Olivia
Lo primero que ven mis ojos al abrirlos el lunes por la mañana es un tocador de espejos, más grande que mi propia cama; un closet, mucho más grande que el mío y un escritorio, que por supuesto, no tengo. Las paredes rosa me encierran en esta inmensa habitación, confirmando que no estoy en mi casa.
No me asusta, porque conozco bien este lugar.
Los recuerdos de anoche llegan como un golpe. Por fin pude sacarme un peso de encima al contarle todo a Antonella, y por eso estoy despertando hoy en su habitación.
Anoche, tras derramar mi corazón en la puerta de su casa, llamé a mi mamá y le mentí diciéndole que mi mejor amiga se sentía mal y necesitaba de mi ayuda. No hay necesidad de recalcar que era yo la que necesitaba a alguien. Aunque mi voz se quebraba al hablar con mi madre, ella no me hizo preguntas y decidió creerme.
Un dolor punzante en la sien me obliga a levantarme. Me arrastro al baño para ver mi cara, porque a pesar del enorme tocador con espejo que tiene, prefiero un lugar más íntimo para enfrentar mi reflejo.
Cierro la puerta y me miro.
Horror.
Mi cabello es un nido de enredos, tengo los ojos rojos e hinchados, restos de rímel me pintan dos ojeras negras de mapache, y las sombras que con tanto cuidado apliqué ayer se han esfumado.
Conclusión: soy un desastre.
Me limpio el rostro con la crema desmaquillante de Antonella, luego uso el cepillo de dientes que siempre guarda para mí y termino desenredando mi cabello con su peine.
Tres golpecitos suaves en la puerta me sobresaltan. Se supone que Antonella está en la universidad, así que la única persona posible al otro lado es su mamá. Y no me siento preparada para enfrentar a Julia.
No me malinterpreten, adoro a la mamá de mi amiga con toda mi alma, es como mi segunda madre, solo que no quiero volver a pasar por la misma crisis de ayer.
—Oli, ¿está todo bien? —la voz de Antonella me arranca un suspiro de alivio—. ¿Puedo pasar?
—¡Ya salgo! —grito.
Me doy una última mirada en el espejo antes de abrir la puerta. Antonella está impecable, con un vestido blanco de flores amarillas y sandalias a juego. Yo, en cambio, luzco una ridícula pijama de estrellas que me prestó.
—Te ves mucho mejor que yo —le digo.
—Eso es porque recién te levantas, tontita. Pero tranquila, ya te elegí un conjunto para la universidad.
—¿Y tú? ¿Por qué no fuiste a la clase de Rooney? Pensé que tu nuevo compañero no te dejaba faltar —pregunto, preocupada.
—No me importa. Mi mejor amiga me necesitaba, él no. Te dije que resolveríamos esto juntas, ¿recuerdas? —me sonríe mientras toma mis manos.
Recuerdo todo lo que pasó ayer. Todo lo que le conté. Los tratos. Las mentiras. El peso enteramente compartido. Le dije todo, desde la vez que ayudé a Lucía con su proyecto hasta lo que hice con Emilia, y cómo fue que Claire conoció a Tomás. Antonella no me juzgó. Me escuchó y me aconsejó decir la verdad, especialmente a Claire.
—Me va a odiar —le dije entre lágrimas.
—Te odiará más si lo descubre por otra persona —me respondió.
Y tenía razón.
Me da un pequeño apretón en las manos que me vuelve al presente.
—¿Sabes que te amo, verdad? —dice con los ojos brillantes.
—Claro que lo sé. Yo también te amo, estúpida —ambas reímos y nos abrazamos—. Ahora mueve el culo, o llegaremos tarde.
—Mi cara es un desastre, Claire va a notar que algo pasó —suspiro.
—¿Crees que me vi todos los tutoriales de Yuya en YouTube en vano? —dice, sacando un neceser.
Río. Y juntas, nos ponemos manos a la obra.
Tengo a la mejor amiga del mundo.
____________________________
—¡Aquí están! Las he buscado todo el día, ¿dónde se habían metido? —Claire corre hacia nosotras, apenas nos ve en el pasillo de la universidad.
—Tuvimos un inconveniente en el bus, nada grave —responde Antonella, guardando cosas en su casillero.
—Oli, ¿estás bien? Luces cansada.
—Estoy bien, solo no dormí mucho.
—Bueno... Sebastián estuvo preguntando por ti, dijo que no le respondes...
Pero dejo de escuchar. El recuerdo me arrastra.
«Hazme ese favor. He visto a Claire rechazar a infinidad de chicos, ¿qué hace pensar que conmigo será distinto?»
... «Te daré 100 dólares... solo por ser su amiga...»
Ver a Claire frente a mí sabiendo que nuestra amistad empezó por un trato me hace sentir sucia.
—¡Oli! ¿Me escuchas? —la voz de Claire me trae de vuelta.
—Perdón. ¿Qué decías?
—Que Sebastián te escribió, deberías…
—El celular de Oli se descargó —interviene Antonella—. Ya lo verá.
—Claire, ¿me acompañas por un café?
—Tú odias el café —le recuerda.
—Pues hoy lo amo.
Claire duda, pero termina yéndose con ella. Yo me quedo guardando mis cosas.
Editado: 19.11.2025