Hallazgo

Capítulo 3.1

Año 1996
Ucrania. Óblast de Cherkasy

Los crepúsculos inundaron el pueblo, extendiendo hilos de niebla vespertina por las tierras bajas, cuando Zoryana divisó la figura de anchos hombros de Sashko, que salía de un pequeño bosque y cruzaba el puente de madera. Aquel estudiante de último año vivía al otro lado del arroyo que serpenteaba dividiendo su pueblo, por lo que le resultaba más cómodo entrar por los huertos, que descendían hacia las tierras bajas rodeando el agua como un rebaño de vacas sedientas, en lugar de rodear medio pueblo para llegar a la puerta de Zoryana.

La chica salió corriendo de la casa y le hizo una seña con la mano, mientras su visitante se sentaba en un tronco junto a la orilla, esperando a que ella, tras ponerse una chaqueta, descendiera por el huerto hasta los tres grandes sauces que adornaban su orilla del río.

El agua chapoteaba suavemente, las ranas croaban, los pájaros cantaban y los mosquitos zumbaban cerca de sus oídos, celebrando una nueva víctima. La chica mató a uno, luego a otro, y suspiró con tristeza, comprendiendo que no tenía la destreza suficiente para acabar con todos, así que mañana otra vez le picarían las piernas por las numerosas picaduras.

—Hola —saludó con cautela, deteniéndose frente al chico y examinándolo con recelo: sus pantalones deportivos oscuros, su camiseta verde, su cabello rubio corto, sus cejas anchas y su mirada entrecerrada y alerta. Curioso, fue él quien propuso el encuentro, pero miraba como si esperara algún truco de su parte.

—Ajá —asintió Sashko, girando pensativo un tallo de pasto entre los dedos.

—Entonces, ¿de qué querías hablar? —Zoryana se sentó en el tronco a su lado, porque quedarse de pie frente a él, como si estuviera en la oficina del director, le parecía demasiado honor.

—¿Qué recuerdas de Bereznyaky? —preguntó él en lugar de responder.

—Por el tono de tu pregunta, parece que debería recordar algo interesante —se rió la chica. No le iba a contar sobre su "vuelo del alma". Se burlaría de ella.— Me temo que te decepcionaré. Excepto por nuestra pelea sin sentido, nada.

—¿Nada en absoluto? ¿Ni siquiera cómo te desenterré y te hice volver en sí? —preguntó él con tensión.

—Nada concreto.

—Ajá. Interesante. ¿Y los arañazos del búho en tu hombro? ¿De dónde los sacaste?

—Oye, ¿me estás haciendo un interrogatorio o qué? —estalló la chica.

—No. Más bien quiero contarte algo y aclarar unas cosas.

—Pues cuenta de una vez, deja de dar rodeos.

—¡Que te den! Te hablo con normalidad y tú otra vez sacas las garras como un gato rabioso. ¿O quieres morderme de nuevo? —se irritó él.

—Ni lo sueñes. No vaya a ser que te contagie algo. ¡A saber qué zorro rabioso te arañó en ese agujero! —exclamó indignada Zoryana.

—¡Pero si fuiste tú quien me arañó! —saltó Sashko, arrojando irritado el tallo y, sin querer, enganchó el colgante de Zoryana. La fina correa tiró de su cuello, se rompió y la joya salió despedida, golpeando con un tintineo un poste del puente antes de caer en la hierba.

—¡Idiota! —la chica se lanzó desesperada en busca de su colgante, previendo lo peor. Pero, revolviendo nerviosamente los matojos de pasto y ortiga muda, para su sorpresa lo encontró intacto. Ni siquiera parecía tener arañazos a simple vista.

Apretando la joya en sus manos, Zoryana se giró furiosa hacia el chico.

—¡Vete al diablo con tus cuentos! ¡Mis uñas no son lo suficientemente afiladas para hacer ese tipo de "arte"! ¡Deja de mover esas zarpas tuyas!

Zoryana estaba lista para lanzarse sobre ese insolente y no le importaba que fuera más grande y más fuerte. Todavía tenía dientes y uñas (aunque no afiladas), y los chicos tenían más puntos débiles de lo que se imaginaban.

—Lo siento... no quería hacerlo —murmuró de repente Sashko, bajando la mirada con culpa, lo que la sorprendió.

—¡Claro! Tus manos son completamente autónomas, tienen su propia vida y no tienen ninguna relación con tu cabeza, ¿no? ¿Qué tonterías me estás contando? No pude haberte arañado así, aunque en Bereznyaky tenía unas ganas locas de hacerlo. Mira, ni siquiera tengo con qué —intentó calmarse Zoryana, mostrando sus uñas cortas, recién lavadas después del trabajo en el huerto.

El deseo de sacarle los ojos a ese idiota cuentista era enorme, pero no después de una disculpa. Y menos aún cuando sonaba sincera.

—¿Y recuerdas al búho de ayer que te llevaba y sus garras? ¿Y cómo caíste en el techo de nuestro granero? —preguntó Sashko, dejándola completamente desconcertada.

—¿Qué? ¿Garras? No... Solo alas... —Zoryana se sentó en la hierba, visiblemente confundida.— ¿Cómo sabes que me llevaba un búho?

—Porque era yo, ¡maldita sea!

—Ajá... Ahora sí que estoy perdida. ¿El búho eres tú, y la "maldita lechuza" soy yo? ¿De dónde sacaste eso? —cruzó los brazos, mirando al chico con desconfianza.

Que él supiera de su extraño sueño era inesperado. Zoryana se sintió completamente desconcertada y, cuando estaba confundida, solía volverse sarcástica e insoportable.

—Porque antes de ti, ninguna lechuza me perseguía ni me convertía en un búho-hombre lobo —le soltó Sashko y se dejó caer en el tronco, como si acabara de cargar un carro lleno de leña cuesta arriba.



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En el texto hay: vida, aventuras, mistica

Editado: 14.03.2025

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