Hagamos un trato

26| Nada raro.

—¿Crees que se dé cuenta de que faltan cuatro? —susurra alguien muy bajito

Olivia

—¿Crees que se dé cuenta de que faltan cuatro? —susurra alguien muy bajito.

¿Qué es ese ruido?

—Claro que no, tiene una caja llena de esos —responde otra voz.

¿Una caja llena de esos? ¿Qué esos?

—Entonces mejor vámonos antes de que se levante.

Olivia, despierta.

—Espera, déjame tomarle una foto.

Olivia, ¡arriba!

—¡Buena idea! Incluso podemos pintarle la cara con ese labial raro que vibra...

Abro los ojos.

Suficiente.

—Ni se les ocurra hacer algo.

Mis hermanas se quedan paralizadas apenas escuchan mi voz. Usualmente tengo el sueño pesado, pero esta vez, gracias a Dios, escuché sus diabólicas vocecitas. Ambas están con ridículas pijamas de unicornios, el pelo enredado y las caras llenas de culpa.

Las atrapé, mocosas.

—¿Qué intentaban hacer? —pregunto estirando mis brazos para sacudirme la pesadez típica de domingo.

—Nada —responden al unísono.

Levanto una ceja.

—¿Nada? ¿Ustedes me creen tonta? Que estén en mi habitación a esta hora jamás es buena señal.

De pronto veo lo que sostienen en sus manos: dos sobres con un título muy familiar.

¿De dónde sacaron eso...?

Muy despacio, retiro mis sábanas y me acerco como si fuera una cazadora acechando a su presa.

—No es nada —dice Emily, escondiendo la evidencia torpemente.

—No me mientan.

—No te mentimos —salta Melody, con su mejor cara de "soy adorable y Dios lo sabe"—. Solo queríamos ver cómo habías dormido.

—¡Ja! —las señalo—. Ustedes jamás vendrían a preguntarme cómo dormí.

Parada frente a ellas puedo confirmar que lo que sostienen no es cualquier cosa: son cartas y notitas —esas cartas cursis y pegajosas que escribí en la secundaria y que guardé en una cajita—.

—¡Adiós! —gritan, echando a correr hacia su cuarto.

Gracias a mis años en ballet —y a que dejaron la puerta abierta—, las alcanzo antes de que puedan huir. Les arrebato los sobres y los guardo de vuelta en la caja de mi mesita.

—No pueden estar metiendo la nariz en mis cosas —resoplo—. ¿Tan difícil es entenderlo?

—Solo queríamos leer algo —murmura Melody, bajando la mirada con un poco de vergüenza… solo un poco.

—Estas cartas no son para que las lean, chicas. Son cosas privadas.

—¿Por qué las guardas si te dan vergüenza? —pregunta Emily con genuina curiosidad.

Yo respiro hondo y respondo con mi voz más dulce del mundo:

—Porque son parte de mi historia, y ya. Y ahora… vamos a negociar. Yo no le diré a mamá que rompieron su florero favorito, si ustedes no dicen ni una sola palabra de mis cartas para Brad Pitt.

—¿Son para Brad Pitt? —preguntan con inocencia.

¡Rayos!

—No. Son para Satanás —susurro—. Ahora, váyanse.

Hago un gesto para que se vayan, y lo hacen, dudosas.

Linda forma de empezar un domingo.

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Linda forma de empezar un domingo

—Así que... Erik ojos lindos estuvo en tu casa anoche, ¿eh? —Antonella sube y baja las cejas con una sonrisa pícara.

—Sí, fue terrible.

—Pero dices que a tu papá le cayó bien, ¿no? No le veo lo terrible a eso —Claire detiene el tecleo en su laptop y me mira con curiosidad desde la cama.

Vinimos a visitar a Antonella porque estaba en crisis existencial por su compañero de estudios, así que decidimos hacer nuestra famosa "Charla de la relajación": una dinámica en la que compartimos nuestros problemas para sentirnos menos miserables... gracias al sufrimiento de la otra.

Cruel, pero funciona.

Como Claire no tenía nada catastrófico que contar, me tocó a mí aliviar el estrés del día.

—Pues a mí no me parece nada normal. No es posible que algún chico le caiga bien a mi papá —me levanto de la cama y camino hacia el espejo—. Nunca le cayeron bien mis amigos hombres. Es imposible. Va en contra de su ADN.

—Deberías estar feliz de que tu papá empiece a aceptar a tus amigos. ¡Es fantástico!

—Sí, claro. Fantástico como una patada en la entrepierna o un escupitajo en el cuello —respondo con ironía.

—Oye, tranquila, Rachel Green —Antonella rueda los ojos mientras acomoda la ropa en su armario—. ¿Cuántas veces has visto Friends para saber qué frase usar en qué momento?

—Las mismas que tú para saber quién la dijo.

Antonella asiente y sigue con lo suyo. Claire, en cambio, no ha dejado de observarme con esa mirada analítica que perfora espaldas. Al final, me rindo y la encaro.

—¿Qué?

Claire deja la laptop a un lado, cruza los brazos sobre el pecho y pregunta:

—¿Por qué tanta preocupación con Erik?

—Ninguna. No sé de qué hablas —me encojo de hombros.

—Es raro lo pendiente que estás de todo lo que tiene que ver con ese chico —insiste—. Es como cuando yo empezaba a salir con Tomás. Era inevitable... —Se detiene de pronto, sus ojos se agrandan—. ¡Te gusta!

Dios.

—Claro que no —frunzo el ceño y vuelvo a mirar al espejo.

—¡Claro que sí! —Claire se levanta de un salto, me toma por los hombros y me obliga a mirarla—. Estás rara porque te gusta, eso es todo.



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En el texto hay: humor, secretos, amor

Editado: 19.11.2025

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