Olivia
Han pasado cuatro días desde mi primera clase de Neurociencia.
Es viernes, son las nueve de la mañana, y la profesora Rooney sigue hablando del encéfalo como si de eso dependiera la paz mundial.
Hace una hora que la mujer lleva explicando lo mismo, pero me esfuerzo por parecer una alumna ejemplar. Nada de interrupciones, nada de incidentes. Solo una chica que ya le mandó un mensaje a su mamá y puso su celular en modo avión.
No pienso arriesgarme otra vez.
Pese a mi esfuerzo por concentrarme, hay algo —bueno, alguien— que no deja de distraerme.
Antonella.
Desde hace rato me lanza miradas y codazos cada vez que puede.
Según ella, el chico lindo de ojos negros no ha dejado de mirarme desde que empezó la clase.
Y tiene razón.
Pero las razones por las que lo hace son muy distintas a las que ella imagina.
—Se nota que le gustas demasiado —susurra, emocionada.
Ruedo los ojos y la ignoro, otra vez. He estado haciéndolo toda la mañana.
Durante la semana me enfoqué en mis estudios... y en Sebastián.
Hemos intercambiado mensajes y nos vimos un par de veces para hacer creíble, ante los demás, nuestra "amistad".
Y digo "amistad" porque no estamos ni cerca de serlo.
Hoy se supone que empezamos el trato, el cual es más suyo que mío. Si algo sale mal, la única perjudicada voy a ser yo.
Él me está presionando demasiado, y no puedo evitar pensar que esto no terminará bien para ninguno de los dos.
—Bien, alumnos —anuncia Rooney—. Como imagino que muchos no han coordinado con sus parejas, tendrán esta última media hora para organizar horarios y estructura del trabajo.
El salón se llena de movimiento.
Todos se levantan, incluida Claire, quien nos comenta que nos ve al salir de clases. Por otro lado, Antonella y yo aún seguimos sentadas, sin querer ir con nuestras respectivas parejas.
Yo porque no quiero fingir con Sebastián antes de lo necesario y ella porque le tocó trabajar con el chico más "raro" del grupo, según su criterio.
Aunque, sinceramente, yo no lo veo tan raro. Sí, se viste diferente a los chicos de nuestra edad... ¿y, qué?
A mí me parece original.
Además, no molesta a nadie.
—Ahí viene tu compañero, amiga —me avisa Anto, dándome un codazo y sonriendo de oreja a oreja.
Efectivamente, Sebastián se acerca, con esa sonrisa de chico bueno que no mata ni una mosca.
—Hola, linda —dice apenas llega.
Quiero reírme en su cara.
Ni loca dejo que un chico que conozco hace cuatro días me llame "linda", y mi amiga lo sabe. Pero, en lugar de fijarse en ese pequeño gran detalle, lo único que hace es lanzar un chillido.
—Yo me voy, tengo que buscar a mi compañero —dice, dedicándome un guiño cómplice antes de irse.
Perfecto. Ahora me toca enfrentar al pelinegro sola.
—Mi amiga cree que tú y yo nos gustamos —murmuro, sin mirarlo—. Ni siquiera le molestó que me dijeras "linda".
Sebastián se ríe.
—Tu amiga es muy tierna. Se nota que se alegra por ti. —Hace una mueca, avergonzado—. No sabía que tus amigas no estaban enteradas de... los tratos.
Por supuesto que no lo están.
Mientras menos personas sepan, mejor.
—Hubo un tiempo en que sí —susurro, echando un vistazo rápido a mis amigas—. ¿Podemos hablar del trabajo, por favor?
—Claro —responde, aunque enseguida añade—: pero recuerda que hoy es la cena con mi familia. A las ocho.
Lo miro de reojo.
—Ahí estaré. —Y con eso doy por terminada la conversación.
_____________________
«Ya estoy afuera de tu casa.»
El mensaje de Sebastián llega justo cuando termino de alistarme.
No he hablado con él desde la clase, pero acepté ir a la famosa cena familiar.
Es el inicio oficial de nuestro trato.
A partir de hoy quedan tres semanas y seis días para que él diga la verdad y yo pueda olvidarme de todo esto.
Me doy una última mirada al espejo.
Llevo un pantalón negro, un top de lentejuelas plateadas y un blazer blanco. Tacones negros —porque Sebastián es demasiado alto— y accesorios plateados. Mi largo cabello lleva unas ondas definidas y mi rostro un maquillaje natural.
Presentable.
«Ahí bajo.»
Respondo y salgo de mi habitación.
En la sala, mis papás ven una película. Las gemelas están en una pijamada, así que la casa está en paz. Con mi salida, mis padres tendrán tiempo a solas...
No quiero imaginarme lo que pueden hacer.
—Ya me voy —les aviso.
—¿Tienes las llaves? —pregunta mamá.
—Sí, aquí están. —Las saco del bolsillo y se las muestro.
Papá pausa la película y se asoma por la ventana.
—¿Por qué hay dos chicos esperándote afuera? —frunce el ceño.
¿Dos chicos?
—Eh... son... —piensa, Olivia, piensa.— Amigos míos. De la universidad. Uno está saliendo con Antonella —miento.
Papá me mira sin creer una sola palabra.
—¿Amigos de la universidad?
—Santiago, confía en nuestra hija. Nunca nos ha mentido —dice mamá, dándole un beso en la mejilla.
Editado: 02.11.2025