Hagamos un trato

3| Una buena explicación.

Estoy parada afuera del baño de hombres, esperando a que el imbécil que tiene mi celular se digne a salir

Olivia

Estoy parada afuera del baño de hombres, esperando a que el imbécil que tiene mi celular se digne a salir.

Hace quince minutos me parecía lindo. Ahora quiero golpearlo con la tapa del inodoro.

Si la profesora me odiaba antes, ahora probablemente me quiere ver ardiendo en el infierno. No la culpo. Ni yo me soportaría. Y sí, se que la alarma no "decidió sonar sola", pero juraba que la había puesto en silencio.

Miro el reloj por enésima vez. Nada.

¿Y si el tipo es uno de esos que graba bromas para subirlas a internet? No pienso convertirme en el meme de la semana.

—Está bien —murmuro para mí—, si no sale en treinta segundos, entro.

Un Misisipi... dos Misisipi... tres—

La puerta del baño se abre.

No es él. Pero alcanzo a ver el interior vacío, así que aprovecho y entro sin pensarlo dos veces.

No sé qué esperaba exactamente de un baño de hombres, pero no es como me lo imaginé. Este lugar se ve... limpio.

Doy un vistazo general desde mi posición, sin sentirme muy valiente como para avanzar más allá de la puerta.

—¿Dónde demonios te metiste...? —susurro extrañada.

Nada.

Estoy a punto de darme por vencida cuando escucho una risa apagada que proviene de uno de los cubículos. Me acerco al lugar y me agacho para mirar por debajo. Efectivamente, hay un par de zapatillas en el cubículo tres.

—¡Oye, tú! —grito—. Ya sé que estás ahí, ¿puedes dejar de comportarte como un niño y salir de una vez?

Escucho otra risa. Perfecto, encima se burla de mí.

—Hablo en serio —insisto, cruzándome de brazos.

El chico comienza a abrir la puerta del cubículo lentamente, pero antes de que pueda salir, escucho la puerta principal del baño abrirse.

¡No, no, no!

Mi cerebro entra en modo pánico buscando una excusa que justifique el por qué estoy aquí cuando, de pronto, alguien me agarra del brazo y me jala adentro del cubículo.

Choco contra algo.

O mejor dicho, contra alguien.

—¿Qué se supone que estás haciendo? —le susurro furiosa.

—Evitando que alguien te vea y hagas el ridículo —responde con total calma.

—¿Perdón? ¿Te recuerdo cómo terminé aquí en primer lugar? —lo fulmino con la mirada.

—Sí, ya lo sé, pero tengo una explicación. —Me mira con una mezcla de diversión y nervios—. ¿Podemos dejar de hablar hasta que ese tipo se vaya?

Genial. Ahora estoy encerrada con él, en un cubículo diminuto, mientras escucho cómo alguien orina a menos de dos metros de nosotros.

Fantástico. Literalmente mi peor lunes.

Trato de no moverme, pero es imposible. El espacio es tan pequeño que puedo sentir el calor de su cuerpo contra el mío, así que aprovecho para observarlo de reojo.

Es alto, tiene el cabello negro como tinta y la piel pálida, lo que hace que sus ojos —igual de oscuros— resalten todavía más.

Y tiene una sonrisa...

Ay, no. No debería estar notando eso justo ahora.

El desconocido me atrapa mirándolo y sonríe.

Perfecto.

Me pongo roja como un tomate e inmediatamente desvío la mirada hacia otro lugar. Finjo estar interesada en... no sé, cualquier cosa que no sea su presencia. Y como primer acto benevolente hacía mí, el extraño decide hacer como si nada hubiera pasado.

Por suerte, el chico del otro lado termina su asunto, se lava las manos y se va.

El silencio vuelve, y puedo escuchar solo el sonido de nuestras respiraciones.

—¿Ya me puedes dar el celular? —digo, tratando de sonar firme.

—Claro. —Lo saca del bolsillo y me lo entrega sin más.

¿Tan fácil? ¿Entonces para qué me lo quitó?

—Gracias. Bueno... me voy —digo, abriendo la puerta del cubículo.

—¡Espera! —me detiene—. Olivia, ¿cierto?

Me quedo quieta.

—¿Cómo sabes mi nombre?

—Tu mamá te mandó un mensaje justo antes de que entraras. Decía algo sobre no repetir "lo del año pasado". —Trata de no reírse, sin mucho éxito.

—Perfecto. ¿Ahora sí puedes decirme qué quieres?

Se rasca la cabeza, incómodo.

—Sí, pero... ¿podemos hablarlo fuera del baño?

Suspiro. —Está bien

Nos disponemos a salir del cubículo y caminar hacia la puerta. Sin embargo, ambos nos detenemos cuando al abrir la puerta del baño nos encontramos al señor de limpieza, quien lejos de parecer sorprendido, se le ve irritado.

—Apenas son las nueve y media —dice con voz cansada—. Y ustedes son la quinta pareja que encuentro teniendo sexo aquí. Salgan de una vez.

Intento explicarle que nosotros ni siquiera nos conocíamos, pero el chico se adelanta.

—Gracias, ya nos íbamos —dice, tirando de mi mano para sacarme de ahí.

Se le está haciendo costumbre jalarme.

—¿Por qué dijiste eso? —lo enfrento en el pasillo—. ¡Ahora ese hombre pensará que tuvimos sexo!

—¿Y qué querías que dijera? —responde encogiéndose de hombros—. No nos iba a creer de todas formas.

Camina tranquilo, como si no acabáramos de vivir la escena más vergonzosa de mi vida.

Lo sigo, esperando que hable. Pero no lo hace.

—¿Ahora sí puedes decirme por qué me quitaste el celular? —pregunto.

—Es una historia larga —dice, mirando hacia el salón—. ¿Podemos hablarlo después de clase?

Este chico es un fastidio.

—No. Me lo vas a decir ahora, porque si fuera por mí no volvería a cruzarme contigo —digo irritada.

Hay pocas personas que me caen mal. Es difícil que alguien se gane mi molestia, pero este chico acaba de ganarse el primer lugar en la corta lista de las pocas personas que no tolero en el mundo.



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En el texto hay: humor, secretos, amor

Editado: 02.11.2025

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