"El Bosque de las Brujas".
La vi salir de la biblioteca justo cuando el sol empezaba a teñir el cielo de naranja y morado. Se llamaba Elara, y para mí, era como un fantasma hermoso y distante que cruzaba ocasionalmente mi mundo. Tenía el cabello tan negro que parecía absorber la luz, y siempre llevaba un vestido largo y sencillo, de un color anticuado. Ese día, en lugar de tomar el camino hacia el pueblo, se dirigió hacia el lindero del bosque que todos conocíamos como "El Bosque de las Brujas".
Mi corazón dio un vuelco. Sin pensarlo dos veces, crucé la calle y empecé a seguirla, manteniendo una distancia prudente. Siempre quise hablar con ella, encontrar las palabras correctas, pero nunca me había notado. Tal vez, en la penumbra del bosque, encontraría el valor.
No fui el único que la vio.
"Oye, mira, el bicho raro sigue a la chica fantasma", una voz burlona cortó el aire detrás de mí. Eran tres chicos mayores, problemáticos, que merodeaban por el centro sin nada mejor que hacer. Lucas, el más grande y cruel, me dio un empujón. "¿Qué, te gusta lo raro, Daniel?"
El miedo me paralizó. Se rieron y, olvidándose de mí, fijaron su atención en Elara, que ya se adentraba entre los primeros árboles. "Vamos, veamos adónde va la misteriosa", dijo otro, Marco, con una sonrisa desagradable.
Corrieron tras ella, y yo, impulsado por una mezcla de pánico y un instinto protector absurdo, corrí detrás.
El bosque se tragó la luz del atardecer de inmediato. El aire se enfrió y los sonidos del pueblo se desvanecieron, reemplazados por un silencio pesado y antinatural. Alcancé a Elara y a los chicos en un claro pequeño, donde las raíces de los árboles se retorcían como venas negras sobre la tierra.
"¿Qué hacen aquí?", la voz de Elara no era de miedo, sino de una autoridad gélida. "No deberían haber llegado tan adentro."
Lucas se rió, avanzando hacia ella. "Solo caminábamos contigo, cariño. Y vinimos con este bastardo", dijo, señalándome con desdén. "Jejeje… queremos saber adónde vas."
Elara los miró, y por primera vez, sus ojos, del color de la plata vieja, se posaron en mí. No había agradecimiento, solo una evaluación fría. Luego, volvió a los chicos.
"Está bien. Pero tendrán que seguirme. El bosque nunca los dejará irse solos ahora."
Marco, el tercero, palideció un poco. "¿Por qué? ¿Acaso tú eres una bruja?"
Ella esbozó una sonrisa triste. "Aún no. Pero escucho los sonidos de este lugar y los interpreto. Y ustedes no deberían haberse arriesgado a alejarse tanto."
Mientras ellos seguían haciendo bromas pesadas, Lucas, envalentonado por la tensión, agarró a Elara del brazo con fuerza. "Deja de hablar tonterías y muéstranos el camino de vuelta."
Algo estalló dentro de mí. "¡Suéltala!", grité, empujando a Lucas con una fuerza que no sabía que tenía.
Él tropezó, soltándola, y la rabia en sus ojos fue aterradora. Pero en ese preciso instante, un aullido desgarrador resonó entre los árboles. No era el aullido largo de un lobo, sino algo más agudo, más inteligente y hambriento. Un sonido que no provenía de una sola dirección, sino de todas partes a la vez.
El terror nos paralizó a todos por un segundo. Luego, el pánico nos hizo estallar. "¡Corran!", gritó alguien, y salimos disparados en direcciones distintas, cegados por el miedo.
Yo, sin saber por qué, me quedé junto a Elara. Mi cuerpo temblaba incontrolablemente. "T-tenemos que buscarlos", balbucé, mirando hacia la oscuridad donde habían desaparecido.
Ella negó con la cabeza, su rostro era una máscara de serenidad. "No. Ya están perdidos. La Bestia ya los olió. Además…", su mirada se volvió gélida, "intentaron atacarme."
"¿La Bestia?", pregunté, mi voz apenas un hilo.
"Sígueme", ordenó, y comenzó a caminar más adentro, no hacia el pueblo. "El camino de vuelta para ti será más sombrio ahora."
No tuve opción. La seguí, sintiendo cómo la oscuridad se hacía más espesa con cada paso. Los gritos comenzaron entonces. Primero fue el de Marco, un chillido agudo que fue cortado de raíz. Luego, el de Lucas, un rugido de terror que se transformó en un gorgoteo horrible. Los escuchamos claramente, junto con unas risas bajas, guturales, que se acercaban entre la maleza, como si docenas de bocas se rieran a solo metros de nosotros.
Elara se detuvo y gritó hacia la oscuridad, su voz no era de súplica, sino de mando. "¡Aléjense! ¡Él está conmigo!"
Las risas cesaron de inmediato, pero sentí unas presencias rodeándonos, moviéndose justo fuera del alcance de mi vista, susurrando palabras que no podía entender. El aire olía a tierra podrida y a cobre.
Ella me guió por un sendero que yo no veía, y de repente, las luces del pueblo aparecieron al final del trecho. Salimos del bosque y me llevó directamente a la puerta de mi casa.
"Entra. No mires atrás", dijo.
Aturdido y traumatizado, empujé la puerta y me derrumbé en la cocina, donde mi madre estaba lavando los platos de la cena.
"¡Madre! ¡Madre, tienes que creerme!", jadeé, con lágrimas corriendo por mi rostro. Le conté todo. Elara, los chicos, el bosque, los gritos, la Bestia.
Ella me miró, y en lugar de alarmarse, su rostro se llenó de una preocupación profunda y confusa. Secó sus manos en el delantal y se acercó, poniendo una mano en mi frente.
"Daniel, cariño… ¿a qué te refieres? Llegaste solo. Muy pálido y hablando solo, pero… completamente solo."
El mundo se detuvo. "¿Qué? No, ¡ella vino conmigo! ¡Elara! ¡Me salvó!"
Mi madre negó con la cabeza, sus ojos estaban llenos de lástima y un poco de miedo. "Daniel, no había nadie más contigo. Solo tú, murmurando y temblando. ¿Elara? ¿La chica de la que a veces hablas? Hijo… la familia de Elara se mudó hace más de un año. Y ese bosque… la policía encontró su cuerpo allí el invierno pasado. Dicen que se perdió. Que nunca salió."
Me quedé mirándola, la sangre helándose en mis venas. El recuerdo de su mano fría guiándome, su voz ordenándole a la oscuridad que se alejara… ¿había estado hablando con un fantasma? ¿O era algo peor?
Editado: 28.10.2025