11 años
Tenía once años y acababan de descubrir que yo era buena inventando excusas.
Gran problema.
Una compañera, Mariana, se olvidó de hacer la tarea de ciencias y quería que mintiera para que la maestra no la reprobara. Solo tenía que decir que había estado enferma y que yo me había llevado su cuaderno para que copiara.
—Por favor, Olivia, solo esta vez —me rogó, con las manos juntas como si estuviera rezando.
—¿Y qué gano yo? —pregunté, fingiendo que lo pensaba.
Ella se quitó su pulsera del brazo, de esas que todas mis amigas y yo queríamos en ese entonces.
—Te la cambio por esto. Es la de las estrellas. ¿Tenemos un trato?
¿Una pulsera original por una pequeña mentira?
—Hecho.
Acepté. Era una buena causa: salvar una nota y ganar una joya.
El problema fue que la profesora nos creyó... y después todas las chicas del salón querían que "la abogada Fiori" las defendiera cuando no hacían la tarea.
—¿Cuánto cobras por una excusa buena? —me susurró Sofía una semana después.
—Depende del trato. ¿Tienes gomas de olor? —respondí, tratando de sonar profesional.
Terminé creando lo que llamamos El Club Secreto de los Favores.
Cada mentira tenía su precio: gomas de olor, pulseras, pegatinas o pedazos de pan con mantequilla del recreo... hacíamos tratos.
Duró hasta que me descubrieron.
La directora me miró con las cejas levantadas.
—¿Así que eras tú la mente maestra?
—Depende... ¿de qué exactamente me acusa? —intenté zafarme, sin éxito.
Tuve que prometer solemnemente que nunca volvería a mentir por nadie.
Promesa que rompí varias veces.
Editado: 02.11.2025