Hagamos un trato

32| Cometiendo errores: segunda parte

68747470733a2f2f73332e616d617a6f6e6177732e636f6d2f776174747061642d6d656469612d736572766963652f53746f7279496d6167652f75316e2d53486e463541694c39413d3d2d3736333230303232302e313837363966346430646237663438343337333434363735383431342e706e67

Olivia

Soñar que me caso con Brad Pitt es una de las mejores cosas que me pasa mientras estoy en los brazos de Morfeo, por lo que suelo enfadarme cuando algo interrumpe mi sueño.

Alguien me está quitando las botas. Ahora mismo.

¿Por qué alguien me está quitando las botas?

Intento dar pequeñas patadas para alejar a quien sea que esté tratando de robármelas, mientras intento recordar qué pasó y dónde estoy.

Chupitos.

Baile.

Más chupitos.

Gente bailando.

Otros chupitos.

Sebastián y yo asaltando el bar.

Una fiesta.

Sebastián y yo bailando... con chupitos en la mano.

Una botella de tequila.

Fiesta en casa de Jazmín.

Un mueble cómodo.

Nada.

Hago memoria. Recuerdo haber bailado y bebido hasta las dos de la mañana —según lo que vi en mi celular— antes de perder el conocimiento. Sebastián me acompañó todo el tiempo, recordándome que tendría un dolor de cabeza insoportable al despertar. No se equivocó. Ya siento mi cráneo a punto de explotar, y eso que ni siquiera me he levantado del todo.

Un momento.

El último lugar donde recuerdo haber estado fue el sillón de la casa de Jazmín... y yo no recuerdo haber llegado a mi casa.

Mis padres van a matarme.

Y, por cierto, ¿por qué demonios mis botas ya no están puestas?

Con toda la fuerza del mundo, logro abrir los ojos. El color turquesa me golpea de frente: paredes, cojines, accesorios. Hay maletas deportivas colgadas en una esquina, espejos por todas partes y zapatos de ballet.

Ahora ya sé dónde estoy.

—¿Tan rápido te levantaste? —pregunta una voz masculina—. Pensé que dormirías por lo menos una hora más.

Enfoco la vista. Erik está sentado al filo de la cama, mirándome con esa sonrisa tan suya.

—¿Cómo llegué aquí? —murmuro, llevándome una mano a la cabeza.

—Te cargué hasta aquí —se ríe—. Te habías quedado dormida en el sillón de la sala.

Inhalo, intentando no morir de vergüenza. —¿Puedo saber la hora? Sebastián debía llevarme a mi casa antes de las cuatro.

—Recién van a ser las tres —responde—. Y, considerando que Sebas tomó tanto o más que tú… no creo que pueda llevarte.

—Mierda —gimoteo. Me incorporo lentamente, buscando sentarme lejos de Erik. Él y yo. En una cama. No es una buena combinación para mi salud mental.

—¿La fiesta se acabó? ¿Dónde están los chicos?

—Abajo —se encoge de hombros—. Los dos siguen bailando, muy borrachos, con todos los amigos de Jaz.

—Y tú estás aquí, perdiéndote la fiesta de tu novia… ¿por una borracha? —le lanzo, ladeando la cabeza.

Erik ríe. —Eres mi amiga. No iba a dejarte tirada en medio de la sala.

—Sí… somos amigos —murmuro, con un nudo en el estómago. Las palabras saben a mentira.

—¿Alguna razón por la que vaciaste cada botella de la fiesta? —pregunta, divertido.

No deseaba recordar cada beso que compartías con tu novia.

—Ninguna —respondo.

—¿Segura? —insiste, sin apartar su mirada de la mía.

Asiento, aunque el calor sube por mi cuello. La falda negra y el top rojo que elegí anoche ya no me parecen tan buena idea. No sé si me siento expuesta por la ropa o por el modo en que Erik me mira, como si pudiera ver más de lo que quiero mostrar.

—¿Por qué siento que me estás mintiendo? —dice al fin.

Me río, nerviosa. —Yo no te oculto nada. No tendría por qué. Solo somos amigos.

—No te creo —responde, acercándose un poco.

Alzo los hombros. —No me creas.

Erik frunce el ceño y se acerca un poco más.

Yo también quiero acercarme, pero me obligo a quedarme quieta.

Si doy un paso más, me pierdo.

—¿Por qué sigues fingiendo que eres la novia de Sebas, Olivia? —pregunta de repente, desconcertándome.

—Porque… —titubeo— porque sí.

—Esa no es una respuesta.

—Qué pena —respondo, intentando sonar casual.

Spoiler: no lo logro.

—¿Te gusta Sebastián? —susurra.

Niego. Y aunque sé que probablemente sigo algo borracha, me atrevo a dejar que mis ojos hablen por mí. Estoy cansada de fingir que no me pasa nada.

—Pero te gusta alguien, ¿verdad? —insiste.

“Me gustas tú”, quiero gritarle. Pero no lo hago.

El silencio se vuelve espeso. Él me observa, expectante. Yo me enredo los dedos entre sí, porque no sé qué hacer con tanta tensión.

Erik clava la mirada en la pared por unos segundos y entonces vuelve a mí.

No sé exactamente cómo pasa, solo sé que de pronto sus labios están sobre los míos.

Y esta vez no lo estoy imaginando.

El beso es torpe y urgente, con el sabor a tequila todavía entre los dos. No tiene nada de romántico, pero tiene todo lo que llevo reprimiendo. Sus manos me sujetan con firmeza; las mías terminan enredadas en su cabello, atrayéndolo más.

Durante unos segundos, dejo de pensar. Me olvido de Jazmín. De Sebastián. De los tratos. Solo me dejo llevar.

Pero después, como un balde de agua fría, la realidad me cae encima.

Me separo apenas y apoyo mi frente contra la suya.

—No podemos hacer esto —susurro—. Tienes novia. Y ella no se merece esto.

—Lo sé —murmura, apartando un mechón de mi cara—. Lo siento.

—Yo también lo siento.

Dios, ¿qué acabo de hacer?

—¿Quieres que te lleve a casa? —pregunta después—. Sebastián no creo que pueda sostenerse de pie.



#932 en Novela romántica
#267 en Otros
#135 en Humor

En el texto hay: humor, secretos, amor

Editado: 19.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.