Halloween Macabro: ¿truco o trato?

6. ESTO NO ES REAL

Los gritos escalofriantes inundaron todo el motel. Abrí los ojos, recorriendo la extraña habitación que continuaba sumida en la oscuridad. No sabía qué pensar de lo que había vivido. Por mucho que buscaba a Lilith y todo los extraños que me habían sujetado a la cama, no podía ver a nadie. ¿Qué es lo que pasaba conmigo? Me pregunté casi convencido que todo era una pesadilla horripilante.

—¿Dónde diablos he venido a parar? —me pregunté, confundido y un poco desorientado ante todo lo experimentado —. ¿Qué sucede conmigo?

Poco a poco, los recuerdos llegaron a mi mente: la curva errada, la llegada al motel, la esquelética recepcionista, el horripilante y deforme botones, los niños. Y luego ella, Lilith. "¿Será todo una pesadilla o verdad?" Pero un recuerdo perturbador llegó de golpe: el de mis padres, y sus amados rostros sangrantes... Sacudí la cabeza, asustado. "Eso no pudo ser real", me dije a mí mismo. "Debió ser una pesadilla".

Sin embargo, el dolor en mi cadera me hizo gemir. Los gritos a lo lejos seguían resonando en la oscuridad, cada vez más fuertes, más cercanos. Como pude, me levanté de la cama. Me dolía caminar, pero logré vestirme. Tenía que escapar de ese lugar, o al menos averiguar qué era lo que estaba pasando.

Respiré varias veces, apretando mi cinturón lo más que pude. De seguro me había hecho daño en la cadera al caer en el baño. Cojeando, avancé despacio hasta que pude alcanzar la puerta. El frío del pomo en mi mano hizo que me estremeciera. Casi estuve a punto de arrepentirme y cerrar bien la puerta para esperar el amanecer.

Pero los escalofriantes gritos se intensificaron. Parecía que ahora estaban ahí, justo al otro lado de mi puerta. ¿Y si alguien necesitaba ayuda?

"Vamos, Arthur, que no se diga que te asustan esos gritos. De seguro es otro incauto huésped aterrado con las bromas de este hotel. Cada vez me gusta menos Halloween".

Mantuve la respiración, apoyando el oído en la puerta para escuchar mejor. Podría jurar que había alguien al otro lado. Llenándome de valor, tomé todo el aire que pude y de un tirón abrí la puerta. Para mi sorpresa, no había nadie. Habría jurado que había escuchado leves quejidos, pero nada. No había nadie en mi entrada.

Con cautela, saqué la cabeza para observar el largo pasillo a ambos lados. Para mi desconcierto, seguía vacío. La penumbra rojiza en que estaba sumido me incomodaba. Era como si volviera a ver las paredes sangrantes de mi pesadilla. Siempre había sido un hombre que caminaba en medio de la oscuridad cuando no tenía sueño. Sin embargo, me quedé allí, observando el largo pasillo que debía recorrer si quería llegar al vestíbulo para averiguar dónde quedaba el restaurante.

Me quedé por un rato mirando a ambos lados, detallando cada cuadro colgado en las paredes y sus horripilantes decoraciones de Halloween. Todo estaba en una extraña y desconcertante calma. Desde que abrí la puerta, los gritos cesaron. En su lugar, se había establecido un tenso silencio.

—¿Hola? —me atreví a llamar lo más alto que pude—. ¿Alguien necesita ayuda?

Recorrí de nuevo el largo pasillo con mi mirada a ambos lados sin escuchar o ver a nadie. Suspiré, perdiendo la esperanza de encontrar a alguien más. Parecía que era el único huésped del motel. El dolor en mi cadera se incrementaba con cada paso que daba. Mientras avanzaba, apoyado en las paredes y evitando las arañas, la tortura de cada movimiento se incrementaba.

De pronto, unas risas infantiles me hicieron detenerme y girar bruscamente, emitiendo un quejido por el dolor. Podía sentir el latir de mi corazón, saltando aterrado ante la posibilidad de encontrarme con otra imagen aterradora. Respiré aliviado al ver que se trataba de los niños que me habían interceptado a mi llegada. Aunque di un pequeño respingo al ver que, a pesar de la oscuridad, podía distinguir los ojos de todos brillando y sus sonrisas demasiado felices.

—Hola, niños —los saludé, un poco aliviado—. ¿Pueden indicarme dónde queda el restaurante?

—Todavía no son las ocho —dijeron al unísono, como si lo hubieran ensayado—. Mejor acompáñanos a jugar, Arthur. Lilith te está esperando.

Retrocedí, el pánico se apoderó de mí. Quería correr, pero mis piernas no respondían ni el dolor en mi cadera me lo permitía. Los niños avanzaban a mi encuentro, con movimientos erráticos, me parecía estar ante un espectáculo de marionetas mal manejadas.

—No... aléjense —dije mientras retrocedía sujetado de la pared—. Esto no es real, no puede ser real. Tienes que despertar, Arthur y largarte de aquí.

Mi mente analítica buscaba explicaciones desesperadamente. La realidad y la pesadilla se mostraban ante mí como una unión en que no podía definir con claridad lo irreal de lo real. Pero sobre todo, dentro de aquel caos de emociones en que estaba sumergido, mi mayor temor era que Lilith podría aparecer en cualquier momento lista para devorar mi alma.

Los niños seguían avanzando, sus sonrisas cada vez más amplias, sus ojos brillando con una luz sobrenatural. El pasillo parecía estrecharse, las paredes palpitando como si estuvieran vivas. El aire se volvió denso, casi irrespirable.

—Vamos, Arthur —canturrearon los niños—. El juego está por comenzar.

Justo cuando pensaba que todo estaba perdido, una voz grave y profunda resonó en el pasillo:

—¿Qué tenemos aquí? ¿Acaso están molestando a nuestro nuevo huésped?




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