Halliester Bay Academy (academia para chicos problemáticos)

6. Quítate la ropa.

        Increíble que esto vaya a terminar mucho antes de que haya comenzado. No he puesto bien el pie aquí y ya son todos puros fracasos.

          No se ve ni un poco más simpático que la última vez.

          —Janna —mascullo, intentado lo mejor que puedo cubrirme la cara con el cabello y los ridículos anteojos. —¡Janna!

           Me ignora por completo.

           —Joven Brander, esta es la Señorita Jones y su hijo

            Finjo un ataque de tosidos que corta la conversación antes de que ocurra alguna catástrofe. No soy capaz de recordar si aquel día, en la celda de la comisaria, este tipo escuchó mi nombre en alguna ocasión, pero será mejor no comprobarlo y salir corriendo de aquí.

          —Sabes Janna, creo que acabo de enfermar, lo mejor será volver a casa —digo con los labios sobre mi mano empuñada.

         —¿Janna? —habla la madre Aurora— ¿Se refiere a su madre por su nombre de pila?

          Janna se cruza de brazos.

        —Sí, es un irrespetuoso cuando se lo propone —dice.

       La señora me escanea con la mirada y pareciera gustarle lo que ve. Un reto.

         —No te preocupes querida, aquí podemos reparar esta clase de defectos y muchos más —sonríe hacia Janna.

         ¿A quién le dices defectuosa, vieja maldita?

        —Eso espero —Janna se lleva la mano a la cintura—, este niño es todo un problema.

          Esa expresión otra vez, su sensación de victoria. Se llena el pecho de aire y eleva la barbilla, mientras golpetea las uñas sobre su cadera, como una bruja mala de cuentos.

          Mis ganas de pintarle el dedo van en aumento, pero un berrinche en estos momentos podría llevarme a que este tipo recuerde quien soy.

           La monja da unos pasitos hasta estar cerca de Janna.

         —Lo dejas en las mejores manos —dice, volviéndola a sostener de las manos.

          —Joven Jones, por favor, siga al señor Brander, será su guía —me habla la señora—, le mostrará las instalaciones y luego le llevará a su cama.

           El fulano suelta un suspiro de fastidio y la madre Aurora se le transforma la cara. Le da una mirada de muerte, él rueda los ojos mientras se acerca para tomar una de mis maletas.

          El frio del metal de sus anillos apenas me roza los nudillos y toda la piel se me eriza.

          Doy un brinquito hacia atrás, encogida de hombros.

          Él me mira, le he dejado inclinado y con la mano extendida.

         Levanta una ceja.

          —Yo...yo lo hago —tartamudeo.

          Le arranco la maleta a Janna, sosteniéndolas ambas en una sola mano, me acomodo el bolso en el hombro y empiezo a caminar profundo en pasillo, con la cabeza todavía agachada.

         —Eh cariño ¿no te despedirás de mí? —Janna levanta la voz.

        Cuando me volteo para verla la sonrisa está ahí, la sonrisa del puto éxito.

        Solo puedo darle una última mirada, con los ojos entrecerrados detrás de los anteojos pasadísimos de moda.

             Ganaste esta vez, pero me las vas a pagar. Te lo juro, Janna Jones.

           Me aferro torpemente a mi equipaje, caminando a un lado del chico, pero unos pasos por detrás        

           Me aferro torpemente a mi equipaje, caminando a un lado del chico, pero unos pasos por detrás. Le he notado mirando sobre su hombro un par de veces, pero sin terminar de darse la vuelta.

          He intentado dejar mi cara lo menos visible que puedo, tanto que ya me duele el cuello.

          —El patio —dice, señalando con el pulgar a nuestro lado derecho.

          Cada vez que habla siento que me voy a cagar encima.

          A través de una gran puerta abierta veo un enorme jardín de pasto café por la luz del atardecer. Sin reparar demasiado en eso el tipo sigue avanzando pacientemente.

          Así caminamos por cada escalera y corredor. La biblioteca, las duchas, los baños, los salones, el comedor; del otro lado del campus está la casa de las monjas, detrás de una valla de metal, y todo el internado está rodeado por una inmensa pared de roca con barras de acero y alambre de púas electrificado en lo más alto.

         Puta madre. Si esto no es una prisión o un manicomio de alta seguridad no sé qué sea.

         Finalmente subimos una última escalera y no podría estar más arrepentida de haber decidido cargar mis maletas por mí misma.

           Subo el último peldaño ahogándome en mi propio sudor y pues el muy orgulloso no vuelve a tenderme la mano en ningún momento, todo lo contrario, el muy idiota sigue caminando con sus piernas larguísimas, dejándome detrás, tratando de recuperar el aliento.

          ¡Hey grandulón, que para nosotros los enanos una zancada tuya es como un kilómetro!

          Me apresuro hasta volver a donde estaba pero él frena de golpe, haciendo que choque con su espalda.

           El golpe de mi cuerpo no representa ninguna clase de amenaza para l suyo, asi que ni se mueve.

           Me alejo de un brinco y bajo la cabeza.

          —¿Qué te pasa? —pregunta.

           Su voz es profunda, aunque no tanto como para ser un ogro.

          —Na..nada, lo siento —arrastro la voz.

           Gruñe.

          El pasillo es más oscuro en comparación a la planta baja, y está lleno de puertas de lado y lado, a cada una le acompaña un número un guio y una letra.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.