La brisa glaciar de la madrugada me golpea en toda la cara mientras el carro se desliza a toda velocidad y aun así siento que me falta el aire. Saco un poco más la cabeza y me arranco la peluca, siento que falta oxígeno en el mundo como para llenar mis pulmones. Las mejillas me cosquillean y el corazón apenas está recuperando su ritmo normal, ya no siento que me vaya a dar un infarto pero tampoco estoy del todo recuperada.
—¿Le viste la cara a esa idiota de Madison? —Camille se voltea del todo en el asiento del copiloto para verme, está ebria y muy entusiasmada.
—¿Serías tan amable de no dirigirme la palabra? Gracias —refunfuño.
No la he golpeado porque ni siquiera tengo la fuerza para hacerlo, pero me va a pagar todo esto que me ha hecho, es una completa traición familiar y no se va a quedar así.
—Ay, bueno, ya, que dramática —se burla, apenas pudiendo articular las palabras—, me vas a decir que no te gustó comerte a ese bombón.
El solo recuerdo me pone los pelos de punta, no sé si porque me gustó besar de verdad a un chico o porque esto podría meterme en un gran lio en la academia. Es muy probable que sea por ambas cosas.
—Camille —suspiro—, cállate la boca de una buena vez, estás muy borracha.
—Y vaya que estoy borracha —confirma—, pero aun así puedo reconocer que te encantó. Saliste de ese cuarto hecha gelatina, y no es para menos.
Wyatt suelta el aire de golpe.
Ella lo mira.
—¿Y tú?¿Aun sigues molesto? —pregunta Camille mientras acerca el dedo para picarle la mejilla.
Wyatt solo gruñe. No necesita responder con palabras.
Tan pronto salí de aquel estrecho armario, sus niveles de paciencia llegaron al límite; me tomó del brazo y me sacó a rastras de esa casa mientras mascullaba un par de cosas que no logré entender, estaba demasiado desequilibrada mentalmente para entender alguna cosa.
—Qué lindo te ves cuando estás celoso —comenta ella.
El carro frena de golpe y los tres nos tambaleamos.
—No estoy celoso —se defiende Wyatt—, solo no me gusta como la trató ese cretino y mucho menos que la metieras ahí con él.
—Desearías haber sido tú ¿no es así? —lo molesta Camille.
Wyatt vuelve a soltar el aire por la nariz como un toro furioso, me mira por el retrovisor y arranca el coche.
—Estás muy ebria —masculla—, pero esa hubiese sido una mejor idea a meterla con ese tipejo ¿siquiera lo viste? Es un patán, de lejos.
—¿Y perderme tus celos y los de Madison? Ni en mil años —dice ella—, oportunidades como estas solo se dan una vez en la vida.
—Camille ¿Dónde te apagas? —ruedo los ojos.
Wyatt se estación delante de la casa. Camille se ha quedado profundamente dormida así que él rodea el coche, la saca en brazos y finalmente nos metemos.
Todo está justo como lo dejamos antes de irnos, lo que es una buena señal. Suelto la peluca sobre la mesita junto a la puerta y me saco las deportivas, estoy molida, tanta adrenalina y micro infartos en una sola noche me han dejado sin energías.
—La llevaré a tu cuarto —murmura Wyatt, asiento con la cabeza y me levanto para seguirlo.
De camino noto la puerta del estudio de Janna entreabierta y unos sonidos que me roban la atención, aunque Wyatt no parece notarlo.
—¿A dónde vas?
—Vuelvo en un segundo, deja a la borracha en la cama —digo, mientras bajo los únicos cuatro peldaños que alcancé a subir.
Wyatt me hace caso y se lleva a la ebria y sus ronquidos hacia arriba.
De camino al estudio los sonidos son más claros, pero las luces están apagadas. Existe la posibilidad de que a Janna ya se le haya pasado el efecto de las drogas, así que debió notar mi ausencia, lo que me pone en terrible posición. Los drogamos a todos y luego nos vamos de fiesta, eso no debe de gustarle ni un poco.
—¿Janna? —asomo la cabeza.
Está sentada en la silla tras el escritorio, con la cabeza sobre la mesa, en medio de la oscuridad. Siento un repentino nudo en la garganta, creo que está llorando.
—¿Estas bien? —pregunto mientras me acerco.
No tardo en llegar a su lado, las piernas me tiemblan un poco y el corazón me bombea con fuerza. Me doy un pequeño susto cuando mis pies descalzos tocan una parte de la alfombra que está fría y empapada. El olor a licor no tarda en meterse por mi nariz.
En la mano de Janna hay un vaso de cristal vacío, mientras que la botella se ha derramado en el suelo, o al menos lo que quedaba de ella. Me invaden recuerdos que pensé enterrados para siempre, pero ahora, al verla aquí y al verla así, sé que aún están merodeando por mi cabeza. Se me hace un nudo en la boca del estómago.
—M-mamá —arrastro la voz, a la vez que la meneo un poco del hombro.
Ella voltea la cabeza sobre la mesa, parece confundida, me ve y una sonrisa se forma en sus labios, su maquillaje se ha deshecho con las lágrimas.
—Ya llegué —murmuro.
—Volviste —balbucea ella, mientras se endereza.
A diferencia del regaño que espero, parece aliviada y no deja de sonreír ligeramente. Su aliento huele a alcohol, lo que explica completamente su actitud inusual.
—Te estuve esperando, mucho tiempo —aunque me habla aparentemente a mí, tiene la mirada perdida en algún punto de la alfombra mojada—, mucho tiempo —repite en un suspiro.