Lucas y Lucían, hermanos gemelos con un lazo inquebrantable, siempre habían compartido la pasión por la aventura y la exploración. Desde pequeños, los fines de semana se los pasaban acampando en el bosque cercano a su hogar, rodeados de árboles centenarios que susurraban secretos en el viento. La vida en la ciudad les parecía monótona y opresiva, y el bosque les ofrecía un refugio donde podían ser libres, lejos de las preocupaciones del mundo.
Con el tiempo, su deseo de explorar creció, y comenzaron a aventurarse a bosques más lejanos, donde el aire era más fresco y la naturaleza más salvaje. Equipados con mochilas llenas de provisiones, mapas desgastados y una antorcha, caminaban por horas entre senderos serpenteantes, disfrutando del crujir de las hojas bajo sus pies y del canto de los pájaros que llenaban el aire.
Un día, decidieron explorar un bosque famoso por sus misteriosas desapariciones. Mientras caminaban, el sol comenzaba a ocultarse detrás de las copas de los árboles, creando sombras alargadas que danzaban en el suelo.
A medida que se adentraban en el bosque, el ambiente se volvía más opresivo. Los árboles parecían cerrarse a su alrededor, y el aire se tornaba más denso, casi palpable. Después de varias horas de caminata, encontraron una antigua cabaña, semienterrada entre las raíces de los árboles y cubierta de musgo. Las tablas de madera, desgastadas por el tiempo, crujían bajo el peso de la historia, y las ventanas, oscurecidas por la suciedad, parecían observar a los hermanos con desdén.
Ambos se miraron, una mezcla de emoción y aprensión brillando en sus ojos. La curiosidad fue más fuerte que el miedo, así que empujaron la puerta, que se abrió con un chirrido desgarrador, como si la cabaña estuviera despertando de un largo letargo. El interior estaba en un estado de abandono total. Telarañas colgaban de las vigas del techo y el suelo estaba cubierto de polvo. Una vez, quizás, la cabaña había sido un hogar acogedor, pero ahora era un vestigio sombrío del pasado.
Mientras exploraban, la luz del sol se desvanecía y la cabaña se sumía en una penumbra inquietante. Cada rincón parecía esconder secretos oscuros, y un escalofrío recorría sus espinas. En una esquina, encontraron un viejo libro de registro, sus páginas amarillentas y arrugadas estaban llenas de nombres y fechas, algunos tachados con furia. Lucas, con una mueca de desdén, lo hojeó, sus ojos se abrieron de par en par al darse cuenta de que muchos de los nombres eran de personas desaparecidas en el bosque.
Lucían, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda, sugirió que debían marcharse. Pero la curiosidad de Lucas no podía ser contenida.
-"¿Qué tal si encontramos algo más?".- dijo, acercándose a una puerta que conducía a un sótano oscuro. Sin dudar, la abrió y una escalera crujió bajo su peso.
Al bajar, un aire frío y húmedo les golpeó, y el oscuro sótano reveló un espectáculo aterrador: paredes cubiertas de símbolos extraños y manchas de lo que parecía ser sangre. Los hermanos sintieron una presencia en el aire, algo que los observaba desde las sombras. Antes de que pudieran reaccionar, la puerta se cerró de golpe detrás de ellos, atrapándolos en la oscuridad.
Mientras intentaban abrir la puerta, un profundo murmullo resonó a su alrededor, y las sombras comenzaron a cobrar vida. Los hermanos se miraron, la realización de que habían cruzado una línea de no retorno se hundió en sus corazones. Sin saberlo, habían encontrado su perdición en la vieja cabaña, un lugar donde el tiempo y el espacio se distorsionaban, y los ecos de las almas perdidas se entrelazaban con el viento que aullaba a través de los árboles. El silencio en la cabaña era abrumador, interrumpido únicamente por el crujido de la madera bajo los pies de Lucas y Lucían. El sonido resonó en la penumbra, amplificándose como un eco ominoso. Los hermanos se miraron fijamente, el miedo reflejado en sus ojos. Era un momento de conexión silenciosa, donde las palabras eran innecesarias, pues ambos comprendían que habían cruzado una línea peligrosa.
Finalmente, fue Lucas quien, tomando una profunda respiración, decidió romper la tensión. Con una mano temblorosa, encendió su linterna, el haz de luz cortando la oscuridad como un cuchillo. A medida que el brillo se extendía por la habitación, iluminó el rincón más alejado, donde las sombras parecían danzar y susurrar secretos olvidados.
En ese instante, una figura emergió entre las sombras: era una mujer. Su cabello, largo y desaliñado, caía en mechones desordenados, ocultando parcialmente su rostro. Pero lo que más impactó a los hermanos fueron las manchas rojas que cubrían su piel, secas y gruesas, como si se tratara de una pintura macabra. Las marcas parecían trazadas con descuido, un recordatorio inquietante de la violencia y el horror que habían invadido aquel lugar.
La mujer estaba sentada en el suelo frío, su cuerpo encorvado, dando la impresión de estar en un estado de profunda tristeza o desesperación. La luz de la linterna se detuvo en sus ojos, que brillaban como dos orbes de miedo y confusión. Lucas sintió que su corazón se detenía un instante; había algo profundamente perturbador en su mirada, como si estuviera atrapada entre dos mundos, uno de vida y otro de muerte.
Un escalofrío recorrió la espalda de Lucían al notar la frialdad de la atmósfera, como si el tiempo se hubiera detenido en esa cabaña. La mujer se movió lentamente, su cuerpo temblando mientras intentaba protegerse del destello de luz que la bombilla emitía. Un gesto involuntario, como si temiera que la luz pudiera quemarla. Con un susurro casi inaudible, ella murmuró palabras incomprensibles, un canto lejano que sonaba a lamento y súplica.
Los hermanos intercambiaron miradas de horror. Lucas, impulsado por un instinto protector, dio un paso adelante, pero Lucían lo detuvo con un agarre firme.
-"No te acerques".- susurró, su voz temblando de miedo. Pero la curiosidad, esa chispa que siempre había alimentado sus aventuras, comenzaba a consumir a Lucas.