No respondí, no podía hacerlo, mi cuerpo estaba inmovilizado, y lo único que me funcionaba, mis ojos, iban de uno al otro sin que pudiera evitarlo, hasta detenerse en Damien, buscando una explicación a aquella representación. No podía explicar lo que sentía, ni siquiera a mí mismo. Habíamos compartido un momento íntimo, o al menos eso creía, y ahí estaba él, restregándome a una mujer en mi propia cara. Sus ojos habían vuelto a ser dorados y me miraban inexpresivamente.
—Brindemos por nuestro encuentro —continuó ella, mientras el vino era servido por el camarero, me estremecí, parecía sangre fresca—. Creo que ya conoce al señor Damien, mi prometido.
Mis ojos nuevamente volvieron a encontrarse con los de Damien ante esa palabra "prometido". Tenía la impresión de que cada sílaba, pronunciada con lentitud desconcertante, me daba un puñetazo en el estómago. Pero los lupinos ojos se mantuvieron fijos en los míos, como si me leyeran como un libro abierto. Me pareció percibir algo que había visto antes... ¿una promesa? No, eso no podía ser cierto, me estaba engañando a mí mismo ante el dolor y la desesperación que me inundaron.
Damien se mantenía silencioso al lado de Lilith, que sonreía encantadoramente como si disfrutara de hacerme sufrir, quitándome al ser que había hecho despertar mi cuerpo. Pero no seguiría su juego macabro. Yo era un profesor con demasiada experiencia en este tipo de juego. No sería la presa, no señor. Reuní todo el coraje que pude encontrar y logré mover mi brazo tomando una de aquellas copas macabras.
La levanté despacio hasta la altura de mis ojos, en mi intento de dejar ver los dorados de Damien, el silencio seguía siendo siniestro, como si todos estuvieran expectantes de la continuación. El líquido en la copa se movió ante mi imperceptible temblor y me pareció que había comenzado a brillar. Era un resplandor tenue y sobrenatural. Podría jurar que al quedarme contemplando la bebida, escuché susurros que emergían de su interior.
A través del líquido pude distinguir cómo la sonrisa de Lilith se ampliaba, sus ojos relampaguearon con un brillo inusual, era la mirada de quien está al borde de un triunfo esperado, el líquido en la copa burbujeó de una manera espontánea, mientras desprendía un humo rojizo que formaba grotescas figuras. Miré a Damien, sus colmillos se habían hecho presentes. Por un instante, casi imperceptible, vi cómo su labio superior se retraía, dejando al descubierto sus afilados caninos. ¿Era una amenaza o una advertencia?
Pude escuchar no con mis oídos, sino en mi mente un gruñido. ¿Qué juego macabro se tenían esos dos conmigo? A pesar del terror que me embargó, me obligué a mantenerme firme. No les daría el gusto de verme aterrorizado. A mi alrededor los demás parecían no perder un detalle de lo que sucedía en mi mesa. En un impulso me puse de pie lanzando el líquido sobre el rostro de Lilith, al tiempo que salía corriendo.
No supe cómo logré llegar a una velocidad sobrenatural, diría yo, a mi auto. Por suerte, era muy seguro y estaba a pocos metros de la puerta del motel. Cerré todo con cerrojo al tiempo que lo encendía; el motor rugió justo a tiempo para ver cómo las horrendas y monstruosas figuras salían. Mis emociones eran un torbellino por las contradicciones que sentía. Miraba con terror hacia atrás mientras una extraña sensación de complacencia recorría mi cuerpo.
¿Me arrepentía de haber derramado mi bebida sobre Lilith? No, era la respuesta que obtuve en mi mente. No lo negaba, estaba aterrado, pero ella había ido demasiado lejos en su macabro juego, y ahora, mientras escapaba de sus garras, recordar su rostro contraído ante la sorpresa y la furia me embargaba de una salvaje satisfacción.
El aullido de Damien me estremeció; era un alfa, su modo de aullar lo decía. Sentí una punzada en el pecho, como si una parte de mí se quedara atrás con él. ¿Por qué me llamaba? ¿Acaso no era el prometido de Lilith? Cada aullido sentía que me desgarraba el alma. ¿Por qué me afectaba tanto si lo acababa de conocer, o no era así? No podía comprender lo que sentía por ese hombre lobo, algo en mí parecía reconocerlo.
A pesar de su traición al presentarse delante de mí con esa bruja vampira, una parte de mí lo deseaba. Miré por el retrovisor viendo cómo corría con todas sus fuerzas para darme alcance. ¿Debería esperarlo?
¿Qué locuras acabas de pensar, Arthur? No es momento de dudar, me dije, sintiendo cómo el terror me embargaba ante mis instintos de detenerme para esperarlo. Al mismo tiempo, mi instinto de supervivencia me impulsaba a no hacerlo; la adrenalina la tenía disparada mientras intentaba sobrevivir.
Apreté el acelerador lo más que el auto lo permitía; mis manos apretaron el volante en un intento de llenarme de seguridad, mis nudillos estaban blancos por la presión que ejercía. Mi corazón latía desbocadamente, a punto de salirse de mi pecho. El motor rugió ante la velocidad extrema que lo hacía ir, una que nunca antes había experimentado, mientras las llantas chirriaban en cada curva cerrada. Pero debía escapar, ponerme a salvo de todo lo que me perseguía.
Escuchaba el silbar del aire al chocar contra mi auto; un olor nauseabundo no dejaba de colarse dentro. Los árboles pasaban como sombras amenazantes. Eché una ojeada por el retrovisor, y la imagen que me devolvió era aterradora. Lilith estaba convertida en la misma e inmensa serpiente alada que viera en mi habitación. Mientras intentaba darme alcance, silbaba enfurecida.
Unos metros por delante de ella, un enorme lobo corría a todo lo que daba; casi me alcanzaba. Sus ojos, ahora enrojecidos, me miraron por el espejo, mientras sus enormes fauces se increparon en un gruñido que no supe comprender. ¿Me pedía que me detuviera o que escapara?
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Editado: 15.11.2024