Año 2020.
Ucrania. Odesa.
El hombre y la mujer salieron del café y caminaron sin prisa por el paseo marítimo. La mujer giró hacia las escaleras que llevaban al mar, se quitó los zapatos y comenzó a caminar descalza por la orilla.
—Sychyk, ¿a dónde vas? No hagas tonterías. Aquí hay vidrio, basura. No me digas que también vas a bañarte —frunció el ceño el hombre.
—¿Y por qué no?
—Otra vez con lo mismo: todos los ríos y pantanos son nuestros… Usa la lógica. Mira esa agua, está tan negra por las impurezas que se nota incluso con la luz de las farolas. Ahí no es un baño, sino un envoltorio de algas y basura.
—¿Y si resulta bueno para la piel? —rió la mujer, deteniéndose junto a un rompeolas de hormigón y entregando con placer sus pies a las olas.
—El cosaco no es caprichoso: en el infierno no se congela, en el agua helada no se cuece… Zirka, no hagas locuras. ¡Que te…! ¿Por qué siempre contigo es así? No me da tiempo de pestañear y ya te metiste en algún lío o problema —murmuró el hombre, bajando del paseo hacia la arena en dirección a su acompañante.
—Tú tampoco te has librado de ellos en su momento.
—Hace mucho aprendí a dosificarlos y a sacar provecho de los que me tocaron.
—Pues qué bien. Y ahora deja de quejarte. No voy a nadar, solo quiero disfrutar el momento.
—¿Y no podías encontrar un lugar mejor? Una playa llena de basura no es el mejor sitio para esto.
—¿Y cuántas cosas necesitamos realmente para ser felices? El mar, la arena, el viento fresco, la salud…
—Claro, si eres una experta en ignorar al elefante en la habitación.
—La mayoría de nuestros “elefantes” son solo ratones sobrealimentados —sonrió Zoryana.
—Ajá… Pero mejor resolvamos de una vez el problema con uno de esos “ratones”, porque no me gusta dejar demonios del pasado atrás. Pueden terminar royéndote la nuca.
—¿Por eso sigues usando ese oro escita? ¿Es un amuleto contra los ratones? —rió la mujer, señalando con la cabeza la pequeña figura de un toro que colgaba del cuello del hombre.
—Para que alguien determine que esto es escita, tendría que ser un experto y ni siquiera a primera vista. Pero como talismán, sigue funcionando de maravilla —se encogió de hombros el hombre—. Y en fin, deja el estado de iluminación, que tenemos trabajo. Espero que no termine siendo una aventura como aquella vez. Ya no tengo la misma salud para desafíos de inmortalidad.
—Toda nuestra existencia es una aventura. La eternidad fluye a través de nosotros, nos guste o no verla. Disfrutarla o temerla es una elección personal. Y de esa elección depende el resultado de la aventura. Tú mismo lo aprendiste hace años.
—Lo único que aprendí entonces fue que una casualidad puede convertirse en un golpe de suerte, un golpe de suerte en una tragedia y una tragedia, si es necesario, disfrazarse de comedia. Entonces, ¿qué decides? ¿Vendrás conmigo?
—Sí. Mañana por la mañana.
—¿Y ahora?
—Ahora tú tienes un hotel y un descanso cómodo en tus planes, y yo pienso dar un paseo.
—¿Los callejones oscuros son lo tuyo?
—Se podría decir así —sonrió encantadora la mujer, avanzando hacia donde grandes rocas yacían en la orilla, siendo golpeadas por las olas.
—Sychyk, ¿y si mejor vienes conmigo al hotel? —propuso el hombre con cierta inseguridad, deteniéndose. Claramente, no tenía intención de meterse en el agua, y el mar ya estaba reduciendo sus opciones, golpeando casi contra el muro del paseo.
—¿Para qué?
—Para que los pobres ladrones salgan ilesos y yo no tenga que volver a buscarte…
—Estaré junto a tu coche a las ocho de la mañana. No te preocupes —dijo la mujer sin volverse, saltando con agilidad de una roca a otra.
—A veces siento que los años me han pasado por encima como un camión, aunque con buena mercancía… pero a ella la llevaban encima de ese camión —murmuró el hombre con un suspiro, mirando con cierta confusión la esbelta figura con un bolso al hombro y los zapatos en la mano.
Editado: 14.03.2025