Halia

Los Águila

Se acercó despacio, sus viejos cuchillos en ambas manos, ya no la tomarían desprevenida, allí estaba él, con sus rizos desacomodados y sus brazos marcados por la vieja camisa blanca que lleva, tiene el ceño fruncido mientras lee algo.

Mis pasos lo hicieron verme mientras poco a poco me acerco a la luz de la cueva.

-Halia.

Dijo sin más.

Sin decir nada caminé rápidamente, como pude y con la desventaja de la mesa frente a él, lo aventé, cayó con todo y silla hacia atrás, rodeé la mesa y rápidamente me subí sobre él y comencé a golpearle la cara. Se mueve en intento de detenerme pero solo hace que me gire y él esté sobre mí.

-Te mataré, te juro que lo haré y nadie sabrá de ti, maldito traicionero.

Dije y lo volví a dejar sobre el piso abajo de mí, ahora ya sin la silla que estorbaba.

-Halia, tienes derecho de estar enojada pero también tengo derecho de decirte lo que pasa.

Sus manos me detienen las mías a ambos lados de mí.

Su mirada contra la mía, sentía que algo quería trasmitirme pero luego la cambiaba a un semblante frío.

Tomé ese momento de distracción y utilicé toda mi fuerza para aventarlo lejos de mí y me puse de pie con el mismo impulso.

Giré mi cuchillo entre mis dedos, imágenes de personas desangrándose llegaron a mi mente.

El rostro de aquel que ahora reconocía como mi padre y su voz, llegó a mí.

"Ellos no tienen sentimientos, ellos no pensaron cuando lo hicieron, no deberías tú de darles ese lujo"

Hassan se pone de pie y lanzo mi cuchillo hacia él, veo como atraviesa la piel de su brazo y se clava en la pared tras él, Hassan comienza a sangrar.

-No te voy a escuchar, eres un maldito, eres de aquellos que dicen cuidarme.

Mi mirada es dura, mi respiración comienza a ser cada vez más agitada.

Mis manos hormiguean, quiero golpearlo, quiero verlo sufriendo, quiero que sienta cómo es la traición.

Aproveché que se agarraba el hombro.

-Le dije a Prakash que te veo y que me traicionaste, que puedes cruzar hacia el ala de las mujeres.

Me miró con sorpresa.

-Maldita sea ¿Por qué harías semejante estupidez, Halia?

Era mi turno de sorprenderme.

-Por la misma razón por la que me secuestraste y dormiste varios días.

Me le dejé ir encima golpeándolo en el pecho con las manos, él solo puso sus manos tras él.

Esperaba un golpe, pero solo hizo eso, sangre comenzó a recorrer más rápido por su brazo herido, él me ve enojado.

Pongo a prueba su paciencia y golpeo en su estómago para sofocarlo pero no pasó nada, lo ignoró.

Caminé hacia la pared donde había quedado clavado mi cuchillo y regresé hacia él.

Seguía con sus manos en su espalda.

Me pongo frente a él y le hago un corte en su otro brazo, uno no tan profundo pero con el cuchillo viejo, para que duela, solo veo una pequeña mueca pero nada más.

-¿Es todo? ¿No piensas reaccionar? Esto es aburrido así.

Bufé y caminé de espaldas para alejarme de él.

-No te golpearé Halia, ya fue mucho con lo que pasó.

-Al menos tienes algo de conciencia maldito.

Dije con coraje.

Ambos brazos escurrían sangre, uno más que el otro y él empezaba a verse pálido.

-Necesitas curarte eso, vendré cuando puedas pelear.

Con eso me regresé a mi habitación bastante confundida.

Acomodé mi cama en su respectivo lugar y me senté sobre ella, mis ideas están revueltas.

Prakash diciéndome que me cuide, Hassan de traidor, Mónica echándose la culpa, todo en mí se siente como si fuera una película, recuerdos y sensaciones asquerosas me recorrieron el cuerpo y tuve que correr al baño a regresar el agua que había tomado, tenía tanto asco que mis arcadas no paraban, de pronto sentí un sabor tan amargo como nunca lo había sentido, causándome así más ascos, no podía detenerme, la garganta me ardía, pura saliva salía de mí junto con ese sabor, mi estómago está apretado, bajo la palanca del baño y voy al lavabo a enjuagarme la boca, hago gárgaras y escupo intentando tontamente de deshacerme de ese sabor tan horrible.

Me lavo las manos y escucho como se recorre papel en el piso, pronto busco en mis muslos los cuchillos.

Me giro y veo que la habitación está vacía, la cama está en su lugar pero junto a la puerta hay unas hojas amarillas y sucias que se ven con algo escrito.

Las junto, veo que son tres hojas con tinta vieja, guardo mis cuchillos y abro la puerta lo más rápido que puedo pero no veo a nadie por ninguna parte.

Cierro la puerta con seguro, me siento sobre mi silla y con la luz de la lámpara a mi lado, leo las viejas hojas.

Eran los años 20's en un pequeño pueblo alejado de de las grandes ciudades de aquellos tiempos, en ese pueblo solo existía una viejecita que habitaba en una cabaña compuesta por una sola habitación y con una chimenea tan vieja que parecía ser sostenida por nada.

El pueblo era tan pero tan poco visitado que un grupo de hombres que se llamaban así mismos "Los Águilas" encontraron ese pueblo cuando a caballo huían de sus enemigos, después de adentrarse en aquel lugar, llegaron a la pequeña cabaña de la viejecita, creyendo que estaba deshabitada.

Cuando ella los recibió su sorpresa fue grande ya que aquella mujer en vez de cuestionar su visita, les ofreció hospedaje y agua para sus animales. Ella fue muy buena con ellos, en especial con uno, que como fue revelado con el tiempo, tenía parecido a su difunto hijo.

El líder de Las Águilas pronto puso a sus hombres a trabajar las tierras, a excavar lo más profundo posible, construyendo túneles que conectaban con puntos estratégicos de huida o entrada del mismo pueblo.

Conforme pasaba el tiempo y la viejecita los iba conociendo más y más, se empezó a dar cuenta que por las noches, cuando creían que ella descansaba, llevaban a personas arrastrando de sus caballos.
Al principio optó por no decir nada, por temor a lo peor.




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