Olivia
—¿Cómo carajos conoces a Emilia? —le suelto a Sebastián, que empieza a ponerse blanco apenas pronuncia el nombre que más temía oír.
Emilia Moretti.
Solo escuchar ese apellido me provoca urticaria mental.
Es una de las chicas del comité de bienvenida, ese grupito de alumnos modelo que los directivos aman exhibir como trofeos humanos.
Gente con vidas perfectas, horarios imposibles y cero interés en mezclarse con simples mortales como yo.
—No la conozco directamente —dice al fin, toqueteando su taza—. Ya te dije que conozco solo a su novio.
—Ajá… —le arqueo una ceja—. Entonces, ¿cómo lo conoces a él?
El chico se pone rojo al instante.
Rojo semáforo.
Como si le acabara de preguntar su posición sexual favorita. La cual, no voy a mentir, me da curiosidad… pero no tanta.
Concéntrate, Olivia.
—¿Me vas a contestar? —insisto.
—Perdón, ¿cuál era tu pregunta? —dice, nervioso.
Tomo aire.
Calma, Oli. No le claves el tenedor.
—¿Cómo conociste al novio de Emilia?
—Eh… ¿en una fiesta? —responde, más dubitativo que mi conexión a internet—. ¡S-sí! En una fiesta. Nos hicimos amigos ahí.
Claro, y yo soy Taylor Swift.
—Bueno… digamos que te creo. —Alargo la “o” con toda la ironía posible—. Entonces, ¿cómo se enteró él del trato que hice con ella? ¿Se lo contó? Porque se supone que nadie debía saberlo. Era un secreto.
Mi corazón empieza a acelerar. Si alguien se enteró de ese trato, estoy muerta. Literalmente expulsada, y después muerta.
Sebastián baja la mirada.
—No. Emilia no le contó nada a Arón. En realidad… Emilia no sabe que él sabe.
—¿Qué?
Suspira y empieza su confesión:
—Resulta que Emilia tiene un cuaderno donde anota todo —dice, bajando la voz—. Un día estaban estudiando juntos, pero la llamaron del comité y tuvo que irse. Arón se quedó recogiendo sus cosas… y el cuaderno se quedó abierto.
Empiezo a sentir un mal presentimiento.
—¿Y? —pregunto.
—Leyó algo. Algo sobre ti. —Sebastián se humedece los labios, incómodo—. El trato que hiciste con ella.
Sebastián toma una pausa de su relato esperando una reacción de mi parte.
No se la doy.
Estoy muy asustada, pero lo mejor que puedo hacer en estos momentos es mantener la calma.
—¿Puedes ser más específico?
—Ella escribió todo. El favor que le hiciste, el motivo… incluso mencionó al profesor Díaz.
La sangre se me congela.
—Olivia —añade despacio—, sé lo que hiciste.
Mi pulso se dispara. No sé si correr o vomitar.
Mi mente me grita que huya, pero mis piernas no se mueven.
Sebastián intenta calmarme:
—Tranquila. No pienso contárselo a nadie, lo juro. Solo quería que entendieras cómo supe de ti… y por qué necesito tu ayuda. Puedes confiar en mí.
Pero no lo haré. No confiaré en él.
—Yo no te puedo ayudar en nada —digo, levantándome.
—Sí puedes —responde al instante—. Cuando la profesora Rooney mencionó tu nombre esta mañana, supe que eras la única que podía hacerlo.
Lo miro con desconfianza. Por favor, que no diga lo que creo que va a decir.
—¿Ayudarte? —repito.
—Sí. Tengo un trato para ti.
No.
No, no, no.
—Ya no hago tratos —respondo seca—. No después de lo que pasó con Emilia.
—Te juro que no es nada parecido —dice, con esos ojos de cachorro arrepentido.
—No entiendes —respondo, apartando la mirada—. Después de eso juré no volver a involucrarme en nada así.
—Por favor. Eres la única que puede ayudarme.
—Lo siento, Sebastián. No puedo. —Camino hacia la salida, pero él corre detrás y me agarra la mano.
—Solo escúchame —dice, casi suplicando—. Déjame explicarte por qué necesito hacerlo.
Su voz tiembla.
Lo miro unos segundos… y asiento.
—Te escucho —digo finalmente.
Sebastián me agradece y me pide que lo siga hacia otro lado para poder continuar nuestra conversación.
Y lo sigo.
_____________
Sebastián me cuenta su plan, y cuando termina, no puedo evitar reír.
—No puedo ayudarte con eso. Va en contra de mi moral —digo, cruzándome de brazos.
—Lo imaginé. Por eso quiero proponerte un trato —insiste.
—No haré ningún trato que te involucre a ti, ni a Arón, ni a Emilia —respondo.
Se volvió absolutamente loco.
—Entonces no me dejas opción —dice, con un tono que no me gusta nada—. Te ofrezco mi silencio a cambio de tu ayuda.
Abro la boca.
¿Acaba de… chantajearme?
—¿Me estás chantajeando? —pregunto con una risa nerviosa.
—Sí —responde sin dudar.
Mi cerebro colapsa.
—Lo siento —añade rápido—, pero no tengo opción. Y al parecer tú tampoco. Así que… ¿tenemos un trato?
Editado: 02.11.2025