Halloween Macabro: ¿truco o trato?

7. VALORES EN CRISIS

La cercanía de Damien despertaba en mí sensaciones contradictorias. Mi corazón martilleaba contra mis costillas, estaba seguro que él podía oírlo, mientras gotas de sudor frío resbalaban por mi espalda. Su dedo en mi rostro dejaba un rastro ardiente, como si con ello despertara todos mis nervios y sensaciones dormidas. A nuestro alrededor todo parecía cobrar vida, las luces parpadearon creando sombras que parecían danzar.

Era tanto el placer que me invadió que de mi garganta se escapó un gemido traicionero, lo cual me sorprendió y abochornó llenándome de rubor. Bajé la mirada sintiendo como mis mejillas me quemaban y traté de salir de mi embarazosa situación realizando una queja de dolor, aunque él se había percatado de todo.

No sabía cómo comportarme, Damien seguía allí, a solo un paso de mi cuerpo. Me pareció que el tiempo se hacía más lento, como si estuviéramos en una escena de una película en que la hacen ir en cámara lenta. Algo hizo que levantara mi mirada para observarlo, allí mismo delante de mis incrédulos ojos comenzó a transformarse:

El rostro inició a tomar sus verdaderas características lupinas, los ojos de un dorado brillante ahora estaban envueltos en uno sangriento, casi maldito. Lo que más me maravilló fueron sus caninos, que se extendieron como dagas ante su sonrisa de complacencia, al mismo tiempo aterradora y seductora.

Mi instinto de supervivencia me gritaba que debía correr, alejarme de esa bestia depredadora que tenía ante mí, pero estaba paralizado. Damien dio un paso y deslizó su mano casi convertida en garra por mi espalda, enviando oleadas de electricidad que me recorrieron desde mi columna hasta mi hombría. No comprendía que me sucedía, estaba allí, detenido entre el deseo de escapar y el de quedarme.

A pesar de que estaba aterrorizado por todo lo que estaba observando y sintiendo. Algo más poderoso que mi voluntad me obligaba a quedarme. Un olor salvaje inundó todos mis sentidos. Cerré los ojos y aspiré con ansiedad: olía a tierra húmeda, cómo cuando acababa de iniciar a llover, un olor que me gustaba desde siempre, acompañado a algo primitivo que no podía definir, pero que me recordaba un algo de mi pasado…tal vez de mi niñez.

Absorví con complacencia todos sus olores, me hipnotizaban nublando mi juicio. Mi mente racional me advertía del peligro, pero el deseo que despertaba en mí, era como una llama que no podía apagar…, ni quería. Con una delicadeza que contrastaba con su salvaje naturaleza. Damien me atrajo hasta que nuestros cuerpos casi se fundieron en uno.

Podía sentir como sus mortíferas garras se deslizaban por mi cadera dolorida con delicadeza, como si temiera lastimarme más de lo que estaba. Gemí como un cachorro temeroso, pero no se detuvo. Sus uñas se clavaron en mi carne, al tiempo que sus colmillos rozaron mi hombro en un juego de placer, dolor y terror. Un apretón fue seguido por mi alarido ante el dolor avasallador que me inundó. Pero eso no lo hizo detenerse, siguió presionando sus garras y sus colmillos en una danza de terror y dolor. Sus gruesos y demandantes labios se cernieron sobre los míos acallando mi alarido, transformando todo en una oleada de placer.

Me quedé allí, quieto, sin saber qué hacer. El dolor había desaparecido y solo quedaba el placer. Uno que me inundaba como nunca antes lo había hecho. Me decía a mi mismo que esto era una aberración, yo era heterosexual, quería huir, escapar... Sin embargo, allí estaba, agarrado al cuerpo de Damien dejándome besar. Mi mente me decía que debía detenerlo, que eso no estaba bien, pero mi cuerpo.., oh Dios, mi traicionero cuerpo no respondía a mi mandato. Seguía allí, en medio del pasillo y la penumbra, recibiendo aquella indescriptible caricia. ¿Qué diablos me estaba sucediendo?

Cuando volví a abrir los ojos, Damien se había desvanecido. Giré mi cabeza frenéticamente, mientras mis dedos recorrían mis labios, que aún cosquilleaban con su beso. Sentía un gran alivio de que todo no hubiera sido real, pero una inexplicable sensación de pérdida me embargaba. Mi mayor revelación fue mi cadera, antes dolorida por la caída en el baño, ahora se sentía perfectamente normal, sin dolor.

Tomé una bocanada de aire, decidido a enfrentar cualquiera de las bromas de esta macabra noche de Halloween, que me tuviera preparada Lilith. Caminaba pensando en no quedarme más, sin importar la noche, me marcharía. El camino hacia la casa de mis padres no podía estar muy lejos.

Al desembarcar en el gran salón, me asombré. Esperaba que me recibiera la atmósfera sombría de la recepción. Pero no, estaba repleto de personas que aunque tenían sus maquillajes de Halloween podía definir que eran humanos.

Era una normalidad que resultaba perturbadora. Los grandes candelabros de cristal tallado repartidos por doquier, esparcían una luz dorada sobre una gran cantidad de mesas vestidas con manteles de lino blanco. Era un verdadero paraíso de paz, bajo la suave música que flotaba en el ambiente. Sin embargo, algo no encajaba para mí astuta mirada acostumbrada a desenterrar lo no común de lo común.

No era nada en concreto y todo lo a la vez. Cómo explicarlo, era demasiado perfecto. Los comensales reían de una manera que a mi oído experto sonaban demasiado sincronizadas y antinaturales. Me parecían una turba de malos actores siguiendo un guión invisible. Eso era acrecentado por la manera en que se movían, como si fueran uno solo, al mismo tiempo mecánicamente cambiaban de posición o lugar.

—¿Va a cenar, señor Arthur? —preguntó una señorita de una belleza deslumbrante. La miré por un instante sin responder, era como ver una muñeca en una vitrina. Demasiado perfecta para ser real, todo en ella era de una desconcertante perfección. Me detuve en sus ojos fijos en mí... ¿es que acaso parpadeaba? Decidí ignorar todo y concentrarme en alimentar mi cuerpo.




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