Halloween

El Mal Del Maizal

El Mal del Maizal

La memoria es un campo de maíz en verano: alta, dorada soleada y llena de espejismos. De niña, mis días se medían por el ritmo lento de la vida en la granja de mis abuelos. Mi entretenimiento eran mis muñecas y el vasto mundo que inventaba para ellas. Pero mi distracción favorita, la que siempre robaba mi atención, era el espantapájaros.

Mi abuelo lo reparaba cada primavera, antes de que el maíz creciera lo suficiente para ocultar el horizonte. No era como los otros, hechos con palos cruzados y sacos raídos. Este tenía una estructura más sólida, casi un maniquí tosco. Le ponía un viejo sombrero de fieltro, tan gastado por el sol y la lluvia que su color original era un misterio, y una chaqueta de tweed remendada con esmero. Lo que a mí me hacía reír, una y otra vez, era su mano. El abuelo le colocaba un guante negro y relleno de paja, y siempre, siempre, parecía saludarme desde la distancia con un leve balanceo, como si un hilo invisible moviera sus dedos.

"Siempre pensé que el abuelo lo hacía para saludarme", susurro ahora, en la penumbra de mi habitación de adolescente. Pero hoy, hace apenas unas horas, esa verdad infantil se ha desmoronado.

Esta tarde, mientras el sol comenzaba a teñir el cielo de naranja, estaba en el porche, arreglando el vestido de mi muñeca favorita. Vi al abuelo cargar con el espantapájaros hacia el lindero este del maizal. Lo clavó con firmeza, dio unos golpes a la base para asegurarlo y, sin una mirada atrás, se volvió hacia la casa. Su voz, áspera como la corteza del roble, llegó hasta mí: "¡María! ¡La cena, mujer!".

En ese instante, mi mirada se quedó fija en el espantapájaros. Estaba a más de cien metros de distancia. El abuelo ya se alejaba. Y entonces, sucedió. El brazo con el guante negro se elevó, lento, deliberado, y esa mano de paja me saludó una vez más. No fue el viento. No hubo brisa. Fue un movimiento autónomo, un gesto de despedida que me heló la sangre.

Corrí hacia dentro, mi corazón latía como un pájaro atrapado. Encontré a mis abuelos en la cocina. El abuelo lavaba sus manos llenas de tierra en el fregadero.

"Abuelo, el espantapájaros... ¡me saludó! Cuando ya te habías ido", dije, sin aliento.

Él se secó las manos con un trapo lentamente. Sus ojos, del color de la tierra húmeda, se posaron en mí sin sorpresa. "Siéntate, niña", dijo. Su tono era grave, cargado de un peso que nunca antes le había escuchado.

Mientras la abuela María servía la sopa de verduras, él comenzó a hablar. "Ese espantapájaros. Ha estado con esta familia desde los tiempos de mi abuelo. Él me lo entregó a mí, igual que yo te lo entregaré a ti. Y me dijo las mismas palabras que yo te digo ahora: 'Si se daña, lo reparas. Sin falta. Porque el mal no duerme, y siempre busca la manera de salir. Y él es quien lo mantiene a raya'."

"¿Quién, abuelo?", pregunté, confundida.

"El Mal", respondió simplemente. "Lo que vive dentro. No es bueno, ni es malo. Es... un acuerdo. Nos protege a nosotros y a las tierras, a cambio de un hogar. Pero su naturaleza es hambrienta. Si el cuerpo que le damos se rompe, su esencia se libera. Y entonces necesita... saciarse."

Una sensación de frío me recorrió la espalda. "¿Saciarse de qué?"

El abuelo no respondió directamente. Solo murmuró: "Por esa razón a veces estamos solos. La gente del pueblo prefiere no acercarse demasiado. Intuyen algo. Y es mejor así".

Los años pasaron. La niña que jugaba con muñecas se convirtió en una adolescente que cargaba con una herencia macabra. El abuelo envejeció y, el pasado invierno, me mostró cómo coser la tela, cómo reforzar la estructura de madera y, lo más importante, cómo teñir el traje con tintes especiales de cortezas y hierbas que, según él, "fortalecían la contención".

Hoy, es mi responsabilidad. Y hoy, por primera vez, fallé.

Fue por la tarde. Toni, el chico problemático del pueblo, el que se metía en peleas y se burlaba de todos, apareció en el límite de la propiedad. Iba con sus amigos, gritando insultos hacia la granja, hacia mí, hacia "los viejos raros". Sus amigos, más cautelosos, se quedaron atrás. Pero Toni, impulsivo y estúpido, cruzó la valla y se adentró en el maizal, desafiante.

"¡Vamos, asustadiza! ¡Ven a echarme!", gritó.

Y entonces, lo vi. El espantapájaros. Su cabeza, girada ligeramente hacia donde estaba Toni. Un movimiento lento, casi imperceptible, como el de un depredador que ha localizado a su presa. Sentí un pánico visceral. No podía dejar que se acercara. No por Toni, sino por lo que podía desencadenar.

"¡Aléjate, Toni! ¡Lárgate de aquí!", grité, saliendo corriendo de la casa.

Él se rió, adentrándose más entre las altas plantas de maíz. Corrí tras él, con el corazón en la garganta. Las hojas me azotaban el rostro. Oía su risa burlona cada vez más cerca. Fue un error. Un error terrible. Al perseguirlo, lo estaba guiando más profundamente hacia el territorio del mal. Y al hacerlo, yo misma estaba cruzando un límite que nunca debí traspasar.

De repente, su risa se cortó. Un grito ahogado, seguido de un silencio absoluto. Llegué a un claro. Toni estaba quieto, mirando fijamente al espantapájaros, que ahora estaba a solo unos metros. La figura no se movía, pero se sentía... diferente. Más densa. Más presente.

Toni giró la cabeza hacia mí, y su rostro estaba desencajado por un terror primitivo. "¿Qué... qué es eso?", balbuceó.

Antes de que pudiera responder, el espantapájaros se desplomó. No fue derribado por el viento. Simplemente cayó, como si sus huesos de madera se hubieran quebrado de golpe. Y en ese instante, una fría oscuridad, palpable y silenciosa, emanó de él y se envolvió alrededor de Toni. Su grito fue sofocado al instante. Lo vi ser arrastrado entre el maíz, su cuerpo retorciéndose contra una fuerza invisible, hasta desaparecer en la espesura.

Temblando, retrocedí y salí del maizal como pude, tropezando y llorando. Cuando llegué a la casa, jadeante y cubierta de tierra, mis abuelos estaban en el porche. Mis palabras salieron a borbotones, explicando lo de Toni, lo del espantapájaros caído.



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En el texto hay: fantasmas, halloween, mostruos

Editado: 28.10.2025

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