Olivia
¿Por qué no me miraba?
¿Realmente le molestó tanto que criticara la forma en la que piensa de Sebastián?
Sé que le estoy dando demasiada importancia a alguien que conozco hace apenas una semana, pero no soporto la idea de caerle mal a alguien.
¡Vamos! No pido ser del agrado de todo el mundo, pero voy a ver a ese chico durante tres semanas más; no quiero llegar a la casa de mi amigo y que todos noten que hay tensión.
Soy como una versión extraña de Mónica Geller: quiero caerle bien a todos, pero también me resigno a saber que no siempre va a pasar.
—¡Olivia, no bajes la cabeza! —resoplo al escuchar a mi madre y vuelvo a levantarla.
Es la décima vez que me lo dice y mi cuello ya pide auxilio. Daría lo que fuera por dejarlo todo tirado y ver un maratón de Friends.
Estamos en la sala, rodeadas de telas, hilos, tijeras y papeles. La profesora de mis hermanas les pidió preparar una exposición sobre mamíferos, y como mamá es fanática de las manualidades, decidió que lo mejor era hacer gorros con forma de animales.
—Hija, levanta un poco más la cabeza. No puedo pegar bien las orejas si no sé a qué altura van.
—Estoy cansada, ¿no puedes usar la cabeza de papá o una de las gemelas? —lloriqueo.
—Tu papá y tus hermanas están en el campeonato de padres e hijas. Eres tú o el oso de peluche —dice, señalando al pobre oso blanco con una docena de agujas clavadas en la cabeza.
Puedo percibir el dolor y sufrimiento proveniente de su blanda cabecita.
—Es bueno saber que decidiste usarme como modelo y no como muñeco vudú.
Ding – dong
El sonido del timbre hace que mamá se sobresalte y me golpee con el codo en la nariz.
—¡Auch! ¿Por qué te asustas? Te dije como cinco veces que Antonella llegaría en cualquier momento —murmuro sobándome la nariz.
—Lo siento, mi amor. Todavía no me acostumbro a ese timbre.
Papá cambió hace unas semanas el timbre por uno que suena como alarma de incendios. A nadie le gusta.
Abro la puerta y mi amiga apenas me ve, se contiene la risa.
—Al parecer la perrita me estaba esperando para sacarla a pasear —bromea.
—¡Ja, ja! No es gracioso.
—Claro que lo es —dice, palmeando sus rodillas como si hablara con un cachorro—. ¿Quién es una buena chica?, ¿quién?
La fulmino con la mirada y la hago pasar.
—Buenas tardes, señora Fiori.
Los ojos de mamá se iluminan. Adora a Antonella, aunque sé que esa mirada no es precisamente por gusto de verla.
—Anto, llegaste justo a tiempo.
Diez minutos después, Antonella tiene un gorro de gato en la cabeza.
—¿La gatita está molesta? —me burlo.
—Cállate. Por lo menos no me la paso ladrando.
—Si, pero las gatas arañan —le susurro con una sonrisa—. ¡Miau!
—¡Antonella, no bajes la cabeza! —grita mamá.
Yo solo me río y le hago una seña a mi amiga para que obedezca.
Ella solo se limita a sacarme la lengua y alzar la cabeza para mi madre.
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—A ver si entiendo: ¿tú le dijiste al primo de tu novio que no se metiera en sus asuntos y ahora él está molesto contigo? —Antonella me observa desde el escritorio.
Asiento y me dejo caer en la cama.
—Estábamos hablando de lo más normal hasta que salió el tema de Sebastián, quien no es mi novio, por cierto, y fue como si hubiera insultado a su madre. Me soltó que solo intenta ayudarlo y bla, bla, bla.
—No creo que se haya enfadado solo por eso. ¿Segura que no hablaron de algo más?
“Hasta ahora no puedo creer cómo logró conquistar a una chica tan linda como tú.”
Las palabras de Erik regresan a mi mente como un rayo.
¿Y si se molestó consigo mismo por decirme eso?
No, imposible. Tiene novia, y con la hora a la que llegó anoche, se nota que se aman.
—Recordaste algo —dice Antonella, sonriendo—. Siempre entornas los ojos cuando lo haces.
Maldigo por lo bajo y me cubro la cara con las manos.
¿Por qué me conoce tanto?
—Sabes que no voy a parar hasta que me cuentes todo —amenaza, y sí, lo hace muy en serio.
La última vez que dijo eso terminé disfrazada de unicornio en Halloween. Y créanme, el cacho ya lo tenía.
—Bueno… sí me dijo algo más —murmuro.
—¿Te llamó entrometida? ¿O insinuó que eras una cazafortunas, que lo único que quiere es el dinero de su familia? —pregunta alarmada.
La miro, intentando saber si lo dice en broma. No, no lo hace.
—Nada de eso —respondo—. Y por cierto, te pidió que dejes de ver novelas mexicanas.
Antonella me lanza una almohada directo al estómago.
—¡Ay!
—Para que aprendas. Esas historias están basadas en hechos reales, ¿ok?
—Está bien, lo siento —me río. Tiene más fuerza de la que parece.
Editado: 02.11.2025