto comenzó, hace casi tres años, todas mis amigas estaban a mi lado, incluso aquellas compañeras que no eran muy cercanas se solidarizaron conmigo, pero con el tiempo, a las personas les cuesta mantener el ritmo de las tristezas de los demás, es como si les resultara demasiado pesado. En cierta forma lo entiendo, cada quién carga con su propia mochila para encima cargar con la ajena.

Me hace mucha falta, nunca pensé admitir esto, pero en todo este tiempo no he podido dejar de pensar en él. Me siento tonta al hacerlo, ahora mismo, mientras observo la calle por la ventana, me gustaría imaginarlo llegando, abriendo la puerta y dándome uno de esos abrazos que para mí representaba el mundo entero. Creí que lo había superado, que era capaz de vivir mi vida como si él y yo nunca nos hubiésemos conocido, como si no hubiésemos sido los mejores amigos durante nuestra infancia y parte de nuestra adolescencia, como si no lo hubiese amado de una manera que desgarró mi alma.

La puerta se cierra cuando se va el último conocido de mi padre que lo vino a saludar. El guardia nos dice que, durante la noche, el salón permanecerá con llave, pero que si viene alguien, le podemos avisar para que abra.

La noche será larga, y no sé si papá podrá aguantar una noche larga más. Lleva días soportando la incertidumbre de no saber cuándo sería el final. Me siento mal, pero por un lado creo que mamá está mejor ahora, lejos de ese sufrimiento que la atormentaba tanto. Y no es que no la extrañe, no es que no sienta su pérdida o su ausencia, simplemente no podía seguir viéndola sufrir así. La gente que ha venido ha repetido eso una y otra vez, que ella ahora está mejor y ya no sufre. No sé si será cierto, me gustaría creer que sí, pero a papá cada vez que le dicen eso, parece que se le rompe un poco más el alma. Y lo comprendo, no sabe cómo seguir… y a decir verdad, yo tampoco lo sé.

Me levanto y voy a servirle un café, no ha querido comer nada en todo el día, pero necesita alimentarse y descansar, tengo miedo que se descompense.

—Papá, por favor no rechaces esto —digo pasándole la taza. Él la toma, sus ojos están rojos de tanto llorar.

Nos quedamos en silencio por un buen rato, yo me siento a su lado y ambos observamos el cuerpo gélido y pálido de mi madre, casi consumido por la enfermedad que la aquejaba.

—No sé cómo vamos a hacer esto —dice papá—, ella era el motor de la familia, Sol, yo no sé si seré capaz de…

—Papá, no pienses en eso ahora —susurro y él hace silencio—, saldremos adelante, ya lo verás. —Me recuesto en su hombro.

No sé de dónde saco esta fortaleza, por dentro siento que estoy rota, que mi corazón es de cristal y se ha partido en muchas partes, tantas que quizá ya no lo pueda juntar jamás. Pero mi papá necesita de mí en este momento.

—Tienes que intentar dormir un rato, papá. Yo me quedaré despierta —ofrezco.

—No, no es justo, duerme tú, cariño —dice y me besa en la frente.

—Mira, duerme unas horas tú, y yo te despertaré luego, entonces dormiré yo.

Niega con su cabeza, lo sé, es terco y no se dejará vencer.

—Son mis últimas horas a su lado, no puedo dormir —dice y una lágrima cae por sus ojos.

Lo beso en la frente y me alejo un poco de nuevo, me siento en el sillón que da a la calle para perderme un poco en el exterior y dejarlo para que se despida en silencio y en soledad. El amor que se profesaban siempre fue un ejemplo para mí, siempre di gracias a Dios por tener unos padres que se amaran tanto, hoy en día, que ya no hay familias unidas, la mía era un tesoro.

El dolor de mi padre es palpable en el aire, ellos eran uno solo, en todos los aspectos que uno pueda imaginar. Si yo me siento perdida, no puedo dimensionar cómo se sentirá él, y la verdad es que temo que su dolor sea tan grande, que termine por tragarlo.

Vuelvo la vista a la ventana y los recuerdos caen sobre mí sin que los llame. Se suceden uno tras otro, sin orden cronológico, sin mucho sentido. Cosas que creía olvidadas aparecen en mi mente y las lágrimas fluyen en silencio.

***

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