Olivia
Tengo un amor extraño con la universidad.
Por un lado, siento que necesito terminar desesperadamente la carrera para olvidarme de las exhaustivas asignaturas, exposiciones y exámenes que me vuelven loca. Por otro, sería feliz si fuera la eterna estudiante que no se gradúa y todavía depende económicamente de sus padres, sin la presión de conseguir un trabajo real que ayude a pagar cuentas reales que no incluyan la suscripción de Spotify.
—Último día. No sabes cuánto he estado esperando esto —grita Antonella, emocionada.
—Sabes que dentro de dos meses tendremos que volver, ¿cierto?
Anto me saca la lengua y sigue dando pequeños saltos por el pasillo.
El ciclo ha pasado tan rápido que todavía siento la salpicada de agua sucia que un idiota me dio con su auto el primer día.
—Da igual —responde—. Necesitaba un respiro urgente de este lugar y por fin lo tendré, aunque sea por poco tiempo.
En eso estoy de acuerdo. Este ha sido el ciclo que más recordaré de toda mi vida universitaria.
—¡Hey! —saluda Sebas desde su casillero—. ¿Listas para la fiesta de esta noche? —pregunta, mirándome directamente.
Volteo los ojos.
—Sabes perfectamente mi respuesta.
—¡Vamos, Oli! Es hora de que lo superes, ¿no lo crees?
—No tengo nada que superar.
—Si es por “ya sabes quién”, te aviso que hoy no estará. Se va a otra fiesta con sus amigos —asegura, levantando las cejas.
Lo sé. Sebas me lo comentó hace días cuando me invitó.
—Erik no me importa —miento descaradamente—. Me preocupa cruzarme con tus tíos y desmayarme de la impresión.
Sebastián me mira con aburrimiento.
—Eres una dramática. Ya te dije que mis tíos no van a decirte nada.
—Bueno, no quiero arriesgarme —disparo, mientras camino a mi casillero.
Ellos me siguen, hablando de lo genial que será la fiesta y de todo lo que me voy a perder por miedosa. Ya he escuchado ese discurso por un mes entero.
—Olivia, tienes dos opciones: ir por tu voluntad o ser arrastrada por mí. ¿Cuál prefieres? —pregunta Antonella con una sonrisa “angelical”.
—Sinceramente, ninguna.
—¡Por favor! No puedes… —se detiene abruptamente—. ¿Qué es eso?
Sigo su mirada y veo una nota pegada en mi casillero.
La arranco y, al leerla, me suelto a reír.
—¡Ja! Qué gracioso… Díganme quién fue.
—¿De qué hablas? —pregunta Sebas.
—“Tengo un trato para ti. Nos vemos a las 4 en el nuevo café, mesa 11.” —leo en voz alta—. ¿Quién de ustedes lo escribió?
Antonella frunce el ceño.
—Nosotros no fuimos, Oli. Nunca te haríamos una broma así.
Analizo sus expresiones, esperando encontrar algún guiño o sonrisa culpable. Nada. Están tan sorprendidos como yo.
—¿De verdad no saben nada?
—No —responden al mismo tiempo.
Se me escarapela la piel. Estas cosas ya no deberían pasarme. Tuve mi lección cuando Arón intentó chantajearme, y no pienso volver a pasar por eso.
¿Quién pudo haber sido?
Anto y Sebas quedan descartados. Claire y Tomás no vinieron hoy. Emilia no gastaría su tiempo en bromas. Arón… ni idea dónde está desde su ruptura con Sebastián.
Rompo la nota en pedacitos y voy al tacho.
—¿Qué haces? —Sebas casi grita.
—Botar la basura —respondo obvia.
—¿No vas a ver quién te mandó eso?
—Claro que no.
Antonella cruza los brazos.
—Imagínate que sea otro demente como tu ex… o tú —señala a Sebas.
—Yo no estoy demente —refunfuña él—. Pero deberías ir solo para sacarte la duda. ¿No te da curiosidad?
Me encojo de hombros.
La verdad, sí. Estoy aterrada, pero curiosa.
La curiosidad podrá matar al gato, pero no a una Fiori.
—No creo que sea necesario saber quién…
—Iré —interrumpo, para sorpresa de Anto, que se pone a gritar que estoy loca. Sebas, en cambio, me aplaude como si fuera una heroína trágica.
—Si le pasa algo, será tu culpa —espeta Anto.
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Una hora después estoy en el café, sentada en la mesa número 11, exactamente como decía la nota.
Todo huele a café recién hecho. El aire ochentero del lugar es acogedor, pero eso no me calma.
Miro a todos lados buscando a alguien sospechoso, misterioso o que me mire demasiado… pero todos están metidos en sus celulares como buenos antisociales.
Como mi “cita secreta” no llega, yo también saco el mío.
Entonces, una voz masculina interrumpe:
—Hola, tú. Hace mucho no te veía por aquí.
Levanto la vista y la enfocó en el chico apuesto parado frente a mí.
Adam. El barista guapísimo.
—Adam, ¿cierto?
—¡Sí! ¿Cómo te acordaste de mi nombre?
—Está en tu placa —señalo.
Él ríe y me guiña un ojo. Sigue siendo atractivo. Probablemente peligroso… para corazones ajenos, no el mío.
Editado: 19.11.2025