Olivia
Ha pasado una hora desde que el rector me dejó salir, pero he preferido esperar a que Emilia salga también. Después de todo, se supone que estamos juntas en esto... Se supone.
Lo cual me recuerda que sigo sin encontrar una justificación coherente para lo que hizo.
¿Por qué diablos se echó la culpa de todo?
Tal vez el engaño de Arón la dejó vulnerable y por eso decidió ayudarme... o tal vez la chica que vi hace un momento no era Emilia, sino un robot enviado por algún ángel guardián que solo quiere paz mundial.
Eso suena más creíble.
Sigo caminando de un lado a otro, nerviosa. Mis labios arden por los mordiscos que me he estado dando y sé que mis manos tienen cinco marcas de mis uñas, clavadas con forma de medias lunas.
La asistente del rector, una mujer rellenita y de sonrisa amable, me observa con lástima. Me ofreció varias veces un asiento y hasta un vaso de agua, pero me negué a todo.
—El agua podría hacerte sentir mejor, linda —me dijo mientras ordenaba unos documentos.
Quería creerle, de verdad, pero mi inconsciente repetía una y otra vez que no serviría de nada.
El ambiente tampoco ayudaba. Los alumnos que esperaban afuera parecían sacados de una sala de emergencias emocional: unos se jalaban el pelo, otros mordían uñas, otros rebotaban la pierna como si tuvieran un motor escondido. La tensión se respiraba.
Intenté distraerme revisando mis redes, pero encontrarme con veinte llamadas perdidas de Erik solo aumentó mi ansiedad... recordándome el fin de semana.
La puerta de la oficina se abre y aparece Emilia: cabello corto perfecto, postura impecable y una sonrisa que no sé si es real o producto del shock.
¿Acaso así se ven las malas noticias?
La chica avanza con tanta seguridad que la gente se hace a un lado. Cuando por fin me ve, frunce el ceño.
—¿Qué haces todavía aquí? Pensé que habías entendido la indirecta de que te dejaba fuera de todo.
—No podía irme así como si nada y dejarte sola —digo, deteniéndome cuando se acerca—. ¿Por qué hiciste eso? No estaba en el plan. Pensé que estábamos juntas en esto.
Ella rueda los ojos.
—Será mejor hablar afuera.
Caminamos en silencio hasta encontrar una banca alejada. Se sienta y yo hago lo mismo.
—¿Por qué te echaste la culpa? —repito apenas toco la madera.
—Porque no tenía nada que perder —responde encogiéndose de hombros—. Si lo asumíamos las dos, tú estarías llorando ahora por tu expulsión... y yo sintiéndome solo un poco mal por no haber recibido un castigo justo.
Alzo una ceja. No entiendo. Ella gruñe.
—Mis padres donan una cantidad ridícula de dinero a los comités de la universidad, incluyendo el comité de bienvenida. Por eso hacemos todo lo que organizamos —murmura, mirando el dobladillo de su blusa—. Riveiro no me expulsaría ni aunque robara los exámenes de todos los profesores. Si lo hiciera, provocaría...
—Cero ingresos para la universidad —termino.
Emilia asiente.
—Él sabe lo que le conviene. Y sí, es injusto, pero era una ventaja que podía usar. Además —sus ojos se clavan en mí—, no mentí cuando dije que tú no merecías un castigo. Yo te manipulé. Eso también es verdad.
»Olivia, la gente habla de ti. Saben que eres alguien que ayuda sin pedir nada y que tiene problemas para decir que no. Muchos se aprovechan de eso.
Parpadeo.
No es precisamente algo que quisiera que "la gente" sepa.
—No entiendo —susurro.
—El día que me viste llorando, te había visto antes venir al baño. Solo aproveché la oportunidad. Estaba molesta, dolida, fuera de mí... y fui egoísta. Por eso te pido disculpas.
No puedo hablar.
No sé si estoy más sorprendida por su confesión o porque, aparentemente, soy "famosa" en la universidad por algo que no es tan halagador.
Miro un árbol detrás de ella. Una ardilla baja por el tronco cargando una semillita. La observo mientras ordeno mis ideas.
—¿Qué te hizo cambiar de parecer? —pregunto al fin—. Si yo no hubiera hablado contigo anoche, no lo habrías hecho sola.
Emilia suspira y se pone de pie.
—Tu actitud —dice simplemente—. A pesar de todo, decidiste buscarme y ser sincera... sin pensar en ti. Creo que me conmoviste un poco.
Sonríe de lado, se gira y comienza a alejarse.
—¡Emilia! —La llamo. Cuando voltea, sonrío—. Gracias.
Ella alza la mano en señal de despedida.
_______________________________________
—¿Por qué nos ocultaste eso?
—Habríamos estado contigo, apoyándote.
—¿Estos pantalones me hacen ver obeso?
Mis amigas dejan de hablar y voltean a ver a Sebastián.
—¿Qué? Los siento apretados —dice él, preocupado.
Toso para ocultar mi risa. Nunca había escuchado a Sebas hablar de cosas tan... no sé... ¿femeninas? Aunque tampoco sé de qué hablan los chicos entre ellos. Sea lo que sea, su comentario rompió la tensión y me dio el valor de contarles todo a mis amigas.
Claire aún no sabía nada, así que pedí a Antonella y Sebastián que actuaran como si fuera información nueva.
Editado: 19.11.2025