Hagamos un trato

8| Mi novia.

68747470733a2f2f73332e616d617a6f6e6177732e636f6d2f776174747061642d6d656469612d736572766963652f53746f7279496d6167652f6e6b7a766b6564714653473747513d3d2d3730323731303932342e313837303439376437386237393265613233383737343134343138362e706e67?s=fit&w=1280&h=1280

Olivia

Acabamos de llegar a la casa de Sebastián.

Treinta minutos de viaje y lo primero que veo al bajar del auto es un jardín repleto de flores, todas perfectamente cuidadas.

Arbustos recortados con precisión, un caminito de piedra y una fachada que parece sacada de Pinterest.

La casa Bachet no es una mansión, pero sí lo bastante grande como para que diez personas y tres perros vivan cómodamente.

Está en una de las zonas más exclusivas de la ciudad y, sin duda, es una de las más lindas que he visto.

Estoy tan embobada con el lugar que casi olvido que vine aquí a fingir ser la novia de mi compañero de clase.

Sebastián me toma del brazo para guiarme hacia la puerta, mientras Arón —quien ha dejado su papel de “novio oficial” para interpretar al “mejor amigo comprensivo”— camina detrás de nosotros.

Lo curioso es que esos dos tienen una historia más larga de lo que pensaba.

Se conocen desde siempre, pero no se dieron cuenta de que se gustaban hasta que Arón tuvo novia a los dieciséis. Sebastián se moría de celos, y aunque trató de disimularlo, no podía negar que algo pasaba.

Lo que él no imaginaba era que Arón sentía lo mismo.

La situación se alargo durante años, hasta que hace dos meses atrás —en una fiesta y con unas copas de más— Sebastián se lo confesó.

Y Arón… correspondió.

El único problema es que él todavía estaba con Emilia.

Así que ahora los dos viven en un drama digno de Netflix, fingiendo que nada pasa.

—¿Estás lista, Oli? —pregunta Sebastián, sacando las llaves del bolsillo trasero.

Tomo aire.

—Hay que hacerlo. —Ambos me agradecen con la mirada.

Escucho el clic de la cerradura y la puerta se abre.

El interior de la casa es aún más impresionante.

Sebastián entrelaza mis dedos con los suyos.

La actuación empieza.

A mi lado, Arón se tensa.

Puedo notar cómo sus hombros se tensan y cómo aprieta la mandíbula al vernos así.

Bueno, eso les pasa por andar escondiéndose.

Atravesamos el largo pasillo que nos lleva a la sala y a medida que nos acercamos, escucho voces. Supongo que todos se encuentran reunidos.

Cuando Sebastián me habló de su familia, apenas me dio detalles. Lo único que sé es que viven cuatro personas aquí, incluyéndolo. Lo cual, ahora que lo pienso, es injusto.

Él sabe que yo tengo que mandarle mensajes a mi madre todas las mañanas, ¿y yo no puedo saber ni con quién vive?

No me parece.

Al entrar a la sala, un hombre y una mujer, de unos cuarenta años, discuten animadamente. La mujer no deja de mover sus brazos mientras que el hombre voltea los ojos.

Deben ser los papás.

Sebastián se aclara la garganta.

—Buenas noches —saluda—. ¿Llegamos en mal momento?

Ambos nos miran, y sus ojos se detienen en nuestras manos entrelazadas.

—Para nada, cielo —responde la mujer, sonriendo mientras se levanta—. Me alegra que ya estén aquí.

Abraza a Sebastián, a Arón y luego a mí.

—¡Tú debes ser Olivia! Eres tan linda como te describió mi pequeño —dice, envolviéndome en un gran abrazo.

Me sorprende un poco, pero se lo devuelvo.

—Gracias —respondo, algo incómoda.

El hombre también me saluda, pero es más reservado que su esposa.

—Un placer, Olivia. ¡Sebastián nos ha hablado mucho de ti!

—Espero que cosas buenas —bromeo, lanzándole una mirada al pelinegro.

Él se sonroja.

—Mis tíos exageran —murmura.

Esperen. ¿Sus… tíos?

Lo miro confundida. Sebastián lo nota y aclara enseguida:

—Olivia, ellos son mis tíos, Hilda y Ramiro Campbell —nos presenta —.Tíos, ella es Olivia, mi novia.

Perfecto.

Pensé que veníamos a una cena con sus padres, no con sus tíos. Esto solo significa que tenemos más testigos para esta mentira.

¡Lo que me faltaba!

—Ya que llegaron, serviré la cena —dice la señora Campbell con entusiasmo—. Estoy deseando conocerte mejor.

—Digo lo mismo —miento, con mi mejor sonrisa.

Ella asiente, y luego se vuelve hacia Arón.

—¿Te quedas a cenar también, cariño?

Él niega.

—No esta vez, Hilda. Tengo una cena con mi novia. Solo vine a recoger unas libretas que olvidé ayer.

Le dirige una mirada a Sebastián y ambos suben al segundo piso buscar sus cosas. Sin embargo, cuando bajan, Arón lleva en la mano solo una libreta que, por cierto, es de Sebastián. Lo sé porque ahí están nuestros apuntes del trabajo.

Antes de irse, el rubio nos dedica una última mirada.

—Disfruten la cena —dice, y se marcha.

Yo sigo ahí, sin entender nada.

¿Qué acaba de pasar?



#2957 en Novela romántica
#1002 en Otros
#379 en Humor

En el texto hay: humor, secretos, amor

Editado: 02.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.