Hamilton Princess

Capítulo 2

"—Hola, princesa. Recién vi las noticias y me enteré que habrá una tormenta de nieve. Por favor, procura no salir porque no quiero que corras ningún riesgo."

Alex rodó los ojos y pasó al siguiente correo de voz.

—"¡Terminé! Recién pude firmar ese contrato tan importante para papá y ahora estoy por irme a mi apartamento. ¿Está Nicky dormida? Tal vez podríamos aprovecha un momento con la cámara y..."

Le arrebaté mi teléfono de las manos y lo apagué muerta de la vergüenza. La sonrisa de Alex me dio ganas de esconderme en el armario junto a mis zapatos de marca, mis vestidos favoritos y mis bolsos.

—Interesante propuesta la de tu amado —se apoyó en la pared mirando hacia la habitación de enfrente, donde Nicky dormía plácidamente—. ¿Quieres que vaya a la cafetería de enfrente y te deje sola?

—Eres cruel, Alexander —murmuré sintiendo que en cualquier momento podría desmayarme de la vergüenza.

—Agradece que no soy mi hermano o estarías encerrada en tu habitación sin el teléfono —me empujó suavemente del hombro—. Sigamos con esa historia de unicornios y rosas.

Pero si a mí no me gustan los unicornios...

Regresamos al salón donde nos sentamos cada uno en un sofá, mirando por el ventanal que da una preciosa vista de la torre Eiffel.

—Entonces, ¿Cómo te enamoró? —sacó su teléfono y lo puso en la mesita de centro, la grabación comenzó.

—Regresando a diciembre, días después del picnic me lo encontré por casualidad en Central Park.

"Diciembre, Central Park."

Gregg es muy molesto cuando se lo propone. No tengo ni idea de cómo es que Demi aguanta tener a un hermano tan molesto, en esos momentos en los que estoy con él agradezco que mis padres nunca hayan tenido otro hijo o estaría loca. También teniendo en cuenta que soy un poco celosa con mis padres, especialmente con papá porque es demasiado amoroso con todas y casi siempre es el culpable de mis peleas con Demi.

Maldición, aun no olvido cuando peleé con ella a los cuatro años porque ella decidió que papá era el hombre de su cuento de hadas.

Caminando por las calles de Nueva York, me di cuenta de la diferencia que hay entre caminar por aquí a caminar por París. Especialmente la gente que parece absorta de su alrededor y en lo único que se concentran son sus teléfonos o sus pensamientos, sin fijarse si golpea a alguien por accidente.

Mis costillas ya recibieron muchos codazos.

Cuando llegué a Central Park, pude respirar con tranquilidad. A pesar del frio clima, las personas caminaban con sus parejas o sus mascotas, haciendo ejercicio o solo pasando un agradable momento. Los arboles ya no tenían hojas y había un poco nieve en el césped, generando un buen ambiente para tomar una taza caliente de café junto a la agradable compañía de alguien especial.

— ¡Que maravilloso milagro!

— ¡Es Victoria Hamilton!

Parece ser que nunca podré pasar desapercibida. ¡Ni en París, aquí, o en la china!

Apresuré mis pasos, caminando con la cabeza agachada y cubriéndome lo más que podía con mi bufanda negra. Necesitaba salir del parque antes de que más personas me vean o terminaré encerrada en un circulo de "fans" y personas que solo me han visto una vez en una revista pero que aun así quieren una foto conmigo porque soy "la mejor artista".

En otras palabras: solo quieren presumir en las redes sociales.

Me apoyé detrás de un árbol, intentando recuperar la respiración y no entrar en pánico. Necesito calmarme...

—Escuché que Victoria Hamilton anda dando una vuelta por el parque —voltee a ver al otro lado del árbol—. ¿Sabes dónde puede estar?

—No, no tengo ni idea —me cubrí hasta la nariz con mi bufanda cuando vi a unas adolescentes corriendo a unos metros de mi posición.

Él se apoyó en el árbol a un lado de mi cabeza, mirándome con una sonrisa burlona.

—Tu acento te delata, Princesa.

No es mi culpa haber nacido en París, donde se habla... ¡francés!

Me abstuve de hacer ese comentario sarcástico ya que no sería muy cortes de mi parte, especialmente cuando se apoyó más cerca de mí, tapándome de la vista de los curiosos y los "fans".

— ¿Qué haces aquí? —susurré, ignorando nuestra cercanía y su agradable olor a masculinidad.

—Escuché que una princesa estaba en apuros y como el caballero en un elegante corcel color negro que soy, decidí venir a su rescate —bajó mi bufanda con su dedo índice y luego me acarició la mejilla—. ¿Quieres que te cargue a mi corcel o te doy el beso aquí?

¡Madre del amor hermoso! Alto... ¿Qué pensé? ¡No más viajes a otros países o terminaré siendo una mezcla de culturas!

—No doy besos a sapos.

Normalmente un chico tan atractivo como Ian se ofendería y me hubiera mandado a paseo. Afortunadamente, Ian, no es como los demás chicos.

Rió divertido por mi respuesta y sin esperar ni un minuto más, me agarro de la mano y me jaló con él, obligándome a caminar.

—¿A dónde vamos? —pregunté con nerviosismo, mirando a mi alrededor.

—A tener una aventura digna de un cuento de hadas en Nueva York.

Su respuesta no tuvo lógica y solo logró confundirme aún más de lo que ya estaba. Pero eso no evitó que lo siguiera con una pequeña sonrisa en mi rostro.

—Entonces papá subió por el árbol mientras los mariachis corrían alarmados buscando una escalera o una sabana para amortiguar la posible caída del hombre. ¿Puede creer que tan loco puede llegar a ser? —me quedé en silencio cuando levanté la vista y me encontré con sus ojos claros viéndome con diversión y... ¿ternura?— Ehh... ¿Pasa algo?

—Eres muy hermosa cuando hablas de tu familia —agaché la vista avergonzada, mirando mi pedazo de pizza con mucho queso—. Creo que nunca en la vida había conocido a una chica que amara tanto a su familia y eso dice mucho de ti.

—¿Qué soy una consentida?

Levanté la vista cuando sentí una leve caricia en mi mejilla y luego puso un mechón de mi cabello detrás de mi oreja.




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