Hagamos un trato

27| Me gusta.

68747470733a2f2f73332e616d617a6f6e6177732e636f6d2f776174747061642d6d656469612d736572766963652f53746f7279496d6167652f4d4165555238566b67465a4534773d3d2d3735373337313230322e3138373465346634323565383562313037333032323331303235342e706e67

Olivia

El olor a café recién hecho me invade apenas abro la puerta de Moka’s.

Me quedo maravillada. El lugar tiene muebles color beige, mesitas con floreros pequeños y clavos de olor, un gran bar con sillas altas, plantas en todas las esquinas y dos enormes estantes repletos de libros clásicos. Las paredes son de un morado suave, decoradas con cuadros de leyendas musicales: desde Michael Jackson hasta Kurt Cobain. Mi favorito, sin duda, es el de Freddie Mercury.

Moka’s está en la plaza central de Bralla, que es conocida por sus parques, cafeterías y tienditas encantadoras. Esta es mi primera vez aquí, pero definitivamente no será la última.

Me siento cerca del ventanal y espero. Erik me escribió que llegaría en cinco minutos y que pidiera lo que quisiera: su invitación, su cuenta.

Estoy segura que Claire diría que “una chica independiente del siglo veintiuno paga lo suyo”, pero como solo traje diez dólares me volveré dependiente y tomaré ese café gratis sin remordimientos.

—Buenas tardes, señorita —me saluda un chico a mi lado—. Soy Adam, tomaré su orden el día de hoy. ¿Qué desea pedir?

—Hola. Un café americano, por favor.

—Si fuera tú pediría un mocaccino de vainilla o chocolate. El americano puede ser muy amargo, y sería un crimen arruinarle el día a una chica tan dulce —me sonríe.

¿Ok?

Adam aparenta de unos veintiuno, pelo negro desordenado, sonrisa perfecta… y un aire a “chico malo” digno de novela romántica.

—Bueno, me convenciste. Cámbialo por un mocaccino de vainilla —respondo y cuando menos me doy cuenta estoy sonriendo.

¿Acaso estás coqueteándole a este chico, Olivia?

—Excelente elección. —Adam me guiña un ojo y se va.

Lo sigo con la mirada.

¿Estoy sonriéndole?

¿Me volví a poner nerviosa por un mesero?

—¿Lo conoces? —me sorprende la voz de Erik.

Casi me da un infarto. Levanto la vista y ya está sentado frente a mí.

—¿A Adam? No. ¿Por qué?

—Porque estabas mirando su trasero —responde, como si dijera el pronóstico del tiempo.

Mi cara arde.

—¡Pffff! No lo hacía. Solo verificaba que llegara bien a la barra —envuelvo un mechón de mi cabello y comienzo a jugar con el—. De él depende mi pedido

"Eso salió tres veces más agudo de lo normal, Olivia. Así no te va a creer."

Erik arquea una ceja.

—Claro. Dios no quiera que se pierda. La cafetería es taaan grande —ironiza.

—Uno nunca sabe.

Erik toma asiento al frente mío sin decir ni una sola palabra más

Nos quedamos en silencio. Él solo… me mira.

Y me mira...

Y me sigue mirando....

Y sigue....

—¿Por qué me miras tanto? —pregunto al fin, incómoda.

Erik parpadea, sacudiéndose el ensimismamiento.

—No te miraba. Me quedé colgado pensando en otra cosa. Nada que ver contigo.

¿Ouch?

—¿Entonces por qué me invitaste? —digo, irritada.

No lidio bien con situaciones que acaban con mi tranquilidad. Y puedo asegurar que aquí, sentada con Erik, mi paz mental se lanzó de un precipicio.

Creo que no fue tan buena idea aceptar la invitación.

—Lo siento. Peleé con Jaz antes de venir. No estoy en mi mejor momento —suspira y se pasa la mano por el pelo.

Ah, claro.

La novia.

La omnipresente, perfecta, bailarina novia.

Doble ouch.

—Ah... ¿Fue muy grave? —pregunto, esforzándome por sonar empática.

—¿En serio quieres escuchar? —me mira, dudando.

No.

—Me puedes contar si quieres —respondo igual.

Me mira fijamente, como buscando permiso. Y entonces empieza a hablar.

—No entiendo por qué tenemos tantos problemas. Hago todo por ella. Todo. Pero nunca es suficiente. ¿Sabes por qué nos peleamos hoy? —yo niego con la cabeza—. Porque tenía ensayo y le dije que fuera.

¿Ah?

—¿Se enojó contigo… porque la dejaste ir? —inclino la cabeza, incrédula—. Eso no suena muy coherente que digamos.

—¡Es porque no lo es! —explota, llamando la atención de algunos clientes y meseros de la cafetería.

—Bueno, cálmate. Seguro tiene sus razones.

—¡Sí! Dice que no me importa lo suficiente. Ella realmente esperaba que le rogara que se quede conmigo. Pero sé lo mucho que significa su puesto en el Ballet Nacional. ¿Cómo le voy a pedir que falte?

Yo asiento, retorciendo mis manos con disimulo.

Mi estómago duele. No sé si por el hambre o por este escenario mental: él queriendo lo mejor para su novia… y yo queriendo ser su favorita.

—Lo único que puedo decirte es que lo hablen. Con calma. Si quieren que funcione —digo finalmente, tratando de sonar sabia y no rota.

Si antes de entrar aquí no estaba segura de mis sentimientos, ahora no me cabe duda alguna que estoy completamente arruinada.

Erik parece caer en cuenta que no tengo ganas de hablar del asunto y suspira.

—Sí… tienes razón. Cambiemos de tema.

—Su pedido, mi lady —interrumpe Adam, dejando mi café y una porción de torta de chocolate.

Lo miro, confundida.

—Yo no pedí torta.

—Lo sé. Tampoco me pediste mi nombre, y aun así te lo di. Considéralo un gesto de la casa —me guiña un ojo y se va.

Erik suelta una risa.

—Parece que le gustas.

—Pues qué mal. Pierde su tiempo —digo, removiendo mi café—. Estoy emocionalmente indispuesta.



#932 en Novela romántica
#267 en Otros
#135 en Humor

En el texto hay: humor, secretos, amor

Editado: 19.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.