Olivia
¿Cómo demonios se enteró de los tratos?
¿Y de cuál de todos está hablando?
Esas son las preguntas que han estado torturando mi cabeza las últimas dos horas. No pude concentrarme en clase, ni copiar una sola palabra de las diapositivas, intentando encontrar una respuesta lógica.
Pero no la hay.
Yo fui cuidadosa. Demasiado cuidadosa. Hablé con cada persona con la que hice un acuerdo, me aseguré de que nadie dijera nada. Les dejé bien claro que no podían decir nada.
Ellos no dijeron nada.
¿Verdad?
Mierda.
Mierda.
Mierda.
—¿Te vas a quedar aquí? —pregunta Antonella, mi mejor amiga, mirándome con curiosidad.
Estoy sentada sola en uno de los pupitres. La clase terminó hace rato y, al parecer, no me di cuenta de que todo el mundo ya se fue.
Incluido el profesor.
—No… —respondo, mirando alrededor—. ¿Dónde está Claire?
—Se fue al comedor a buscar mesa. Ya te imaginarás lo lleno que está —dice sin levantar la vista del móvil.
El comedor.
Claro. Yo debería ir a almorzar con ellas, pero tengo una reunión pendiente con cierto chico de cabello negro y talento especial para arruinarme el día.
—Justo sobre eso… —Antonella deja el celular y me clava la mirada—. Tengo que reunirme con mi compañero. Eh… quedé con él para coordinar el trabajo —digo, intentando sonar casual, aunque mi voz tiembla un poco.
—¿El chico lindo al que perseguiste esta mañana? —se ríe, recordando el desastre—. Él era muy sexy y todo, pero de verdad, Olivia, todavía no entiendo qué te pasó por la cabeza. Rooney casi colapsa cuando los vio salir del salón.
—¿Quién es Rooney?
—La profesora, tonta.
Cierto...
Bueno, me lo puedo imaginar. La señora Rooney ya me odiaba desde antes de eso incidente; ahora debe tener mi foto pegada en su diario personal.
—Ni que estuviéramos en el colegio —ruedo los ojos—. Prometo contarte todo apenas termine de hablar con él, ¿ok?
Antonella sonríe, divertida.
—Está bien. Pero llámame apenas termines. Quiero todos los detalles.
Cuando se va, el silencio del salón se siente enorme.
Reviso mi celular. Un mensaje nuevo.
«Olivia, ¿para eso te compramos un celular? Te recuerdo que este año no toleraré que me dejes con la misma preocupación del anterior. Respóndeme apenas termines tu clase.»
Suspiro.
Mi madre y su talento para dramatizar cualquier cosa.
«Lo siento, tuve un problema con la alarma. Te veo en casa», le escribo rápido antes de que me llame al decanato.
Guardo el teléfono, agarro mi bolso y salgo rumbo a la cafetería.
A donde me espera el chico que, por algún motivo, sabe demasiado.
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La cafetería está repleta, como siempre.
Entre el ruido y las tazas, logro encontrar a mi compañero sentado al fondo, con un café en la mano y cara de que no rompió un plato en su vida.
Respiro hondo dos veces, para disimular los nervios, y me acerco.
Sebastián —así se llama, según me dijo— levanta la vista y me sonríe con esa boca cerrada que parece decir “no muerdo… todavía”.
—Hola, qué bueno que viniste —saluda con calma.
Arrastro la silla, intentando parecer tranquila, y me siento frente a él.
—Bueno, tú pediste hablar, así que aquí estoy —digo, entrelazando los dedos—. Ahora podemos empezar sobre quién eres, cómo te enteraste de los tratos que hago, con quiénes los hago y, sobre todo, por qué demonios sabes que los hago.
Lo suelto de corrido, como quien arranca una curita.
La seguridad ante todo Olivia.
—Ehh… claro —responde, algo nervioso—. Soy Sebastián Bachet. No tengo ni idea por qué haces tratos. No conozco a la gente con la que los haces… y tampoco sabía que eran varios.
Perfecto, me delaté sola.
—Vayamos al grano, Sebastián Bachet —le corto, cruzando los brazos—. ¿Cómo te enteraste?
—Ehh... antes necesito pedirte un favor. —Se inclina un poco hacia mí—. No le digas a la persona involucrada que me contó. Es importante que no lo hagas.
Abro la boca. La cierro. La vuelvo a abrir.
—¿Alguien te lo dijo?
No puedo creerlo.
Él se muerde el labio.
—No exactamente. Me enteré de otra forma… pero esa persona no sabe que yo sé.
Genial. Un acertijo humano.
—¿Y puedo saber quién es esa persona misteriosa?
Hice tratos con muchas personas, pero sé el nombre de cada una de ellas. Si el me da un nombre falso, lo sabré.
—Solo prométeme que no vas a decirle nada —me ruega. Sus ojos —negros, intensos y peligrosamente bonitos— me suplican.
Suspiro.
—Te lo prometo.
Sebastián asiente, respira hondo y finalmente suelta:
Editado: 02.11.2025