Hambre

CAPITULO 8

Intentó moverse, pero sus piernas estaban extrañamente elevadas, como si su cuerpo hubiese caído en una posición retorcida. Se removió con un gemido de dolor, sus manos buscando apoyo en la madera del suelo. El aire a su alrededor era denso y húmedo, y el olor a tierra y descomposición le llenaba los pulmones con cada respiración forzada. Fue entonces cuando lo supo: nunca había salido de aquel maldito sótano. Todo lo que creía haber vivido —el coche, la pareja, el escape— no había sido más que un sueño. Había caído por las escaleras, se había golpeado la cabeza y había quedado inconsciente.

El horror de la realización lo atravesó como un cuchillo. Se arrastró por el suelo, su cuerpo temblando de miedo y confusión, mientras sus manos buscaban frenéticamente la linterna. Tenía que encenderla. Tenía que ver. En la oscuridad, todo era peor. Al fin, sus dedos rozaron el metal frío de la linterna caída, y con torpeza la sostuvo entre las manos temblorosas. Pulsó el botón, rogando que aún funcionara, y tras un chasquido, la luz parpadeó antes de encenderse completamente.

La débil luz amarillenta iluminó el sótano, revelando las sombras de las paredes húmedas y las vigas podridas. Pero lo que captó su atención de inmediato fue la figura delante de él. Su estómago se revolvió cuando sus ojos captaron la escena.

Frente a él, a unos pocos metros, yacía Lucas, su hermano, inmóvil en el suelo. La linterna temblaba en sus manos, pero aun así la luz le permitió ver con claridad la realidad monstruosa que lo rodeaba. Lucas estaba tirado de espaldas, sus ojos abiertos, vidriosos, fijos en él. Parecía como si le estuviera mirando directamente, pero no había vida en esa mirada, solo una vacía eternidad que lo acusaba. Su piel estaba pálida, casi grisácea bajo el débil resplandor, y su cuerpo estaba retorcido de una manera que solo podía significar una cosa: estaba muerto.

Lucían sintió que su estómago se contraía violentamente, la bilis subiéndole a la garganta mientras el miedo y la desesperación lo invadían. Pero no fue la sola imagen de su hermano muerto lo que lo llenó de terror, sino lo que estaba sucediendo justo encima de él. La mujer, aquella criatura salvaje y desquiciada, estaba inclinada sobre el cuerpo de Lucas, sus garras aferrándose a la carne de su torso mientras su boca se hundía en el vientre desnudo de su hermano. El sonido repulsivo de la carne desgarrada llenaba el aire, mientras ella arrancaba un pedazo y lo llevaba a su boca, masticando con una lentitud casi ritual.

El rostro de la mujer seguía oculto bajo el manto sucio de su cabello enredado, pero su piel manchada de sangre ahora brillaba bajo la luz de la linterna, húmeda por la carne fresca que devoraba. Cada mordida era un sonido desgarrador, acompañado por los crujidos de los huesos y los chasquidos de los dientes al destrozar el cuerpo de Lucas. La sangre empapaba el suelo a su alrededor, creando un charco oscuro que se expandía lentamente hacia donde Lucían yacía en estado de shock.

Lucían sintió cómo el pánico lo inmovilizaba. Su respiración se aceleró, sus ojos ampliados de horror, mientras su cerebro intentaba comprender lo imposible. –"No... no... esto no puede estar pasando..."– murmuró, con la voz quebrada, apenas audible sobre los espantosos sonidos de la mujer devorando a su hermano.

Sin embargo, la mujer no se detuvo. Continuó con su festín grotesco, arrancando carne con un placer casi animal. Lucían quería gritar, pero su garganta estaba paralizada, y la linterna que sostenía temblaba tanto que apenas podía enfocar la luz. Quería huir, pero sus piernas no respondían. Era como si el mismo miedo lo hubiese convertido en piedra, clavándolo en el suelo.

De repente, la mujer se detuvo. Sus movimientos cesaron abruptamente, y la criatura inclinó la cabeza hacia un lado, como si hubiera sentido algo, algo más allá del alcance de Lucían. Lentamente, levantó la cabeza y dejó que el cabello se apartara lo suficiente para revelar sus ojos por primera vez. Eran ojos completamente negros, vacíos de cualquier humanidad, brillando con una malevolencia insondable. Los labios de la mujer estaban cubiertos de sangre, su mandíbula ensangrentada aún moviéndose mientras masticaba.

Lucían quiso gritar, pero el sonido murió en su garganta cuando los ojos de la mujer se fijaron en los suyos. Fue entonces cuando supo que ya no era solo una pesadilla. Era real. Y estaba atrapado allí, en el mismo infierno que había devorado a su hermano.

Lucían no tuvo tiempo de reaccionar. Apenas pudo respirar cuando algo frío y duro se enroscó alrededor de sus tobillos como una mano gélida que se extendía desde las profundidades del horror mismo. La fuerza con la que fue agarrado lo arrancó del suelo sin previo aviso, su cuerpo fue jalado con una brutalidad que le robó cualquier atisbo de control. Soltó un grito desgarrador, su garganta en carne viva por el terror que lo ahogaba.

–"¡Lucas! ¡Lucas, ayúdame!"– gritó, aunque en el fondo sabía que su hermano no podía escucharlo. Lucas estaba muerto, su cadáver era un banquete para aquella criatura infernal.

Sus manos rasparon el suelo mientras era arrastrado a lo largo del sótano, las uñas se le rompieron en su desesperación por aferrarse a algo, cualquier cosa que pudiera detener aquella fuerza invisible. La linterna se le cayó de las manos, girando erráticamente por el suelo antes de apagarse de nuevo, sumiendo el sótano en una oscuridad espesa, impenetrable, que lo tragaba todo. Los latidos de su corazón resonaban en sus oídos como tambores de guerra, acelerados, casi fuera de control. Cada vez que intentaba patear, sus piernas eran sacudidas con violencia, como si el ser que lo arrastraba quisiera asegurarse de que no escapara. No había escapa.

Mientras era arrastrado por el suelo húmedo y frío, la sensación del polvo y la tierra seca se le metía en la boca, haciéndolo toser. Podía sentir cada bache, cada piedra que rozaba su espalda y costados. Su ropa se desgarraba mientras su cuerpo era golpeado por el suelo irregular, y los bordes afilados de los escombros le cortaban la piel, dejando líneas sangrientas que le ardían. Las sombras en la oscuridad parecían moverse, como si cada rincón del sótano escondiera otra criatura lista para abalanzarse sobre él.




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