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Al abrir los ojos, Zoryana descubrió que ya era de mañana. Como de costumbre, los rayos oblicuos del sol atravesaban la habitación, la abuela hacía ruido con los platos en la cocina y los pájaros cantaban. Un sueño extraño había dejado impresiones sorprendentemente vívidas. Tan vívidas que la chica, saltando de la cama, corrió inmediatamente a comprobar si la ventana estaba en su lugar. El vidrio estaba intacto, sin sorpresas. ¡Pero qué sueño tan realista! Zoryana podía recordar incluso el roce de las plumas y, sobre todo, las garras del búho. Al estremecerse por ese recuerdo, sacudió los hombros y, sin querer, siseó de dolor.
Acercándose al espejo, Zoryana se bajó el pijama con asombro, dejando al descubierto su hombro.
— ¡Que me coma un cardo! — murmuró desconcertada al descubrir en su piel cuatro largos arañazos con sangre seca. Tres al frente y uno en la espalda. — ¡Vaya efecto de realismo en este sueño!
Sacando algodón y peróxido de hidrógeno, que siempre tenía a mano, la chica desinfectó cuidadosamente la herida mientras trataba de encontrar una explicación. La ventana estaba en su lugar, ella en la cama, entonces, ¿de dónde habían salido esos arañazos? ¿Podía haberse lastimado en la noche sin darse cuenta? ¿O sí? Bueno, tal vez no se daba cuenta de los moretones, pero… ¡esto era otra cosa!
— Zoryanka, el desayuno está listo, levántate — se oyó desde la cocina. La chica, terminando rápidamente de desinfectar las manifestaciones realistas de su sueño, corrió a vestirse y lavarse.
La abuela, como siempre, estaba ocupada con el desayuno, el abuelo terminaba su porción de patatas fritas con pepinos, y su gata rayada, Murka, depositaba con aire solemne un ratón cazado en el umbral. No se los comía, pero los traía regularmente, demostrando a sus dueños su utilidad.
— Ay, mi cazadora, mi belleza, ven que te doy leche — dijo la abuela, acariciando a la gata mientras le hacía una seña a su nieta. — Échale la presa a Volkodav.
El perro, llamado Volkodav, no hacía honor a su nombre en absoluto, pues era pequeño, pelirrojo y amable. Pero no despreciaba los ratones que traía Murka. Ya saltaba de alegría, esperando su complemento cárnico en la dieta.
Zoryana, levantando la presa por la cola, por un momento se sorprendió al notar que veía al roedor de una manera diferente. Se quedó inmóvil, tratando de identificar aquella sensación extraña, cuando la voz de la abuela interrumpió sus pensamientos:
— ¿Qué pasa? ¿Nunca has visto un ratón estrangulado?
— ¿Y si comió veneno en algún lado? — preguntó la chica por enésima vez, pues consideraba que alimentar al perro con ratones no era muy correcto.
— Murka no trae porquerías — afirmó la abuela sin dejar lugar a dudas. Zoryana resopló ante tal confianza en la inteligencia de la gata, pero al mirar nuevamente la presa, entendió que tenía razón. El ratón había sido estrangulado. Pero… ¿cómo lo sabía con tanta certeza?
— ¿Vas a seguir contemplándolo o quieres que te lo prepare para el desayuno? — resopló la abuela, y la chica apresuradamente lanzó el ratón al perro y se fue a lavarse las manos.
En su cabeza aún rondaban pensamientos sobre aquel sueño extraño. Zoryana pensó en contarle a su abuela, pero decidió no arriesgarse, sobre todo porque aún no estaba claro quién sufriría más de aquella conversación. La abuela, primero, se asustaría y haría un drama, y luego vendría con una lista de tareas "para que no pienses tonterías". Nunca se podía contar todo a los abuelos, porque incluso sabiendo solo una parte de sus aventuras, ya se preocupaban demasiado. Y si encima añadía algo sobrenatural… No, mejor no. ¡La encerrarían y pasaría todo el verano en la huerta! Con las aventuras de su nieta en Bereznyaky, la abuela ya tenía suficiente.
Si tan solo mamá estuviera en casa… Pero mamá no volvería hasta dentro de tres meses.
Desde que comenzó a irse a trabajar al extranjero, dejando a Zoryana con los abuelos, ya habían pasado dos años. Y todo parecía ir bien, pero a veces la chica echaba mucho de menos sus conversaciones sinceras. Claro, a veces su madre llamaba, pero no era lo mismo. Cómo le gustaría ahora, como antes, quedarse despiertas hasta medianoche viendo una película o simplemente charlando… Pero mamá estaba lejos, y cuando venía, todos le exigían algo. Los tiempos en que vivían solo las dos, Zoryana los recordaba como los mejores, a pesar de que en aquel entonces tenía que cocinar, limpiar y hacer muchas cosas por sí misma.
Editado: 14.03.2025