Halloween Macabro: ¿truco o trato?

11. EL DESPERTAR

Caminé despacio sin apartar mis ojos de aquellos dos puntos rojos que me miraban desde el otro lado del cristal empañado de la ventana. ¿Qué podría ser? Me detuve justo frente a ella; mi mano temblorosa se extendió hasta chocar con el frío cristal, que crujió bajo mi presión cuando intenté abrir la ventana. Algo más poderoso que yo me impulsaba a querer descubrir quién era el dueño de esos ojos rojos. El miedo y el terror por todo lo vivido hasta ahora me detuvieron por un momento. Pero sin saber a ciencia cierta lo que hacía, presioné; el chirrido que provocó al abrirse parecía más un quejido doloroso.

El viento helado se coló por la abertura, agitando las cortinas y erizando cada vello de mi piel. Los ojos rojos permanecían allí, inmóviles, penetrantes, como si pudieran atravesar mi alma. Di un paso atrás cuando una sombra negra comenzó a materializarse alrededor de aquellos puntos carmesí. Era muy grande, quizás del tamaño de un corpulento hombre, pero había algo en su forma que no parecía natural, como si estuviera compuesta de humo denso y oscuro.

El aire se volvió pesado mientras yo intentaba descifrar que podía ser eso que tenía justo al otro lado de mi ventana. Un olor acre invadió la habitación, mientras intentaba que mi cuerpo respondiera a mi voluntad. Mi corazón latía tan fuerte que podía escucharlo retumbar en mis oídos.

La criatura, si es que podía llamarla así, se acercó a la ventana con un movimiento fluido, casi líquido. Sus ojos nunca dejaron de mirarme, y por un momento, creí ver en ellos un destello de inteligencia antigua, algo que no pertenecía a este mundo. Quise gritar, pero el sonido quedó atrapado en mi garganta. Mis piernas se negaban a moverse, ancladas al suelo por un terror que nunca antes había experimentado. Y entonces, la criatura habló…

—Arthur, al fin regresaste. Te he estado esperando todos estos años. Dijiste que nunca nos separaríamos, que nos cuidaríamos siempre. Hicimos un trato Arthur, ¡un trato! ¿Por qué demoraste tanto en volver? —su voz tenía un deje de tristeza y por extraño que pareciera algo muy dentro de mí la reconocía

—Damien... —susurré sin pensarlo, y el nombre brotó de mis labios como si siempre hubiera estado allí, esperando ser pronunciado. —¿Qué truco tan macabro es este?

La masa de sombras frente a mí se estremeció al escuchar mi voz, y los ojos carmesí parpadearon con lo que pareció ser emoción.

—Sabía que no me habías olvidado del todo, Arthur. Estaba seguro que no me habías engañado, no podía ser un truco de Halloween. A pesar de lo que ellos te hicieron, a pesar de todo lo que intentaron hacerte creer... —se detuvo al verme desorientado y temeroso.
¿De qué trato hablaba? No recordaba haber hecho un trato con un ser como ese. Ante mis ojos, aquella forma oscura y etérea comenzó a transformarse. El humo negro se fue condensando, tomando consistencia, materializándose en músculos, pelaje y garras. En cuestión de segundos, frente a mí se encontraba el mismo hombre lobo que había visto en el motel, su imponente figura ahora completamente corpórea y real. Mi mente era un torbellino de confusión, incapaz de procesar lo que estaba sucediendo.

Con un movimiento sorprendentemente gentil para una criatura de su tamaño, extendió una de sus garras hacia mí. Instintivamente, quise retroceder, pero algo me mantuvo en mi lugar. Sus garras rozaron mi frente con suavidad y, en ese instante, fue como si una compuerta se abriera en mi mente. Los recuerdos fluyeron como un torrente: noches de luna llena corriendo por el bosque, cacerías compartidas, una hermandad forjada en secreto y sangre, promesas de lealtad eterna... Todo cobró sentido de golpe, las memorias finalmente encajaron en su lugar.

—¿Me has olvidado Arthur? —preguntó con una voz rasposa. —Te he esperado cada Halloween, como prometiste cuando hicimos el trato.

—Yo... no fue mi culpa —balbuceé mientras los recuerdos inundaban mi mente como una cascada imparable.

Aquel día en el bosque, camino a casa de mi abuela, cuando me perdí y encontré lo que creí era un cachorro abandonado. Damien me había guiado hasta la cabaña, y desde entonces fuimos inseparables. Cada momento, cada aventura, cada secreto compartido volvía a mí con dolorosa claridad.

—¿Qué te hicieron Damien? ¿Esos salvajes qué fue lo que te hicieron? —mis manos recorrían su pelaje sin temor, buscando las cicatrices que sabía debían estar allí. Podía ver con perfecta nitidez cómo las flechas atravesaban su cuerpo aquella noche, mientras él me protegía de esas criaturas que emergieron de la oscuridad para atacarnos.

—¿Cómo logré salvarme? No recuerdo nada, lo olvidé todo —mi voz sonaba desesperada mientras buscaba respuestas en sus ojos carmesí. Las lágrimas comenzaban a nublar mi visión, la culpa y el dolor mezclándose con la alegría de nuestro reencuentro. Tantos años perdidos, tantos recuerdos enterrados que ahora emergían como fantasmas del pasado.

Damien inclinó su cabeza ante mí, algo que solía hacer, lo recordaba tan bien de nuestra infancia, cuando algo le confundía o le dolía. Se quedó allí, quieto, observándome fijamente, como si quisiera adelantar cada uno de mis movimientos, como si aún dudara de que mi abandono no había sido voluntario. De repente, los eventos del día anterior golpearon mi mente con fuerza, y di un paso atrás, alejándome de él.

—¿Qué hacías con Lilith? ¿Por qué no me dijiste quién eras? —las preguntas salieron atropelladamente de mi boca mientras una terrible sospecha crecía en mi interior. ¿Todo esto era real o simplemente otro de los trucos de esa maldita vampira?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.