Olivia
—Tenemos que hablar con Emilia —digo con firmeza.
—¡No! —exclama, alarmado—. No pienso arriesgarme en estos momentos.
Acorto la distancia con él y lo miro con molestia.
—Escúchame bien —lo señalo con el dedo—: tanto tu cobardía como la de tu amante nos metieron en esto, del que yo no quería ser parte. Así que ahora vas a tomar las llaves de tu auto, que espero ya esté arreglado, y juntos iremos a contarle a esa maldita loca lo que realmente pasó.
—Sé que es lo correcto, pero primero déjame hablar con él. Será lo mejor —dice, limpiándose las manos sudadas en el pantalón.
Claro… lo mejor.
Eso, si ignoramos que por su culpa estamos en este desastre.
Lo observo en silencio. Sebastián tiembla, y no lo culpo: los mensajes de Emilia son dignos de película de terror. Esa chica no está bien de la cabeza, y cuando se trata de traición, no tiene compasión. Pero algo me dice que todo lo que cree saber viene distorsionado. Arón es capaz de inventar cualquier cosa con tal de quedar como la víctima.
—No creo que debas hablar con Arón, Sebas —murmuro.
Él me mira confundido.
—¿Por qué?
“¡Es hora, Olivia!”
Respiro hondo.
—Arón no es la persona que tú crees.
Sebastián se sienta, y empiezo a contarle todo.
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Me tomó más de una hora explicarle cada detalle: cómo empezó todo, cómo Arón manipuló las cosas y cómo el “príncipe azul” era, en realidad, el ogro del cuento.
Al principio, Sebastián no quiso creerme. Le costaba aceptar que Arón fuera capaz de algo así, pero cuando llamé a Antonella para confirmarlo, no tuvo cómo negarlo. Sumó piezas, recordó cosas… y al final, otro corazón terminó roto esta tarde.
—Oli, lamento haberte metido en esto —dice con sinceridad—. No tenía idea de lo que te había hecho.
—Fue también mi culpa por no contártelo antes —respondo.
Él camina hacia mí y se apoya en el escritorio.
—No me disculpo solo por lo de Arón. También por toda la mierda que te hice cuando te conocí. Fui un imbécil.
Sonrío débilmente.
—Ya te disculpaste. No vale la pena volver sobre eso.
Siempre he sido de las que perdonan fácil. Mi madre solía decir que guardar rencor ensucia el alma… y, según ella, también causa arrugas. No sé de dónde sacó eso.
Sacudo esos pensamientos y vuelvo al presente.
—Sebas, creo que lo mejor será hablar directamente con Emilia.
Él suspira, resignado.
—¿Tienes algún plan para que la hija de Satanás nos crea?
—Te sorprenderá saber que sí —digo, acomodándome el cabello—. Primero le mandarás un mensaje a Arón. Le dirás que quieres hablar para resolver las cosas.
—¿Es necesario verlo? —protesta.
—Sí.
Rueda los ojos y teclea furioso en su celular. Casi siento pena por el pobre aparato.
—Listo. ¿Y ahora?
—Ahora me llevas a casa de Emilia. Yo hablaré con ella.
—¿Estás segura?
No lo estoy, pero no tengo otra opción.
—Por supuesto. Vamos.
Recojo mis cosas y le aviso a mamá que salgo. “Cielo, no llegues tarde”, es lo único que dice. Camino rápido al auto de Sebastián.
Mi celular vibra justo cuando me acomodo en el asiento.
«Llamada entrante de Erik.»
Perfecto. Lo que faltaba.
—¿No vas a contestar? —pregunta Sebastián.
—No. Puede esperar. —Corto la llamada.
Intento convencerme de que lo de Erik no importa… pero mi corazón no opina lo mismo.
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—¿Esta es su casa? —pregunto, boquiabierta.
Nunca había estado aquí, pero esto parece más una mansión que una casa. Diez familias podrían vivir cómodamente en este terreno.
—Sí —responde Sebastián con ironía—. Y según ella, es “modesta”.
Sabía que Emilia era de familia adinerada, pero no tanto. Cuando hicimos el trato, apenas quise saber lo básico: su nombre, número, redes. Pensé que mientras menos supiera, más fácil sería olvidarla después.
Gran error.
Respiro hondo y miro el reloj.
—Gracias por traerme. Son las siete y cuarto, así que necesito apurarme si quiero volver a casa temprano. ¿Tienes claro lo que dirás a Arón?
—“Creo que debemos contarle a Emilia la verdad de nuestra relación” —repite con tono de robot.
—¿Y si se niega?
—“No tenemos que contar toda la verdad. Podemos decir que fue todo idea de Olivia.”
Editado: 19.11.2025