Las esposas son pesadas y aún siguen frías después de tenerlas un buen rato apretando mis muñecas. El tipo de uniforme protege mi cabeza para evitar un golpe, mientras me bajo de la patrulla, aunque dudo que a estas alturas tenga alguna neurona en funcionamiento que deba preocuparme por proteger.
El otro policía sale del asiento del copiloto y procura que los siete desafortunados formemos una fila para empezar a caminar de regreso al interior de la academia. Justo como Axton me había dejado saber antes, la alarma se disparó cuando los demás salieron por la puerta de emergencias de la cocina, así que la policía llegó pocos minutos más tarde y nos atrapó a todos con las manos en la masa, a mí de forma un poco más literal.
Es probable que ya sean pasadas las seis, pero no las ocho, porque mientras transitamos por los pasillos vemos que los demás apenas están regresado dentro luego de la marcha de la mañana, lo que hace esto más incómodo de lo necesario.
La cadenita de las esposas tintinea mientras avanzamos y más de uno se acerca a las ventanas de lado y lado del corredor para vernos pasar, como los animales de circo en los que nos hemos convertido. Salen a la puerta de los dormitorios y los salones, mientras murmuran cosas que no atino a entender y que poco me interesan, estoy demasiado cansada como para pensar en eso ahora.
El camino hacia la oficina de la madre Aurora parece eterno, hasta que finalmente llegamos allí. El policía número dos es el primero en entrar, después seguimos los pobres descarriados y finalmente el policía número uno, supongo que para verificar que ninguno de nosotros se vaya corriendo desesperadamente, aunque por la cara que tienen todos parece que apenas pueden mantenerse en pie.
La oficina tiene un particular tono lúgubre que, puedo decir, es más denso en comparación a las demás ocasiones en las que he estado aquí, lo que solo puede significar que algo malo está por pasar aquí, o tal vez empiezo a tener alucinaciones por haber compartido celda con un grupo de pandilleros ebrios que desprendían un fuerte olor a maría.
La mujer se pasea de un costado al otro del escritorio con una lentitud meticulosa, mientras el ruedo de su hábito se arrastra sobre la alfombra vieja de color verde asqueroso, eso es hasta que nos ve entrar, entonces se detiene en seco justo en el lugar donde está. Nos mira a todos un par de segundos y luego sigue caminando de la misma manera, como si solo fuéramos producto de una momentánea visión que ha tenido.
Nos paramos uno junto al otro, detrás de unas sillas de terciopelo rojo estratégicamente ubicadas frente a la mesa y que no estaban allí la última vez que Shawn y yo terminamos aquí. Axton, Grayson, Landon, yo, Liam, Shawn y por ultimo Seth. El policía se lleva las manos a la cadera y se endereza. Suelta un suspiro gracioso mientras niega con la cabeza, tiene una sonrisita en los labios.
—Estos jóvenes —comenta en voz baja el tipo.
Le hace señas a su acompañante quien le entrega un folio naranja. Se da la vuelta y asiente ligeramente con la cabeza en dirección a la señora. El policía numero dos viene uno por uno y nos libera de las esposas que hemos llevado por horas.
Ambos vuelve a hacer esa pequeña reverencia, el policía deja el folio naranja sobre el escritorio y finalmente ambos se van, esquivando a la multitud de chismoso que se han aglomerado en la puerta y alrededores.
Los minutos se arrastran con una lentitud desesperante, los veo avanzar en el antiguo reloj de pared ubicado sobre la cabeza de la mujer de cabello canoso que ha estado mirándonos desde el otro lado de la mesa, con una minuciosidad alarmante, pero sin soltar un solo monosílabo hasta ahora, aunque ha abierto la boca un par de veces como para decir algo, pero finalmente quedándose sin valor.
No tiene que pronunciar palabra, sus ojos son intimidantes como los de una bestia salvaje, con el las pupilas dilatadas, reflejando todos sus deseos: Ella nos mandará a decapitar y después encargará un par de bonitos bolsos con nuestra piel sobrante.
Justo como lo habíamos presentido, o más bien, como Grayson nos había advertido, la mujer está colorada, pero a punto antinatural y la vena bajo su frente arrugada parece a punto de reventar en un estallido de sesos y sangre de anciana.
—Madre Aurora, debo decirle que...
Grayson es el primero en dar un paso adelante para hablar, se le ve preocupado, muchísimo más en comparación a nosotros. Ella levanta el dedo y lo señala con firmeza, haciéndolo regresar exactamente a donde estaba de pie hace una milésima de segundo.
Ella baja la mano hasta el teléfono, presiona un botón junto a una lucecita roja que ha estado titilando, levanta el altavoz y se lo lleva al oído. Invoca unas palabras que son imperceptibles incluso atrapados en este cubo de silencio y después regresa el altavoz a su lugar con una fuerza que me sorprende no lo haya desintegrado bajo sus dedos.
Unos minutos más tarde de absoluto y tortuoso silencio la puerta se vuelve a abrir y un grupo de gente entra al lugar. A los chicos les cambia la cara, y unos segundos después entiendo la razón. Nuestros padres están aquí.
Veo la pretenciosa melena rubia que cruza el umbral de la puerta, me muerdo el labio para distraerme de la fuerte punzada que me atraviesa el órgano al que llaman corazón; o estoy muy molesta de verla o me va a dar un infarto. Espero que sea la segunda.
—¡Grayson Blake! —exclama la mujer morena que se abre camino entre los demás sin ningún tipo de cuidado, con de saltar hacia Grayson, quien no puede ni verla a la cara, aunque ella le obliga sosteniéndolo de las mejillas con insistencia.
Reconocer a los padres y asociarlos con sus respectivos hijos no representa ninguna clase de reto. La pareja de color son los padres de Grayson, él es una perfecta combinación de ambos, aunque no comparte la dureza que tiene el rostro de su padre.