Olivia
Respira.
¡Ding! ¡Dong!
Respira, de nuevo.
¡Ding! ¡Dong!
Respira una vez más y trata de pensar en un lugar feliz donde los timbres no existan y el primo de tu supuesto novio—quien ya sabe que su primo no es realmente tu novio—no esté afuera de tu casa, queriendo hablar contigo sobre un tema importante del cual no tienes idea.
¡Ding! ¡Dong!
¿A quién quiero engañar? Erik no desaparecerá mágicamente. Va a seguir tocando hasta que abra.
El timbre no ha dejado de sonar desde la primera vez que lo escuché, y ya han pasado varios minutos y sigo sin atreverme a abrir la puerta. No termino de entender qué me frena, pero supongo que lo descubriré cuando lo enfrente.
Armándome de valor, empiezo a avanzar hacia la puerta como si caminara rumbo a mi ejecución. Paso lento, sin apuros, intentando mantener la calma que claramente no tengo.
¡Ding! ¡Dong!
—¡Maldita sea, ya voy! —vocifero, para que quien sea afuera sepa que no soy sorda.
Acelero mis pasos, abro la puerta de golpe y ahí está: un chico muy lindo de pelo castaño y ojos azules.
Erik lleva unos jeans oscuros y un polo verde que deja ver los músculos de su brazo. Se ve tan condenadamente bien que no puedo evitar que mis ojos disfruten del paisaje.
¿Por qué tiene que ser guapo? ¡Todo sería más fácil si no lo fuera!
Tras un rápido escaneo, acepto lo inevitable: me atrae. Totalmente.
Aunque es solo algo físico.
O eso creo.
Supongo que influye que hace mucho no me atraía nadie...
"¡Tiene novia, Olivia!", me recuerda mi subconsciente.
Es verdad... Clavel existe.
Pero que me guste físicamente no significa que vaya a hacer algo. Liam Hemsworth también está más bueno que todos los Jonas Brothers juntos y no he ido a lanzármele encima.
Respeto el matrimonio ajeno.
—Olivia, ¿me estás escuchando? —pregunta Mr. Músculos.
—¿Ah? —parpadeo.
Erik suelta una risa ronca y repite:
—Te pregunté si me dejabas pasar.
—¡Ah, eso! Sí, claro. Pasa —me atropello con las palabras.
Intentando no pensar que el primo de mi amigo es sexy, me hago a un lado y lo dejo entrar.
Erik se pasea por mi sala como si fuera suya. Observa todo con mucha atención: los muebles, la mesa de centro, incluso se acerca a la repisa de fotografías familiares. Sonríe al ver una foto mía de pequeña con mis hermanas cuando apenas eran unas bebés.
—Son mis hermanas —murmuro, dándome cuenta de que su atención sigue en la imagen—. Son gemelas.
Él asiente en silencio, todavía revisando los retratos. Yo lo observo, consciente de que parece más el dueño de la casa que yo. Y ya me cansé de eso.
—¿Me vas a contar por qué estás aquí? —pregunto, sentándome en el sillón para recuperar el control.
—Claro —responde, ocupando el sillón frente a mí—. Me imagino que Sebastián ya te contó que, después de verlos ayer en el bar, me dijo la verdad.
—Sí. Estuvo aquí hace un rato contándome.
Erik asiente. Se toma un momento en silencio, como si pensara bien sus palabras.
—La verdad es que no tengo mucho que decirte. Sebastián me confesó que es gay, y que su relación contigo es falsa —dice. Me sonrojo de vergüenza—. Lo que quiero saber es: ¿por qué?
—¿Por qué qué? —frunzo el ceño.
—¿Por qué lo ayudaste?
—Porque me lo pidió —respondo, obvia.
Erik alza una ceja, nada convencido.
—Vamos, Olivia. Nadie finge ser la novia de alguien solo porque se lo pide. Menos para engañar a su familia y amigos. ¿Lo ayudaste porque te gusta?
—¡Claro que no! Lo ayudé porque... eh... —me quedo en blanco. No puedo contarle lo de Emilia y el profesor. Pero su mirada insistente me obliga a improvisar—. Porque lo dice la Biblia.
—¿Qué?
Exacto... ¿qué?
—Sí... eso. La Biblia dice que hay que ayudar al prójimo siempre. ¿Acaso tú no ayudas a tu prójimo?
—No en este tipo de situaciones...
—¿Ves? —lo interrumpo—. Eso está mal. Hay que ofrecer la mano, el hombro... lo que sea. Es lo que Dios quiere.
—¿Ah, sí?
—Obvio.
—¿Dios no te ha dicho también que es malo mentir? —me lanza con una sonrisa burlona.
Genial.
—Creo que se olvidó de ese pequeño detalle —susurro.
Erik no aguanta más y se ríe. Se ríe fuerte, como si no pudiera parar.
—¿Qué te pasa? —pregunto. Este tipo está loco.
Sigue riendo mientras se agarra el estómago. Agarro el cojín y se lo lanzo a la cara. Él solo se ríe más.
—¡Basta! —chillo—. Yo no tengo la culpa de no ser la samaritana perfecta.
—Lo siento —dice entre risas—. Es que tus mentiras son un poco inocentes... ¿De verdad pensaste que me lo creería?
—Bueno...
—Mira, hagamos como que te creo. No debería meterme, de todos modos. Pero no era solo eso de lo que quería hablarte... —sacude la cabeza.
Elevo la ceja.
—¿Ah, no?
—No. Verás, necesito...
Pero justo ahí, escuchamos unas llaves girar en la cerradura.
Mis papás.
La puerta se abre y entran mis padres con mis hermanas, que suben a su cuarto sin notar a Erik... a diferencia de mis papás, que se quedan helados al ver a un chico desconocido en la sala.
—¿Nos confundimos de casa o es real que hay un chico en nuestra sala? —susurra papá a mamá. Ella le da un codazo discreto.
Mamá sonríe de compromiso.
—Hola, ¿qué tal? Soy Fernanda Fiori, la mamá de Olivia. ¿Y tú eres...?
—Erik Campbell —dice, poniéndose de pie y dándole la mano—. Uno de los mejores amigos de Olivia.
Editado: 02.11.2025