Olivia
«Es impresionante la forma en la que actúa nuestra memoria por medio del aprendizaje: puede retener información obtenida desde los diferentes estímulos a los que nos enfrentamos día a día. Aprendemos de una situación para que la memoria la conserve y nos sirva en el futuro.
Esto es básico en los seres humanos.
Sin aprendizaje no hay memoria, y sin memoria no hay aprendizaje. Entonces, ¿por qué los seres humanos cometemos el mismo error una y otra vez?»
Leo una vez más lo poco que he escrito sobre mi trabajo de Neurociencia y llego a la conclusión que esto no me ayudará a aprobar. Estoy exteriorizando mis problemas en mi monografía, algo que sería visto como poco ético para mi profesión.
-Me rindo. Esto está horrible, siento que me salgo del tema -gruño.
Son las diez de la mañana del sábado y estoy en casa de Sebastián trabajando en nuestro informe. Luego de la charla de ayer, Sebas me llevó a casa y quedamos en que vendría hoy para avanzar con la asignatura de Rooney.
Lamentablemente, no podemos fingir no ser alumnos..
—A mí me gusta —dice él, poniéndose una mano en el pecho y fingiendo ternura—. Tiene sentimiento.
—No podemos hablarle a Rooney con sentimiento, es lo último que tiene. —Cierro los ojos y llevo una mano a mi cabeza—. Me compadezco del pobre infeliz que se casó con ella; la mujer tiene una piedra en lugar de corazón. Una piedra dura, con hongos, donde las palomas dejan sus desperdicios.
—No sé qué me sorprende más: escuchar sobre un corazón con hongos y palomas… o saber que está casada.
—¿Puedes creerlo? Lleva treinta años con su esposo y tienen dos hijos.
Sebastián abre los ojos como platos.
—¿Tiene hijos? Wow. No parece del tipo que se ría mucho en casa; por eso siempre anda tan seria, ya sabes… por la falta de diversión.
—Seguro sus hijos son igual de estrictos —digo pensativa—. Imagínate que le pidan permiso para salir y les haga un examen antes.
—O que les dé tareas extras por llegar tarde —responde con una mueca de horror—. “Hijo, no puedes cenar hasta que resuelvas diez ejercicios de álgebra”.
—Pobre familia —me río—. Deben tener pesadillas con su actitud.
—¡Y con su tono de voz!
Nuestra charla sobre castigos imaginarios y traumas académicos se ve interrumpida por una voz que viene desde la cocina.
—¡Oye, Sebas! ¿Ya te comiste todo el cereal?
Esa voz… me suena familiar.
—¡Sí! Se acabó hoy en la mañana —responde Sebas.
—¡Diablos! —gruñe la voz.
—Eso te pasa por levantarte tarde.
—¡No molestes, recién son las diez! —le responde, riendo.
Tengo que admitir que la voz misteriosa es sexy, al igual que su risa. Es grave y ronca. De esas voces imposibles de olvidar.
El dueño de la voz aparece en la sala, poniéndole cuerpo a la imagen que me estaba formando.
Definitivamente es mucho mejor de lo que pensé.
—Tendrás que prepararme algo para desayunar —dice sin notar que estoy al lado de Sebas, dándome la oportunidad de escanearlo de pies a cabeza.
Es alto, de cabello castaño despeinado y ojos color miel. Aún lleva puesto la pijama, pero se ve igual de lindo.
—Erik, no sé si te das cuenta, pero tengo visita —dice Sebas, señalándome.
Erik gira la cabeza hacia mí... y se queda helado.
—Ella es mi novia, Olivia, la chica de la que te hablé. Oli, él es Erik, mi primo.
—Un gusto —digo, mientras él pasa de blanco a rojo en menos de un minuto.
¿Qué le pasa?
—Tú... aquí —logra decir.
—¿Siii?... yo aquí —respondo, dudosa.
Sebas nos mira a los dos.
—Perdón, ¿se conocen?
—¡No! —contesta Erik, demasiado rápido—. Nunca la he visto en mi vida. ¿De dónde la podría conocer?
—¿De la universidad? —Pregunta Sebas—. Estudia con nosotros. Es de la facultad de Psicología.
¡Paren!
¿Estudia en mi universidad y nunca lo he visto? Qué injusticia.
Me hubiera encantado conocerlo antes que a su primo.
La vida es una perra... Le encanta verme sufrir.
—¡Por eso te me hacías conocida! —dice él, acercándose para sentarse frente a nosotros—. Solo por eso, ¿eh?
Frunzo el ceño.
—¿Así que eres psicóloga? —me pregunta.
—Futura psicóloga —lo corrijo—. Todavía no me graduó.
—Cierto, que tonto. ¿Y ya sabes en qué área te vas a enfocar?
—En psicología clínica.
—¡Igual que Sebas!
—¿En serio? —pregunto emocionada, mirando a mi amigo. Él solo abre los ojos, nervioso.
Rayos.
Acabo de meter la pata y el primo de Sebastián se ha dado cuenta.
—¿No se supone que deberías saber eso? Digo... eres la novia -exige saber Erik, mirándonos raro.
Miro nuevamente a Sebastián y comienzo a asentir con la cabeza.
Sólo Dios sabe por qué, pero él imita mi acción.
—Sí, sí, sí… lo sabía —improviso, riendo nerviosa—. Solo que no me comentó que ya se había decidido. Tuvo dudas con el tema, ya sabes… cosas de psicólogos
—Él nunca tuvo dudas —responde su primo, sin pestañear.
¿Es que acaso se cuentan todo?
—¡Fue una etapa! —salta Sebas—. Es común que los futuros psicólogos dudemos. ¡Es un hobby!
Ambos reímos fingidamente. Erik, en cambio, nos mira con sospecha.
—Si tú lo dices… —dice al fin, aún dudoso—. Será mejor que los deje trabajar. Ojalá pueda verte más tarde, Olivia.
Editado: 02.11.2025