Halliester Bay Academy (academia para chicos problemáticos)

43. El principe y el sapo.

La vida es un camino constante de autoconocimiento, y si algo he aprendido de mí misma a lo largo de estos dieciocho años es que yo, no tengo paciencia, no la tengo y no creo que vaya a tenerla en algún futuro cercano. 

      He hecho mi mejor intento, lo juro, pero es que sencillamente no cooperan conmigo, ni las personas, ni el destino, ni nada. Presiono la bocina una y otra vez, pero por supuesto, ningún carro se mueve, este es el momento en el que me gustaría que al coche le salieran alas y pudiera pasar encima de todos estos imbéciles que se hacen llamar ciudadanos y con los que se supone que debo convivir. 

      El verano ha llegado, de hecho, hace días que estoy de vacaciones y, una de mis metas este verano es aprender a conducir, cosa que he intentado antes, pero, digamos que no soy la clase de gente que debería estar detrás de un volante, por su bien y el de otros. De todas maneras, sé que esta vez todo saldrá bien, la tercera es la vencida—aunque esta sea como la quinta, esos son pormenores—.

      La fila se mueve apenas un par de pulgadas. Vuelvo a tocar la bocina, es mi nueva forma de desahogarme. 

       —No van a avanzar solo porque toques lo sabes ¿verdad? —comenta Wyatt, sentado a mi lado, aferrado a su cinturón de seguridad con ambas manos aun cuando ni siquiera estamos avanzando. 

      —Tú cierra la boca —refunfuño. 

       El tipo de adelante ha estado mirándome por el retrovisor desde hace un largo rato. Vuelvo a pitar, una y otra y otra vez. 

     —¡¿Crees que así harás que avance?! ¡¿Estás ciega?! —grita el tipo, llegando al límite de su paciencia. 

      Pico el botón con fuerza hasta que el cristal desciende, entonces puedo sacar mi cabeza por él. 

      —¡No me hables, no me hables! ¡Solo quítate de mi camino! —respondo.

      Wyatt y Camille, quien viene clavada en el asiento trasero, se miran preocupados. 

     —¡¿Por qué no vienes y me quitas, mocosa?! 

      —¡¿Ah?! —me muerdo con fuerza el labio inferior y me dispongo a quitarme el cinturón de seguridad para ir a enseñarle un par de cosas—vas a ver, maldito. 

       —¡Jorden, Jorden, Jorden! —Wyatt no alcanza a detenerme a tiempo y el nervio no lo deja soltarse, mientras que Camille se ríe a carcajadas una vez he llegado a donde el otro tipo, quien no parece tan valiente ahora que estoy junto al cristal de su ventanilla. 

*      *     *

      —Así nunca vas a conseguir licencia de conducir —refunfuña Wyatt mientras entramos a la casa—y tú le vas a explicar a Janna como fue que reventaste los neumáticos de ese tipo, yo me desligo de este asunto.

     Ignoro por completo sus palabras, estoy más concentrada en el hecho de que Camille se tambalea hasta que acaba recargada de la pared, vomitando detrás de un arbusto junto a la escalera. 

     Wyatt también tiene cara de estómago revuelto. Par de exagerados, ni siquiera he ido tan rápido. No ¿a quién quiero engañar? Soy una piloto de pena y sí, con una paciencia nula. 

      Recién ahora puedo reflexionar en el hecho de que me bajé del coche y le reventé dos neumáticos al insufrible tipo de adelante. Tal vez realmente nunca vaya a tener mi licencia después de todo. 

      —No voy a...a enseñarte más, aprecio mi vida —ahora es Wyatt quien tiene una arcada—estás demente. 

      —Ajá ¿Pero te moriste?

      Se lleva una mano a la boca, levanta la otra en el aire como para pedir permiso para retirarse y termina lanzando el juego de llaves sobre mi pecho antes de correr dentro de la casa. 

      Para la próxima quizás deba ir un poco más despacio, respirar profundo y no salirme a amenazar a otros en medio del tránsito. Los errores son para aprender después de todo ¿no? 

         A las primeras personas que me encuentro al entrar a casa es a Cameron y a Charlie sentado en la sala de estar, extrañamente están sentado en el sillón sin hacer nada en particular, de hecho, demasiado tranquilos, me dan autentico miedo. Ambos están perfectamente peinados y limpios y llevan unos smokings negros que los hace lucir como si dentro de poco fuéramos a un funeral. Los miro extrañada pero no me atrevo a hacer un solo comentario, no vaya a ser que recuerden que son unos engendros del mal y empiecen a joderme la vida como lo han hecho desde que los parió el infierno. 

       Le doy vuelta al llavero en mi dedo índice mientras camino hacia el estudio de Janna. Tengo el presentimiento de que algo no anda bien, este silencio me preocupa. 

      De todas maneras, estrello la puerta al entrar, sin tocar primero. 

      —Quiero un coche —informo sin rodeos. 

      Janna está sentada tras su escritorio, lo normal, lo que no es usual es la señora sentada del otro lado, mi abuela. Por supuesto, por eso la casa tiene la vibra extraña que sentí desde que entré. 

      —Jorden ¿te gustaría tocar antes de entrar? —suspira Janna. 

      —No, de hecho, no —me acerco para lanzar las llaves del coche sobre la mesa. 

       Janna aprieta los labios hasta que se vuelven una línea de labial rojo. Suelta otro suspiro de resignación y se levanta cruzada de brazos. 

       —¿Ya viste que tu abuela vino a visitarnos? 

       —Ah, sí, eso explica la escoba estacionada en la entrada.

       Janna y su madre se miran, pero ninguna dice nada. 

       —¿Cómo te fue en las clases de manejo? —sigue Janna, ignorando mi comentario. 

        —Wyatt es un profesor pésimo —admito—conduce como abuelita y pretende que yo haga lo mismo. Quiero un instructor de verdad.

      —Los últimos tres te vetaron de las escuelas —me recuerda mi madre.

      Pongo los ojos en blanco.

      —Por lo mismo, son viejitas conduciendo, no tengo esa clase de paciencia, perdón, pero no. 

      —Bueno, pues hasta que no aprendas a conducir apropiadamente no vamos a hablar sobre tener tu propio coche, así son las cosas. 




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