6.3.
Año 1996
Ucrania. Óblast de Cherkasy
Dolor, náuseas y oscuridad. Zoryana recuperaba la conciencia lentamente. Extrañas visiones o sueños confundían su mente, por lo que no comprendió de inmediato dónde se encontraba. Al darse cuenta, se sobresaltó aterrorizada.
Estaba firmemente atada y yacía junto a un agujero. El bosque estaba sumido en el crepúsculo, el cielo apenas visible entre las copas de los árboles. Girando ligeramente de costado, Zoryana miró hacia abajo y descubrió con horror que en el fondo yacía inmóvil Yurko. Y junto a él, con la copa encontrada en el barranco entre las manos... alguien estaba sentado. Porque esa criatura simplemente no podía ser Sashko, aunque tenía su rostro.
La chica dejó escapar un gemido involuntario, y la criatura se volvió hacia ella, lanzándole una mirada grasienta.
— O-o-o, despertaste. Ahora todo está listo. Míralo una vez más, si la primera no fue suficiente… — La criatura levantó la mano, en la que destelló la hoja de un cuchillo, y lo hundió en el pecho del chico inmóvil.
— ¡Yurko! ¡No!
Brotó sangre, y Sashko, arrojando el arma, se lanzó hacia Zoryana. Con dos saltos descomunales e inhumanos, escaló la pared del agujero y apareció a su lado, la giró sobre su espalda y la inmovilizó contra el suelo. La chica apenas tuvo tiempo de encogerse aterrorizada, doblando las piernas y clavándole las rodillas en el pecho.
— Ahora, por fin, serás mía. Solo mía. Esta vez no escaparás… — susurraba con voz ronca y salvaje, mientras intentaba separar sus piernas. — No luches, Sychyk, ya no te servirá de nada.
Desde abajo se oyó un ruido y el quejido de Yurko. Zoryana comprendió que su hermano aún estaba vivo. ¡Debía ayudarlo! La conciencia de la posibilidad de salvar a su ser querido hizo que la chica se recompusiera interiormente y, con todas sus fuerzas, golpeara al atacante.
Las piernas de Zoryana eran fuertes. Ella empujó al chico hasta el mismo borde del agujero, luego saltó e intentó empujarlo hacia la caída con su hombro. El chico agitó la mano, tratando de aferrarse a ella. Zoryana se apartó, pero él logró agarrar el colgante que acababa de deslizarse fuera de su camiseta.
— ¡No, ahora no! ¡No!
El grito de furia retumbó en los oídos de Zoryana, seguido de un aullido salvaje. De repente, todo a su alrededor se inundó de una brillante luz dorada, el suelo bajo sus pies cedió y ambos adversarios, junto con un trozo de tierra, se precipitaron al vacío.
Editado: 14.03.2025