Olivia
—¡Wow!
—Sí... ¡wow!
—Oli, yo...
—Ni se te ocurra decir que lo sientes como el resto. Estoy cansada de escucharlo.
Muy cansada.
¿Por qué la gente se disculpa por cosas que no hizo? No tienen la culpa de lo que me pasó, así que ¿por qué lo hacen?
Bueno, lo sé. No soy tonta.
Lo hacen por empatía, pero a veces preferiría que me digan: "Él se lo pierde, no necesitas a ese chico para ser feliz. Hay muchos más y mejores."
Sería más útil eso que un "lo siento".
No necesito comprensión ni lástima. Necesito una dosis de realidad y que dejen de tratarme con delicadeza solo porque mi ex me puso los cuernos.
Sí, mi novio me engañó. Y sí, me dolió.
Pero nadie se muere por amor.
Excepto Romeo y Julieta, pero bueno, ese es otro tema.
Sebastián me mira cada cinco segundos, como si estuviera debatiendo internamente si hablar o no. Abre la boca, la cierra, respira, repite.
Termino sintiéndome culpable por intimidarlo, así que decido romper el hielo.
—Lo siento, Sebas. No estoy molesta contigo, solo… me altera que todos quieran entenderme. Especialmente cuando no tienen por qué —murmuro, un poco avergonzada.
Él sonríe un poco, aunque sigue con esa mirada de duda.
—¿Te pasa algo?
—¿A mí? —dice, fingiendo sorpresa.
—Sí, bobo. Se nota que quieres decir algo.
Se rasca la cabeza y suspira.
—¿Puedo saber cómo te enteraste?
Chisme time.
—Los encontré juntos. El día de mi cumpleaños.
Zack y mi prima Pamela me habían organizado una fiesta sorpresa. Pero la sorpresa real fue encontrarlos en mi cocina… besándose.
Ellos eran mejores amigos, de hecho, fue Pamela quien me presentó a Zack. Lo que no sabía era que ellos habían tenido algo antes que yo. Y cuando los descubrí, intentaron excusarse diciendo que era algo sin importancia.
Saber que me vieron la cara de estúpida como por tres años aún me llena de rabia.
—¡Qué idiotas! —murmura Sebas.
—Según ellos, “no pudieron evitarlo”. —Hago comillas en el aire—. Pero ya no le doy importancia.
"Mientes", me acusa mi conciencia.
Por suerte él no parece notarlo. Me guiña un ojo y dice que le alegra que lo haya superado.
El sonido de un celular nos interrumpe. No es el mío esta vez.
—Hola —contesta.
Decido que es buen momento para sacar mi celular y revisar un poco mis redes sociales.
—¿Es muy urgente? No tengo ganas de salir de mi habitación… Sí, ya sé que se los debo, pero… ¿no puede ser otro día? —Sebas suspira y cuelga.
—¿Algo importante? —pregunto
—Algo así. Era Erik. Sus amigos organizaron una reunión en mi casa y quiere que esté ahí.
¿Erik?
¿Erik?
¿Erik?… Oh, el primo.
—¿Y eso es malo porque…?
—Porque todos llevan a sus novias. Y mi tía me obliga a socializar más. Así que básicamente tengo que sentarme con un grupo de parejas felices a fingir que no me aburro.
Asiento distraída, hasta que él dice:
—A menos que…
Silencio.
¿Por qué dejo de hablar?
—¿Qué? —insisto.
Sebas junta las manos, hace un puchero y me mira como si yo fuera su hada madrina.
—¡No! —digo, adelantándome.
—Por favor.
—No, no y no. Ya es suficiente con cenar con tu familia. No pienso fingir que soy tu novia frente a los amigos de tu primo.
Tengo que huir de aquí.
—Solo será por una hora, ¡máximo dos! —se cruza frente a mí, bloqueando el paso—. No me dejes solo, Oli. Te lo ruego.
Ay, no. Esa cara.
Soy completamente débil ante las caras de cachorro triste.
¿Por qué soy así?
Este es mi gran defecto: me cuesta decir que no. No importa si me piden favores, favores grandes o absurdos. Simplemente no puedo.
"Tienes suerte de que nunca te hayan pedido pasar drogas, Olivia Lorelay", murmura mi conciencia.
Le encanta aparecer en momentos nada apropiados.
¡Ay, por favor! Eso es ilegal. Nunca lo haría.
"¿Segura? Eres tan ingenua que si te ponen ojitos, aceptas sin chistar".
No soy ingenua.
"No, claro… eres fácil", me ofende.
¡Oye!
—¿Con quién hablas? —me interrumpe Sebas.
Genial. Ni siquiera discuto conmigo misma en paz.
Que alguien me confirme que es normal hablar contigo mismo.
—¡Contigo! —miento rápido—. Te decía que sí, que voy a acompañarte.
—¿En serio? —pregunta con una sonrisa enorme.
—Pero a medianoche tengo que estar en casa. Ni una hora más, ni una hora menos.
—Trato.
Trato.
Esa palabra me persigue.
¿Por qué no dije solo “ok”?
—Por cierto, ¿por qué mencionaste drogas hace un rato?
—Sebastián, si quieres que te acompañe a esa reunión, no preguntes.
Él levanta las manos en señal de rendición.
Mientras seguimos caminando, no puedo evitar pensar en la red de mentiras que estamos tejiendo.
Oficialmente, me he convertido en el hada madrina de este Ceniciento.
Editado: 02.11.2025