21.32 PM.15 de octubre del 2017. New Hampshire Avenue. West End. Washington.
Thomas Bennet acababa de entrar en su apartamento, había parado un momento para tomar un café y un par de sándwiches en el Starbuk coffee que había muy cerca de su piso y estaba ansioso por ver aquellas fotos en la pantalla de su ordenador. Arrojó el abrigo sobre el sofá tapizado en color burdeos que ocupaba buena parte del salón y conecto el portátil que tenía instalado sobre una mesa de cristal. El gratificante ronroneo del disco duro al ponerse en marcha y el suave zumbido del climatizador le tranquilizaron un poco.
Mientras se servía una generosa porción de Ballantines en un viejo vaso deslustrado y tomaba un largo trago, el portátil emitió un tímido pitido instándole a ingresar la contraseña.
Sentado frente a la computadora, insertó la tarjeta de memoria y esperó a que las fotografías se cargaran.
Allí estaba, un poco borrosa y desenfocada pero claramente reconocible. En todas las fotos el rostro de Hannah aparecía siempre en primer plano, mirando fijamente a la cámara como si se hubiera dedicado a hacerse unos selfies.
Conectó la impresora y puso varias hojas de papel fotográfico en el soporte, quería tener una prueba física de aquellas fotografías antes de entregárselas al juez. Eso si las entregaba. Sabía que se trataba de una prueba y que era su obligación presentarlas durante el juicio, aunque para lo único que iban a servir era para inculpar aún más a su cliente.
El señor Carteret montaría en cólera cuando se las mostrase. De eso estaba seguro, tan seguro como que a él le tocaría la peor parte. Estaba absorto viendo cómo la impresora vomitaba las copias que tal vez acabaran con su carrera y con la credibilidad del bufete para el que trabajaba cuando escuchó un ruido que parecía provenir de su dormitorio. Quizás se había dejado la ventana abierta, pensó mientras apuraba el whisky de un trago y se levantaba para averiguar qué había producido aquel sonido.
Algo cruzó por delante de su campo visual, le había parecido ver una persona, pero eso era imposible.
—¿Quién anda ahí?
Retrocedió hasta la la pared más cercana y se dio cuenta de que le temblaban las manos. No sabía que le parecía haber visto. Quizás sólo fuese fruto de su imaginación.
Thomas se fue acercando lentamente hacia la entrada del pasillo que comunicaba con el dormitorio y allí lo vio. Era una figura alta y vestida de blanco. Parecía una mujer, pero su rostro se mantenía oculto en las sombras.
—¿Quién es usted?
No contestó.
Thomas, nervioso, sólo alcanzaba a pensar que un ladrón había entrado en su casa.
—No tengo nada de valor —balbuceó mientras retrocedía hacia la mesa de su escritorio muy despacio.
El desconocido avanzó dos pasos en su dirección y Thomas pudo comprobar que su rostro se ocultaba tras una mascara de carnaval. Una máscara blanca con encajes dorados de las que se usan en los bailes venecianos.
—¿Qué es lo que quiere? —Thomas tenía la esperanza de llegar junto a la mesa donde en uno de los cajones guardaba un revólver de pequeño calibre. Nunca había hecho uso de él, no le había hecho falta...hasta ahora. Recordaba haberlo comprado hacía muchos años en una subasta de antigüedades y tan sólo porque le pareció una obra de arte. Ni siquiera sabía si funcionaba o si estaba cargado, pero quizás al ver la pistola el desconocido decidiera huir.
Thomas se volvió bruscamente para abrir el cajón y en ese momento notó un lacerante dolor en la espalda. El agresor, definitivamente una mujer, le había herido con algo muy afilado.
—¡Pero qué coj...!
El largo cuchillo de cocina atravesó la garganta del joven abogado y mientras este se derrumbaba en el suelo, el cuchillo volvió a hundirse en su cuerpo una y otra vez.
23.05 PM. 15 de octubre del 2017. Centro psiquiátrico penitenciario Albertson.
Hannah aún no dormía. Estaba echada en su camastro leyendo un libro atentamente. Por fin estaba en calma, tranquila y esperanzada. Jason sentía algo por ella, estaba casi segura de ello.
El joven era atractivo y notaba que su interés sobrepasaba las relaciones entre un médico y su paciente.
Lo único que le preocupaba era la reacción de Eris.
Hannah no había tenido más remedio que mentir a Jason cuando este le habló sobre su oculta personalidad. Ella le dio a entender que nunca había tenido la más mínima idea de quién era Eris.
Hannah la conocía desde que era una niña.
Cuando no tenía más de diez años, solía hablar con su protectora. La protegía de aquellos que decían quererla y luego la maltrataban. De esos que decían ser sus padres. No, ella no tenía padres. La única que la había querido incondicionalmente había sido Eris.
Pero Eris era imprevisible. Eris podía hacer daño a quién intentara abusar de ella. Eris podía llegar a matar.