Una pareja empapada se acercó corriendo, seguidos por un amigo que cargaba una maleta.
 —¡Capitán! —gritó el hombre, alzando la voz entre el estruendo del trueno—. ¡Por favor! Llévenos al otro lado. Solo necesitamos llegar antes del amanecer.
Desde la cubierta, una figura alta y encorvada se asomó entre la bruma. Llevaba un impermeable negro y una gorra marinera que ocultaba su rostro.
 Por un instante, los rayos revelaron su mirada: ojos hundidos, amarillos, como si nunca hubiera dormido.
—Este barco no acepta pasajeros —gruñó el capitán, con voz rasposa, casi animal—. El mar no perdona cuando se le altera el orden.
 —Pagaremos lo que pida —intervino la mujer—. Solo necesitamos cruzar. No tenemos a dónde ir.
El capitán permaneció en silencio. Los tres temblaban de frío, pero había algo más: una sensación densa, invisible, que emanaba del barco mismo.
 El varco en el Mar no sonaba a metal ni a madera. Sonaba a algo que respiraba.
Finalmente, el capitán descendió lentamente por la pasarela.
 —Está bien… —dijo con un suspiro que más parecía un lamento—. Pero escuchen bien: cuando caiga la noche en altamar, nadie sale de sus camarotes. Nadie pregunta y siguen mis hordenes sobre todo… no bajen a la bodega.
Los tres se miraron confundidos. La mujer apretó el brazo de su pareja. pregintadose y aque bajariamos? murmuro
 —¿bodega? —preguntó el amigo, nervioso.
 El capitán lo observó con una mueca torva.
 —Hay algo ahí abajo —murmuró—. Algo que no puede ver la luna.
Y mientras el barco se alejaba del puerto, la tormenta pareció seguirlos, como si el mar mismo no quisiera dejarlo escapar.
parse como si la tormenta nos siguiera dijo la mujer asu pareja, son tus nervios contesto su esposo.
apenas se habían acomodado en un camarote húmedo, cuando escucharon pasos afuera.
 No era el capitán.
En el comedor del Eterna Mar, los tres viajeros cenaban en silencio cuando entraron otros tres desconocidos:
 una mujer de rostro pálido, un sacerdote con una cicatriz en el cuello, y un joven mujer con ojos hermoso que llamaban la atencion.
Buenas noches.
 —Somos pasajeros también —dijo el sacerdote—.
A las pocas horas, las luces del barco comenzaron a parpadear, lanzando destellos breves sobre los rostros asustados de la tripulación.
El motor rugía con esfuerzo, como si algo pesado lo hundiera desde las profundidades.
Entonces, un grito estremecedor atravesó la noche: no era humano. Era un alarido prolongado, desgarrador, que hizo vibrar las paredes metálicas del barco.
Los marineros se miraron en silencio, sabiendo que la bestia había despertado.
que fue eso? se preguntaron.
—Eso… no era un animal —susurró el amigo, pálido—. Sonaba como si lo estuvieran torturando.
 —O como si pidiera salir —añadió la mujer de rostro pálido, sin apartar la vista del suelo.
—¡A sus camarotes! ¡Ahora! —ordenó, con voz que temblaba entre autoridad y desesperación.
 —¿Qué está pasando? —preguntó el sacerdote.
 El capitán lo fulminó con la mirada.
 —Dije que nadie hable. 
El amigo se levantó.
 —No pienso quedarme sin saber qué ocurre.
 —¡No seas tonto! —exclamó la mujer—. ¿No oíste lo que dijo?
 —Sí —respondió él—. Pero algo allá abajo se mueve… y está vivo.
Los gritos del capitán desgarraban la noche. Desde los camarotes se oían los golpes secos,
—¡Maldita bestia! ¡Retrocede! —rugía él, antes de que un alarido animal lo ahogara por completo. Las paredes temblaban, el suelo vibraba bajo los pies de los pasajeros.
Un rugido inhumano subió desde la bodega, tan fuerte que hizo caer los platos de los estantes. Nadie se atrevió a salir. Algunos lloraban. Otros solo rezaban.
Y luego... se oyó el silencio, seguido de un golpe final… como si algo enorme hubiera caído al suelo.
Las horas pasaron lentas, envueltas en una calma antinatural. De pronto, una voz suave comenzó a flotar entre los pasillos del barco…
una melodía dulce, casi hipnótica, que parecía venir desde la bodega. ¡Era una mujer cantando! Los marineros empezaron a cabecear, uno tras otro, cayendo rendidos por un sueño espeso. Incluso el capitán sintió sus párpados cerrarse. ¡No… no podía dormirse!
Se levantó de golpe, empuñando una cadena oxidada, y bajó las escaleras tambaleándose. El aire era pesado, y el canto seguía… más cerca, más profundo.
 Cuando llegó al fondo, su corazón se detuvo. ¡El sacerdote estaba ahí abajo!
 —¡No la liberes! —rugió el capitán, con voz quebrada.
 El padre giró hacia él, con la mirada llena de compasión.
 —¿Por qué tienes a una mujer encadenada, monstruo? —le gritó—. ¡Esto es inhumano!
 El capitán avanzó, sudando, con los ojos abiertos de par en par.
 —¡No es una mujer! —bramó—. ¡Es una bestia disfrazada!
 Los pasos apresurados resonaron en la escalera: los pasajeros bajaban, alertados por la discusión. Y allí, bajo la tenue luz del farol, la vieron.
 Una figura delgada, con una bata blanca empapada
los hombre golperon al capitan y liberaron ala mujer. El capitan al despertar sedio cuenta que esta en la sala mirando como la vestia llorava alos pasajero disiendo que el capitan se abia buelto loca y la abia encadenado. El capitan solo mensiono esa bestia nola entregaron las mojas encadenada. y ahora ustes la an liberado . la vestia se lebando callo su bata al suela y ala mirada de todos se combertio en el biabla con una alas rojas y una cola puntiaguda. dio grasias por averme liberado. e estado endadenad por mas de 100 años. la mujer salio y se fue boladon. sin direccion.
Editado: 28.10.2025