Está bien, lo admito, me pasé, definitivamente me excedí, y pues debo ser honesta, estoy muy jodida. Esto es realmente importante, puesto que, admitir que cometí un error va en contra de mi sentido del egocentrismo, mucho más cuando implica admitir que cometí un error delante de mi mamá.
Pero hay que ser sinceros: había una raya, hasta yo sabía que había una raya, y pues…creo que la pasé kilómetros atrás.
La enorme construcción enfrente es mi instituto, bueno, era una vez mi instituto. Ahora parece más las ruinas de la Torre de pisa, pero metida de cabeza en el canal de Venecia. De hecho, la torre de la campana está inclinada, un poco más que inclinada…está bien, se derrumbó, pero eso no tiene que ver completamente conmigo ¿saben?, era una construcción antigua, no es mi culpa que no remodelen aquí.
La policía llegó hace un rato, pero al igual que yo, no han hecho más que paralizarse mirando los escombros que han quedado de lo que era el internado para jovencitas rebeldes Angelo di pace.
A mi izquierda, las monjas rezan desconsoladas, pero por lo que veo esto ni su dios lo levanta otra vez. A mi derecha, mi madre mira hacia adelante, con una meticulosidad preocupante. La vena en su frente parece que va a reventar y salpicar todo el sitio de sangre, así como en Carrie.
La conozco lo suficiente como para saber que, aunque sus ojos estén puestos hacia adelante, ella está sumergida en sus pensamientos, esforzándose por ir a su lugar feliz, que de seguro es un sitio donde sirven sushi de mi carne cruda.
Aún está saliendo agua por las ventanas y por debajo de las puertas. El campus está totalmente hecho un desastre, en una mezcla de lodo, sabanas, hojas de cuadernos y demás. Hasta han venido ambulancias, es más, hay hasta helicópteros sobre nosotros, pero me parece que son de la prensa. Eso sí que es exagerado. Trago saliva fuerte al ver a la directora, Sor Elianna, con esos espeluznantes ojazos grises a pocos pasos de nosotros. Gracias a Dios que hay policías aquí, porque tengo el ligero presentimiento de que, de no ser así, la madre superiora vendría directo a mí dispuesta a romper sus votos monásticos.
Me da la impresión de que dentro de su cabeza está conjurando toda una lista de maldiciones y hechizos para arruinarme, a no, esas eran las brujas, no las monjas. Aunque Sor Elianna era una perra con una P enorme al inicio.
—Joven Jorden, suba al auto por favor. —me giro para ver a Wyatt, uno de los choferes de mi madre, detrás de mí.
A ella la veo hablando con la policía, donde algunos oficiales están concentrados a su alrededor.
—Wyt, que elegante, no sabía que saldríamos de paseo hoy —hablo, pero él ni se mueve, con su súper traje fino y su posición firme—, y yo en estas fachas —finjo una profunda tristeza mientras muevo mi dedo en mi dirección, señalando el uniforme mojado que traigo puesto.
—Sí, te ves jodida —dice. Es por lo menos impresionante como habla así con el cuerpo tan erguido y la cara tan seria.
Doy un paso hacia él —Siempre tan formal, podría meterte un hielo por donde el sol no brilla y ni así te moverías ¿verdad? —hago un puchero mientras le doy toques molestos sobre la camisa—. Cielos, esto sí que es un six-pack de acero y no tonterías.
—Es el chaleco antibalas
—¿Tan peligroso creías que iba a ser esto como para usar chaleco antibalas?
Baja la cabeza para mirarme desde lo alto de su esbelta figura—La señora Jones dijo que tenía que ver contigo, y si es así hay que temer por nuestras vidas.
Le muestro el dedo mayor conteniendo una carcajada. Él voltea, se inclina y abre la puerta trasera del brillante auto negro, yo mientras tanto disfruto de su posterior, bajo esos pantalones de vestir.
Entorno los ojos con malicia y llevo mi mano hasta apretar una de sus nalgas. El primer reflejo de él es levantarse de golpe, pegándose en la cabeza.
Mi madre se gira un segundo para observarme, con una mirada que casi salpica ácido desde la distancia. Me enderezo deprisa y fuerzo una sonrisa con todos mis dientes.
Para cuando me volteo Wyatt me está mirando con el rostro aburrido, mientras se frota la nuca.
—Ups —me encojo de hombros.
Tiene una manta gruesa en la mano, la misma que me lanza en la cara sin avisar.
—Toma, tápate.
Doy una media sonrisa —Wyatt, no me digas que estás excitado con mi sostén, no sabía que te iban esas cosas —levanto una ceja mientras él mira mi pecho con sus aburridos ojos ámbar y sus carnosos labios apretados.
La camisa blanca está empapada, se me ha pegado por completo a la piel y se ha transparentado un poco, un poco mucho, dejando a la intemperie mi sujetador púrpura con diseños.
—Es un sostén vacío —comenta Wyatt—no sé por qué los usas, la planicie desértica que tienes donde debería ir tú busto no llena eso.
Abro la boca, casi dejando caer mi quijada al piso.