Olivia
Han pasado semanas desde que activé la misión que traería consigo el fin de la relación entre Arón y Sebastián, y las cosas no están yendo como esperaba.
Resulta que mis constantes comentarios sobre el chico no están dando el efecto deseado. A pesar de que Arón se esfuerza diariamente por demostrar que no es un buen novio, Sebastián sigue aferrado a esa relación como si fuera su salvavidas.
Siempre encuentra una excusa: que si Arón no dice nada es por miedo, que si no termina con Emilia es por pena, que si ya no se ven tanto es para guardar las apariencias.
En fin, un festival de autoengaños.
Nunca he sido fan de las relaciones pegajosas, esas donde dos personas viven pegadas como chicles para demostrar amor. Pero lo de ellos no es eso. Lo de ellos es… otra cosa. Una mezcla de silencio, falta de sinceridad y demasiadas ganas reprimidas.
Por lo que me cuenta Sebastián, su relación se sostiene solo por lo físico. Y, sinceramente, hubiera preferido no enterarme de eso. Pero como ya lo sé, comienzo a atar cabos.
Mis días se han vuelto una rutina. Me levanto temprano, tomo el bus a la universidad, sobrevivo a clases aburridas, y después intento no pensar demasiado. Sebas sigue ofreciéndose a llevarme, pero la idea de compartir espacio con Arón me revuelve el estómago.
Por suerte, mis amigas compensan el aburrimiento. Cada risa con ellas me recuerda que todavía no he hablado con Claire sobre el trato que hice con Tomás hace años, pero eso puede esperar.
Una cosa a la vez.
Últimamente paso más tiempo en casa de Sebastián que en la mía. Incluso mis amigas vienen algunos días a pasar el rato con nosotros. Si antes la familia de Sebastián estaba preocupada de que él no socializara, ahora pueden dormir tranquilos. Tiene a tres chicas escandalosas revoloteando a su alrededor.
Como dice Antonella: “Lo que el diablo unió, que no lo separe el hombre.”
Aunque, si le preguntas a mi mejor amiga, ella no está nada de acuerdo con todo esto. Desde el momento en que le conté mi plan, ha repetido que es una idea pésima y que debería decirle la verdad a Sebastián. Pero, aún así, ha estado ahí, apoyándome en lo que puede.
Fue idea suya incluir a Sebas en nuestros planes, para que vea cada vez menos a su novio.
Y bueno, ha funcionado.
Olivia 1, Arón 0.
Aunque lo triste es que Sebastián sigue enamorado. Así que, técnicamente, ni siquiera es un punto real para mí.
Me gustaría decir que mi tranquilidad mental, quitando el inconveniente de la amenaza, marcha de maravilla, pero estaría mintiendo enormemente. Mi tranquilidad mental se fue de vacaciones hace rato y el responsable tiene nombre y apellido: Erik Campbell.
Mi plan con Sebastián avanza lento, pero con Erik… es un desastre.
Seguimos viéndonos a escondidas para nuestras “clases” de ballet, y digo a escondidas porque su novia no puede saberlo.
Por más que intento mantener la compostura, cada vez que lo veo, el corazón me late tan fuerte que temo que lo escuche. Y cuando recuerdo que sigue teniendo novia… se me parte un poco más.
—¿Vendrás hoy, verdad, Oli? —pregunta Jazmín al otro lado del teléfono.
No Clavel, no Rosa… Jazmín.
Un paso hacia la madurez, ¿no?
Paso más tiempo con Erik, y eso significa pasar tiempo con Jazmín. Lo peor de todo es que no puedo odiarla.
No es mala. No es como Arón.
De hecho, es linda, atenta, sincera. Y eso me mata, porque me hace sentir aún más culpable. Si tan solo fuera una bruja arrogante, sería más fácil odiarla. Pero no, ella es dulce, y ante sus ojos, solo soy la novia del primo de su novio.
Miro mi reflejo en el espejo, cuestionando mis decisiones vitales.
La chica al otro lado de la línea cumplió años hace algunos días, pero como cayó día de semana espero hasta el viernes para poder celebrarlo.
Adivinen qué día estamos hoy.
—No lo sé, aún tengo cosas que hacer —miento. En realidad, mi única cita es con el techo de mi habitación.
—¡Vamos, Olivia! Mañana es sábado, puedes hacer lo que quieras. Tómalo como un descanso.
Suspiro. Estoy a punto de decir “no puedo”, pero lo que sale de mi boca es:
—Estaré ahí.
Y cuando la escucho gritar de emoción al otro lado del teléfono, solo puedo reír. Su alegría me hace sentir culpable, pues esta chica no ha sido más que agradable conmigo.
Si supiera todos los sueños que tengo con su novio probablemente no sería tan amable.
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Nos toma veinte minutos llegar a la casa de Jazmín. Hay coches estacionados por toda la calle y gente bailando en el jardín, la mayoría borracha.
—¿Sus fiestas siempre son así? —pregunto, intentando abrirme paso entre la multitud.
Editado: 19.11.2025