Hallazgo

2.5

Año 1996
Ucrania. Óblast de Cherkasy

El sol ya empezaba a arder cuando Zoryana, soñando con la lluvia, deshierbaba las hileras de zanahorias. ¿Cómo es que la maleza crece tan rápido? Como si se hubieran puesto de acuerdo con la abuela para asegurarle trabajo. No es que haya llovido mucho, las zanahorias apenas brotan, como si estuvieran prometidas, y ni siquiera hay algo decente que morder a toda prisa, mientras que el amaranto y la quinoa crecen como locos.

La chica arrancaba las hierbas y las amontonaba, pensando si tenía alguna oportunidad de pedirle a su abuela que la dejara ir al río al mediodía, o si volvería a recordarle esos malditos Bereznyaky. Valía la pena intentarlo, porque la ducha, claro, está bien en el calor, pero no puedes nadar en ella. Además, su primo lejano, que acababa de llegar y ya andaba saltando por la mañana, se enteró de que habían colgado una nueva 'tarzanka' en el río Ros, una cuerda para saltar al agua. ¿Se lo iba a perder? No, definitivamente no valía la pena contarle a la abuela sobre la tarzanka, pero quitar las malas hierbas de la zanahoria para que su explotadora personal se ablandara parecía una buena idea. Solo faltaban tres hileras más, y ya podría ir a pedir permiso. La abuela, al fin y al cabo, era buena si se le abordaba por el lado correcto.

—¡Zirka, hola! —asomó la cara pecosa de su primo entre las hileras de maíz.

—¡Oh, Yurchyk, otra vez tú! ¿Qué, la abuela Vira no te ha puesto a trabajar?

—¡Qué va! ¡Si acabo de llegar! Ella aún es buena.

—Qué suerte tienes —suspiró la chica, lamentando que ella viviera con la abuela, en lugar de venir de visita desde Cherkasy en verano, como su primo.

—¿Entonces vamos al Ros? —el chico se dejó caer sobre la pila de hierba arrancada.

—Enseguida, solo termino esto e intento convencer a la abuela.

—¿Todavía está enfadada?

—Un poco. Ya ni sé si fue buena idea que Sanya me trajera al pueblo aquella vez. Habría sido mejor quedarme allí, recuperarme y volver tranquilamente a casa, en lugar de meterme en líos y restricciones.

—Oh, ¿y desde cuándo eso te ha detenido? Entonces, ¿te ayudo?

—¿Qué, no tienes con quién ir? —Zoryana sonrió, sabiendo cuánto "adoraba" su primo el trabajo en el huerto. Su abuela siempre intentaba encontrarle tareas útiles, pero rara vez lo conseguía. Yurko era un chico ágil e ingenioso, por lo que pasaba mucho más tiempo en el río, el bosque o en cualquier otro lugar, que con una azada en el huerto o una hoz en el campo de alfalfa.

—Pues sí... Vas'ka se fue a algún lado, Petro aún no ha llegado —el chico se encogió de hombros, enumerando a sus amigos de verano, mientras tironeaba de una hierba con desgana. No parecía mucha ayuda, pero era mejor que nada.

Al final, la abuela dejó ir a Zoryana al río, aunque le amenazó con encerrarla un mes si volvía a meterse en líos o, "¡Dios no lo quiera, arrastrabas a tu hermano contigo!". La nieta, asegurándole que solo se daría un baño y volvería, y que Yurko era un chico fuerte e inteligente, salió corriendo antes de que la abuela cambiara de opinión y le encontrara otra tarea.

Los hermanos se lanzaron felices a la carretera en bicicleta, zigzagueando por caminos de tierra que subían por lomas y bajaban por pendientes entre viejos huertos, cortinas de árboles y campos. Luego tomaron un sendero marcado en la hierba a lo largo del río Ros y, finalmente, llegaron a su lugar favorito para nadar. En el sauce alto que crecía junto al claro de la orilla, alguien había atado una nueva tarzanka este año. Una cuerda gruesa y larga con un manillar de bicicleta colgaba de una cadena de metal envuelta alrededor de una robusta rama, a unos diez metros del suelo.

—¡Guau, increíble! —comentó Zoryana, lanzando su "caballo de acero" a los arbustos de ajenjo y apresurándose a quitarse los pantalones cortos y la camiseta, quedándose solo con su viejo traje de baño. Mientras su primo se desvestía, ella ya había corrido hacia el sauce para alcanzar la tarzanka, que estaba enganchada en un pequeño trozo de rama.

En general, la vida de ese sauce había sido bastante dura. Eligió un lugar poco afortunado, que la gente usaba cada año para descansar. Sus ramas más bajas estaban rotas, y en algunas más altas quedaban restos brillantes de las viejas lianas de años anteriores. Pero el árbol se mantenía firme, proporcionando su sombra en el calor del verano.

Saltando con la cuerda en la mano, Zoryana la estiró tanto como le permitían su altura y la longitud de la soga, y con un grito alegre se lanzó sobre el río, soltándose sobre el agua. Un vuelo corto, un chapuzón ruidoso en el agua fresca del río, y una travesía nadando hasta la orilla, donde Yurko ya atrapaba la tarzanka.

—¡Caray! ¡Todavía no me he quitado los pantalones y ella ya está en el agua! ¿Cómo está el agua, cometa? —rió su primo.

—¡Genial! Después del calor del huerto, es un sueño hecho realidad —rió la chica, nadando hasta la orilla y caminando por el agua cristalina, espantando ranas y cardúmenes de pececillos.

—Sí, sí... Seguro que está helada —bufó Yurko, tomando impulso.

—Te digo que está buenísima. ¡Salta ya! —Zoryana se rió, siguiendo con la mirada a un martín pescador azul brillante que emergió del agua con su presa.

—¡ De repente, si pasa algo, me salvarás tú solita-a-a! —gritó Yurko y se lanzó con un gran chapoteo.



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En el texto hay: vida, aventuras, mistica

Editado: 14.03.2025

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